¿Tendrá Metrolínea una segunda oportunidad?
En la noche del pasado martes se confirmó lo que este periódico había anticipado y es el hecho de que la tarifa de Metrolínea se mantuvo en los $2.100 en que se fijó desde diciembre, aunque el Alcalde de Bucaramanga quería que la misma bajara para que se ajustara a la capacidad del bolsillo de sus usuarios.
No fue así, la tarifa se quedó en lo ini-cialmente fijado y la directora del Área Metropolitana de Bucaramanga lo justi-ficó técnicamente al advertir, además, que en años pasados se había mantenido siempre esta tarifa más baja que la de los medios de transporte similares, pero la estrategia había fracasado ostensiblemente pues los usuarios no aumentaron y sí habían caído drásticamente los ingresos del sistema.
Por lo tanto, según el planteamiento que finalmente se impuso, poner una tarifa que no alcance para hacer sostenibles las finanzas del Sitm sería una decisión suicida. Queda entonces Metrolínea en-frentada a sí misma y a su competencia externa, que no es precisamente la más predecible, entre otras cosas porque se mueve por fuera de la ley y está dispuesta a lo que sea para arrancarle usuarios, como lo hace incluso en las mismas estaciones y ante la vista complaciente de las autoridades, como lo ha demostrado este periódico.
Metrolínea debe mirarse a sí misma y hacer los esfuerzos que sean necesarios para mejorar su servicio, las frecuencias de los buses, la cantidad de estos, su es-tado mecánico, la atención de los conductores, los niveles de seguridad, los límites de velocidad, etc. Estamos frente a un sistema de transporte que ha venido en picada desde el mismo momento en que comenzó a prestar su servicio e invertir esa tendencia negativa es un primer reto para esta nueva gerencia.
Pero, como decíamos, está también la competencia externa que, al parecer, ya se ha salido casi toda a los predios de la ilegalidad, pues hay motos que se ofrecen como taxis y carros que hacen lo mismo, pero, además, algunos taxis legales, acosados por esta agresiva informalidad, también se dedican a prestar servicios para los que no están autorizados, además de los buses que también se salen de las zonas, rutas u horarios asignados, sin que haya autoridad alguna que neutralice esta anarquía.
Si Metrolínea logra mejorar significativamente su servicio y las autoridades controlan la piratería en el transporte, otra sería la suerte de una empresa que, por ahora, parece condenada al fracaso.