Los nuevos adalides contra la corrupción
Las declaraciones según las cuales la brasilera Odebrecht habría aportado de manera irregular a la campaña a la presidencia de Juan Manuel Santos en el 2010, al igual que a la de su oponente en 2014, Óscar Iván Zuluaga, ha despertado la indignación de los colombianos. Bajo la consigna de no más corrupción, empiezan a alzarse las voces de quienes han identificado este problema como el de más urgente atención en el país. Y razón les cabe, porque sin duda la corrupción es el cáncer que desde hace mucho corroe la nación; por muchos años oculto ante la inmensa y urgente problemática de la guerra.
Si bien esta indignación ciudadana es legítima, lo que no lo es que ahora pretendan enarbolar esta bandera las mismas personas que durante años han te-nido en sus manos la obligación de luchar contra esta corrupción y no lo han hecho, y ahora aparecen indignados convocando a una gran marcha ciudadana.
Muchos de quienes ahora predican tener una voluntad abierta y decidida para acabar la corrupción tuvieron durante años en sus manos la posibilidad de emprender acciones decididas y determinantes para frenar este terrible mal nacional. Y no lo hicieron. Por eso sorprende ahora que se apoderen de esta lucha, cuando fueron sujetos pasivos y espectadores mustios ante los mismos hechos de corrupción que hoy denuncian. Pero se acerca la época electoral y estas manifestaciones son un buen espacio para ganar adeptos y sumar votos.
Que no se entienda con estas palabras que se está desestimando la intención de protestar contra la grave crisis de transparencia que atraviesa el país. Lo que es censurable es que se aproveche la legítima indignación ciudadana para mover masas y ganar adeptos en material electoral desfigurando el carácter inicial de la protesta. Tan es así, que lo que buscan es generar adeptos, que algunos de los convocantes a esta marcha contra la corrupción empiezan a manipular el discurso y a llamarla “la marcha en defensa de la familia”, es así como hablan ahora de salir a rechazar los ataques sistemáticos contra la familia tradicional.
¿Por qué vincular los escándalos por los sobornos pagados por Odebrecht al rechazo por las nuevas formas de familia? Porque ese discurso mueve emociones y a través de él es muy fácil ganar electores.
Bienvenidas las marchas que muestran el descontento legítimo de los ciudadanos con lo que ocurre y que son su expresión. Pero no aquellas que solo responden al interés de políticos de ganar adeptos y quedarse en el poder.
Le corresponde al ciudadano saber diferenciar y no prestarse para estos juegos de poder.