Mientras Bucaramanga avanza en su infraestructura y se construyen decenas de conjuntos residenciales, edificios, centros empresariales y comerciales que le han dado una cara nueva a la ciudad, lo que tiene que ver con la ciudadanía lamentablemente retrocede. A juzgar por los diferentes estudios y encuestas que sobre el tema se hacen, el civismo y la cultura ciudadana parecen no ocupar lugar alguno en la mente de los bumangueses. Tanto de las personas del común como de las autoridades.
La mayor proporción de una buena cantidad de los problemas sociales que de-mandan cuantiosas inversiones para el gobierno local, podrían superarse si se hiciera un trabajo de base sobre las causas de tales conductas y no simplemente dirigiendo los recursos públicos a reponer lo que la incultura destruye a diario. El tratamiento absurdo que los ciudadanos le dan a la basura de su propia casa, el comportamiento casi antisocial de muchos conductores en las vías, el ataque sistemático al mobiliario urbano, la intolerancia persistente en las relaciones sociales, la invasión del espacio público, la conducta ‘suicida’ de los peatones, el maltrato al medio ambiente, por señalar unos pocos, son indicadores de la pésima cultura ciudadana que se ve en Bucaramanga.
Es necesario y urgente que los gobiernos se preparen y trabajen en este aspecto. Es imprescindible que se entienda que esto ya no es simplemente cuestión estrategias lúdicas, pasajeras, inconexas e inconclusas; la cultura ciudadana es hoy un factor esencial de la vida de las ciudades y debe estudiarse, definirse y ponerse en práctica con fundamentos sólidos y científicos, por cuanto de allí puede desprenderse el deseable resultado de modificar positiva y concretamente el comportamiento social.
Un trabajo serio, sostenido y consciente para mejorar la deficiente cultura ciudadana de los bumangueses, no solo permitiría ahorrar cantidades significativas de dinero público que hoy se destina simplemente a reponer los daños que se le causan a la ciudad, sino que podría reducir los casos de intolerancia, mejorar en cuanto a índices de violencia y delincuencia, impulsar los factores de desarrollo y proyectarla mejor como objetivo turístico.
Pero, en lugar de eso, parece que mar-chamos hacia atrás y la misma autori-dad permanece indiferente aunque ante sus ojos se violen las normas, se agreda a las personas o se deteriore el entorno. La misma administración debe comenzar a dar el ejemplo, observar con todo rigor las normas éticas y legales y a partir de allí, mediante un trabajo serio y persistente en cultura ciudadana, trazar el camino que nos permita pasar del actual caos cívico a una ciudad próspera, ordenada y, por fin, amable.