Los dilemas del transporte público
Desde que Metrolínea comenzó a operar con los cambios de sus rutas en toda la meseta de Bucaramanga hace pocos días, varias comunidades se han quejado porque se han sentido lesionadas por estos nuevos trazados que, para la empresa, buscan prestar un mejor servicio mediante la prolongación de algunas rutas y la supresión de muchas de las paradas en aras de acortar los tiempos de recorrido, entre otras razones técnicas.
Hasta aquí están bien las cosas: la in-tención de la empresa de recomponer las cargas para alcanzar en el plazo más corto posible al menos el equilibrio financiero que le permita mirar hacia un mejor futuro, es obviamente loable, pero algo debió fallar en los cálculos que se hicieron si algunos barrios hoy protestan porque no fueron incorporados a los nuevos recorridos o porque perdieron el servicio con el que venían contando.
Un caso que se ha convertido en el em-blemático de este momento es el de Pan de Azúcar Bajos y Altos y Los Cedros, tres barrios que componen una misma zona en la que viven más de tres mil personas y que ciertamente tiene unas condiciones muy particulares, pues están ubicados en la cima de una loma a donde se llega por una vía bastante empinada y peligrosa a cualquier hora del día. Metrolínea consideró primero suspender del todo la ruta AB1 que los cubría, pero las quejas de los residentes le hicieron reconsiderar y cambió a una cobertura parcial, solo en las horas pico, lo que tampoco satisface las necesidades de los usuarios.
Aquí tenemos un ejemplo claro de la disyuntiva en que permanentemente debe moverse el Sitm entre la búsqueda de un rendimiento financiero y el cabal cumplimiento en la prestación de un servicio público esencial como lo es el de movilización de las personas. Equilibrar esa balanza es asunto delicado, pero lo que no es excusable es, precisamente, la prestación del servicio, así, como es el caso que se comenta, en algunas rutas esta operación resulte deficitaria.
Si bien la empresa debe preocuparse por poner al día sus finanzas y hacerlas más sólidas, no debe, en aras de ese propósito, afectar negativamente en manera alguna a las comunidades que todos los días dependen del transporte público para llegar a sus casas o atender sus obligaciones laborales, además porque al hacerlo termina fortaleciéndose el transporte pirata, que es quizás el peor enemigo del Sitm.