El país en crisis y el Congreso en lo de siempre
Si hay una constante que se repite e incluso aumenta con cada encuesta que se realiza para medir las percepciones de la opinión pública nacional, es el descrédito de la clase política y más concretamente el del Congreso.
Las cifras más recientes indican que la pésima fama de quienes ocupan el Capitolio Nacional bordea ya el 80%, lo cual no sorprende si se consideran sus comportamientos, no solo recientes, sino de los últimos lustros.
No obstante, lo que sí llama la atención es el grado de desvergüenza al que han llegado senadores y representantes. Y llama la atención, porque a pesar de hundirse cada vez más en el desprestigio ciudadano insisten en sus malos hábitos y reprochables costumbres.
Es que además de la enciclopedia de irregularidades y el listado de ilegalida-des que suelen redactar en la práctica de sus funciones, tales como la exigencia de recursos gubernamentales para votar proyectos, el amarre de contratos de obras públicas en las regiones a las que pertenecen con su correspondiente comi-sión o la exigencia de cuotas burocráticas en entidades del Estado, para citar apenas una mínima parte, lo más grave de todo es que insisten en perpetuar su conducta.
Sí. La verdad no se puede sacar conclusión distinta cuando se hace un balance de los más recientes intentos para reformar el Congreso así como la manera infame en que cada uno de ellos ha sido enterrado por los propios parlamentarios.
Para enumerar apenas algunos ejemplos, basta con mencionar los diferentes intentos abortados por ellos mismos para disminuirles el salario, de por sí uno de los más altos del continente para cualquier legislador. De la misma manera han fracasado los ensayos para meterlos en cintura en cuestiones de asistencia, todos los cuales se han caído mientras las sesiones plenarias se siguen caracterizando por el ausentismo y ni qué decir del triste final que corrió el proyecto que buscaba obligar a senadores y representantes a divulgar sus hojas de vida, informar sobre sus frecuentes viajes internacionales por cuenta del erario o dar cuenta de conflictos de intereses a la hora de votar proyectos.
Como es fácil de deducir, ninguno de estos propósitos ha llegado a feliz término y mientras tanto el país tambalea ante una muy difícil situación económica, la cual han exacerbado los impuestos excesivos así como una corrupción monumental, que se pasea abiertamente ante los ojos de Gobierno y rama judicial sin que se vean las más mínimas consecuencias.