¿Otra vez paraíso de narcos?
Desde cualquier ángulo que se mire, el problema es extremadamente grave. Y con tendencia a empeorar. De acuerdo a un informe de la agencia AP publicado por la cadena Fox esta semana, en Colombia el área cultivada con coca aumentó un 42% desde el año pasado hasta llegar una vez más a las 159 mil hectáreas, dato que confirma la tendencia creciente que se inició desde el 2014.
Así, de acuerdo a la información que cita a la Organización de Naciones Uni-das, este país recuperó una vez más el vergonzoso y a la vez escandaloso rótulo de ser el productor más grande de cocaí-na en el planeta.
Productor más grande cuyo deshon-roso título tiene a su vez efectos internos y externos, todos muy negativos.
Para empezar, hay que decir que si el negocio de las drogas ilícitas está nuevamente en apogeo en Colombia, las consecuencias que ya ha vivido esta sociedad en épocas no lejanas no se harán esperar. El fortalecimiento de quienes se dedican a ese negocio ilegal siempre conlleva a los mismos resultados, como es la acumulación de poder no solo económico, sino también político, además de todos los atropellos, abusos, excesos y arbitrariedades que caracterizan su comportamiento frente al resto de la comunidad.
Y eso, claro, sin profundizar por razones de espacio en la destrucción de los valores que ocurren en cualquier colectivi-dad que ve cómo quienes hacen dinero rápido de manera ilegal y no son castigados, se vuelven ejemplo a seguir y no a condenar. Es, en pocas palabras, el robustecimiento de lo que coloquialmente se ha bautizado como la cultura ‘traqueta’.
Pero adicionalmente están también los efectos externos de este resurgimiento de los cultivos ilícitos. Estos comienzan como es lógico por el perjuicio que les causan los narcóticos a quienes los consumen (y dentro de cuyo mercado ni los niños están exentos de los intentos de los narcotraficantes por vender más su letal producto) y termina en la pésima fama de país paria, que había comenzado a contrarrestarse en los últimos tiempos pero que bien podría esperarse que dadas las circunstancias vuelva a empeorar.
Sin embargo, todos los argumentos anteriores no están completos para reflejar el problema. Y no lo están, porque lo que sin duda alguna llama más la atención y es el núcleo de todo, es la laxitud del Go-bierno para enfrentar la situación.
Sí. Luego de suspender las fumigaciones de los cultivos ilícitos las áreas sembradas de coca no han parado de crecer, ante la mirada impasible de una administración que pareciera no ser consciente de lo que superó el país hace apenas dos décadas y lo que se le puede venir otra vez encima si no toma medidas inmediatamente.