La descentralización, ¿causa de la corrupción o víctima de ella?
Una de las grandes conquistas de la Constitución de 1991 fue, sin duda, la descentralización, viejo clamor de numerosos sectores del pensamiento y las diversas regiones que conforman el territorio nacional. Inmensas expectativas e ilusiones brotaron a raíz de la entrada en vigencia de tal Carta, considerando que ella era herramienta sin par para fortalecer la democracia territorial y el desarrollo (tantas veces aplazado, trunco) de esa Colombia a la que el severo centralismo había quitado el aire desde la expedición de la Constitución de 1886.
Pero pronto mostró su cara el agudo deterioro en que se encuentran la disciplina, los ideales y los valores en nuestra patria. ¿Por qué? Porque ante los primeros pasos dados para poner en funcionamiento la descentralización, apareció con voracidad la corrupción, el clientelismo y así, lo que se esperaba fuera una herramienta para el desarrollo y la democracia territorial, mutó en ganzúa para ahondar mil y más prácticas de corrupción.
¿Resultado? Se abortó la reorganización del papel de los municipios y de entidades fundamentales para desarrollar la democracia territorial y el acertado manejo y uso de los recursos naturales, como ocurre con las CAR, que han demostrado incapacidad de planificar, coordinar, concertar, integrar e impulsar el progreso de las regiones, pues devinieron en charcas de clientelismo y nidos de corrupción.
El clientelismo y la corrupción en los entes territoriales (departamentos y municipios) hizo que brotara un nuevo aire centralista, se frustrara la redistribución de competencias y todo se haya quedado en la mera delegación de responsabilidades operativas en muchos frentes mientras que en otros, fundamentales para la organización política, como ocurre con los POT, la idea inicial devino en la redacción de códigos de construcción municipales, llenos de vericuetos para favorecer el enriquecimiento ilícito de unos cuantos.
¿Es acaso la descentralización causa de corrupción o víctima de ella? La respuesta es la segunda, pues si algo iba a ser desmontado con base en la democracia electoral eran los feudos electoreros y hoy “los modelos de descentralización” ensayados han sido solo astutas formas para ratificar el carácter clientelista en las relaciones entre el Estado central y los municipios.
A todo lo anterior se han unido las urgencias fiscales del Estado Central. ¿Resultado? El fracaso de esa hermosa ilusión llamada descentralización.