Un cambio para seguir igual
Los regímenes de gobierno que no están ajustados a los cánones democráticos suelen aparecer con cambios que resultan más aparentes que reales.
Lo ocurrido en Cuba la semana pasada, cuando la noticia del abandono del cargo de Presidente de la nación de Raúl Castro hacía prever el fin de la dinastía impuesta por esa familia, ya casi con 60 años de haberse instalado en el poder, con un régimen de partido único que toma todas las decisiones, no fue en el fondo más que un maquillaje para ese sistema de gobierno, en donde es fácil concluir que todo seguirá igual.
Llega a la Presidencia un elemento de la entraña del sistema, el señor Miguel Díaz-Canel, nacido y criado dentro del modelo dictatorial de los Castro y desde hace unos años su hombre de confianza, como segundo al mando de Raúl.
Pero ¡oh sorpresa!, una vez elegido por la Asamblea, dominada totalmente por la familia Castro, manifiesta el nuevo mandatario que los poderes estarán concentrados en el Secretario del Partido Comunista de Cuba, cargo que continuará desempeñando el señor Castro.
Es decir, un régimen vitalicio, de partido único, de restricción de libertades, de concentración de poderes y de ausencia de elecciones libres, que continuará su camino para infortunio de los cubanos, que tendrán que seguir apegados a los caprichos de un dictador.
Mientras tanto, los organismos internacionales son totalmente impotentes frente a estos fenómenos, y toda esa teoría que los ha inspirado como defensores de la democracia y de la autodeterminación de los pueblos seguirá como letra muerta, en donde el catálogo de propósitos nunca corresponde a las realidades del escenario.
No nos explicamos cómo puede estar tranquilo un continente, y el mundo entero, cuando existen países en donde el capricho de un individuo o de una familia se adueña de las voluntades de los ciudadanos y, con el sostenimiento de un aparato coercitivo, ejercen el dominio total, sin el menor escrúpulo posible.
Simplemente toman la decisión individual, en la que anuncian que lo que piensa el sátrapa es lo indicado y lo obligatoriamente decidido, en donde la controversia resulta ser un término no autorizado para ejercer en ninguna de sus formas.
¿Hasta cuándo la impotencia de los organismos internacionales seguirá vigente frente a estos fenómenos? No lo sabemos; pero lo que sí creemos es que el mundo no puede seguir avanzando con tranquilidad, mientras existan Estados escriturados a unas familias que los administran caprichosa y oprobiosamente.