La inmemorial agonía de La Guajira
Algo es inmemorial cuando va más allá del alcance de la memoria. La crisis en La Guajira lo es.
En La Guajira hay bastantes indígenas, Wayuu, Arhuacos, Koguis, Wiwas, dispersos, desunidos. Hay carbón y gas que han sido explotados, dejándole a otros riquezas y a la comunidad desencantos, pues el desarrollo de un solo sector económico es insuficiente para dinamizar la economía y lograr prosperidad social.
La Guajira, dice “El cantor de Fonseca” de Carlos Huertas, “es una tierra desconocida”. Es diferente hasta del resto del Caribe colombiano, al que pertenece geográfica y culturalmente. Tiene características y singularidades geográficas, históricas y culturales que no se han entendido.
Su geografía se divide en baja, media y alta Guajira; entre ellas hay diferencias climáticas, de vegetación. La alta Guajira, donde hay más evaporación que precipitación pluvial, es extensa, semidesértica, de altas temperaturas y aguda escasez de agua.
El problema actual es crítico en la alta Guajira, donde viven miles de indígenas, quienes desde siempre tuvieron nutrida comunicación, comercio de suministros y alimentos con Venezuela, más cercana y accesible que Riohacha. El cierre de la frontera, el abandono estatal, la falta de fuentes de trabajo, la corrupción y fragilidad de las instituciones, desataron la crisis.
La Guajira no tiene agua. Eduardo Caballero Calderón la recorrió en 1949 y escribió “El principal problema de la Guajira es la sed”. Hoy el problema es el mismo, agudizado por permitir que el cauce del río Ranchería fuera desviado para provecho de privilegiados ganaderos y una empresa carbonífera, dejando un extenso territorio y a su gente sin agua.
El PIB regional de Colombia de 1950 muestra que las regiones más pobres eran la Guajira y Chocó. Hoy, la situación sigue igual. La Guajira ha recibido miles de millones de dólares por regalías pero floreció la corrupción.
Una cosa debe ser atender la coyuntura y otra, implantar inteligentes políticas estatales permanentes.