La tragedia de la muerte en las vías
Como si fuera una más de las epidemias que suelen aquejarnos en las temporadas de clima cambiante, en las últimas semanas ha ocurrido una trágica y muy dolorosa cadena de muertes de personas, en su mayoría jóvenes, que sufren accidentes en motocicleta, una forma de transporte que ha crecido exponencialmente en la ciudad y el área metropolitana en el último quinquenio.
En cifras concretas, la gravedad del problema es tal que en los primeros seis meses del año murieron 39 personas en motoicletas, 35 conductores y 4 pasajeros, el 80% de ellos con edades entre 17 y 24 años. Las tres causas principales de estas desgracias fueron el exceso de velocidad, el alicoramiento o la impericia de los conductores.
Este problema ya rebasó la competencia de la dirección de tránsito, hacia otras áreas del gobierno que debería desde ahora formular estrategias y articular acciones para que no lleguemos al punto de ver las muertes de motociclistas como una circunstancia normal del tráfico.
Lo que está sucediendo, además del efecto de la congestión vehicular que reduce drásticamente los espacios, es el creciente número de motocicletas, hecho derivado no tanto de un mercado muy activo, sino porque es en este medio de transporte el que produce las mayores utilidades del transporte informal y esto como consecuencia, entre otras cosas, del ineficiente Sitm, que hizo que se haya multiplicado de manera incontenible el número de motocicletas en toda el área metropolitana para servir a la piratería.
Si a esta circunstancia sumamos la falta de preparación técnica de los conductores y la falta de educación vial de estos mismos, tenemos a ese motociclista temerario que se toma la vía de cualquier manera, hace maniobras peligrosas constantemente y pone en riesgo su vida y la de los demás, sin que medie para él ni prudencia, ni ley alguna.
La piratería sin control, el deterioro de la malla vial, el crecimiento del parque automotor, el mal estado técnico mecánico de los vehículos y la cada vez menor capacidad técnica, humana y financiera de la autoridad de tránsito para enfrentar un problema que ya superó los mayores límites esperables, entre otras variables, nos pone frente a esa racha de muertes en nuestras calles y carreteras, que representan dolor para muchas familias y una auténtica tragedia social frente a la que todos debemos, cuanto antes, hacernos más responsables.