La historia de las tortugas y las boas que anhelaban la libertad
A pesar de que nada les impedía avanzar hacia la libertad, permanecieron varios segundos inmóviles sin sacar la cabeza del caparazón y estirar sus patas.
Un ejército de zancudos retumbaba en las orejas de los curiosos que esperaban en medio de la selva a que los pesados y pequeños reptiles emprendieran la huida. Tuvieron que valerse de las palmadas y de los ‘madrazos’ para ayuntar a las ‘fieras voladoras’ y no perderse la liberación de las tortugas amenazadas por el hombre.
No todas las tortugas eran del mismo tamaño. Las más grandes, que lucían sobre su caparazón las marcas impuestas por sus amos durante su cautiverio –círculos de distintos colores dibujados con pintura de aceite– poco a poco sacaron la cabeza y la movieron de lado a lado. Tal vez, les gustó el calor y la humedad que les ofrecía el lugar, cercano a una ciénaga conocida como Yemaehuevo, del corregimiento Papayal, en el bajo Rionegro.
Las más pequeñas sufrieron un poco. Al dar tan solo un paso, sus cuerpos fueron envueltos por la maleza hasta quedar atrapadas. Finalmente, su instinto las sacó a flote.
Llegó el momento esperado. La más grande de todas se animó y emprendió su recorrido de frente a los visitantes. Una a una la fueron siguiendo, hasta que se confundieron con las raíces de los viejos árboles y las rocas.
Algunas tímidas lagartijas ocultas en los árboles alertaron a otros animales de la llegada de los reptiles y luego se escondieron. Las hormigas y cucarrones que también transitaban por la alfombra de hojas secas se unieron a la marcha de las tortugas y las acompañaron. Los zancudos prefirieron seguir con el ataque.
“Esto es lo que más me gusta de mi trabajo, dejar en libertad a los animales. Así siento que le estamos devolviendo vida al mundo”, aseguró Diana Vanesa Caballero Aldana, bióloga del grupo de Protección Ambiental, de la Corporación Regional Autónoma para la Defensa de la Meseta de Bucaramanga, Cdmb, quien aproximadamente cada 15 días, se encarga de realizar esta labor en distintas zonas de Santander.
¿Se acomodarán fácilmente estos pequeños seres a este ambiente hostil y caluroso? ¿Cuántos, a lo mejor, fueron sacados de allí y llevados al mercado negro de traficantes de especies y ahora regresan de nuevo a su hogar?
Los presentes sabían que para ellas no sería fácil acomodarse en su hábitat, por el hecho de haber vivido encerradas en jaulas y jardines y haber sobrevivido a punta de frutas, leche y pan, proporcionados por sus captores.
Una tortuga morrocoy que no superaba los diez centímetros fue la encargada de dar la respuesta a estos interrogantes. Mientras el grupo miraba con tristeza como los ‘pequeños gigantes’ avanzaban, ella le sacaba ventaja de 20 centímetros de distancia al resto de sus compañeras. Fue estratega, no avanzó de frente. Buscó la diagonal y logró escapar del ruido y de las pisadas de los curiosos.
La señal fue clara. El grupo encargado de la liberación entendió que lo único que impedía la marcha de estos animales hacia su nuevo hogar era su presencia y las frases cursis de despedida que todos lanzaron.
El viaje
El día de la liberación de estos animales, la comitiva partió a las 6:00 de la mañana de la hacienda La Esperanza de la Cdmb, donde funciona el centro de rescate de fauna silvestre.
Las tortugas morrocoy fueron acomodadas en los platones de dos camionetas, sobre un tendido de pasto verde que Diana Caballero, Cindy Jerez y Saúl Ochoa dispusieron para que los animales soportaran el viaje de tres horas y media hasta San Rafael de Lebrija.
Las hicoteas y las ‘tapaculos’ se desplazaron en canastas especiales, que también llevaban pasto húmedo. Junto a ellas, dentro de sacos bastante asegurados, viajaban más de 10 boas constrictor.
Antes de pasar Lebrija, el frío de esa mañana era insoportable. Los caparazones se veían inmóviles, no daban señales de tener a un animal en su interior. “Espere que las toque el sol”, dijo el conductor. “Así se pueden ver en acción”.
Al llegar al punto conocido como La Gómez, sobre la carretera Panamericana que conduce hacia la Costa Atlántica, el grupo paró para mirar cómo estaban los animales. Todos, a excepción de las serpientes, recibieron un baño frente a la mirada atónita de algunos aldeanos, que las pedían como regalo. “Doctora regáleme una. Le saco cría y de eso puedo vivir”, le decía un joven en medio de risas a la bióloga Diana.
El viaje hasta Papayal no superó una hora de recorrido. Allí estaba algunos aldeanos esperando a la comitiva. La liberación de animales en la zona es más frecuente de lo que muchos creen. Son varias las organizaciones sociales y ambientales como Cabildo Verde, de Sabana de Torres, que trabajan por preservar las especies endémicas y en vía de extinción.
En esta oportunidad Leovigildo Mejía, un pescador del corregimiento, se unió a la comitiva y sugirió que el mejor lugar para la liberación era la selva que rodea la ciénaga Yemaehuevo.
El turno para las boas e hicoteas
Atrás quedaron los milenarios reptiles. Era el turno para las solitarias y nocturnas contorsionistas, que por error un día salieron de las zonas boscosas de la escarpa de Bucaramanga y fueron capturadas por los amantes de las mascotas exóticas.
Selva adentro el calor era más insoportable y el riesgo de encontrarse con una culebra Talla X o un tigrillo, cada vez más alto.
Ni pensar en el supuesto caimán de siete metros que muchos en la zona andaban buscando y que, aseguraban, había sido propiedad del desaparecido paramilitar de las Autodefensas de Santander y sur del Cesar ‘Camilo Morantes’, quien se hizo famoso, no sólo por ser el autor de masacres como la del 16 de mayo en Barrancabermeja, sino por tener como mascota, además de un cocodrilo, un tigrillo con el que intimidaba a sus víctimas.
Llegó el momento de soltar el nudo y dejar deslizar a las boas constrictor de distintos tamaños. Todos se ubicaron a una distancia prudente, ya que a diferencia de los morrocoyes, el simple contacto de estas serpientes con la vegetación o el agua las impulsa a tomar rumbo, sin meditar.
La primera, de aproximadamente dos metros, fue liberada en un tronco quebrado y se camufló en el tapete de hojas secas hasta perderse. Le siguieron otras de menor tamaño, cuya piel estaba opaca y sin brillo, y con ojos de color gris. “Están próximas a mudar de piel, por eso son menos vistosas”, acotó la bióloga Caballero Aldana.
La última boa ofreció un espectáculo maravilloso. Fue liberada en un árbol de tronco grueso. Por la extensión de su cuerpo, cuatro metros aproximadamente, se enrolló fácilmente hasta llegar a las ramas más altas. De vez en cuando estiraba su cabeza hacia los lados en zigzag.
“¡Misión cumplida!”, gritó uno de los integrantes del grupo. “Ahora liberemos a las hicoteas”.
El grupo se dirigió hacia las aguas de la ciénaga Yemaehuevo, lugar que según Leovigildo Mejía es el menos frecuentado por los pescadores, a diferencia del resto de ciénagas que conformar el complejo de humedales de Papayal, llamadas El Paraíso o Pato, La Esperanza y Toquí, indicados para liberar a estas y otras especies.
Y es que Yemaehuevo es mágica, según Hernández. “El día que tuvieron que trasladar a mi esposa a Bucaramanga, a punto de morir por la tensión alta, me fui a pedirle al espejo de agua que me concediera el sustento para solventar las deudas que se me venían por la enfermedad de mi mujer. ¡Ay Dios! Me mandó unos bagres de casi un metro de largo y como de ocho libras. Salí adelante”, recuerda el anciano.
La hicotea es inquieta y muy ágil. Su caparazón es verde y presenta manchas de color amarillo y negro. Al alzarlas patalean sin parar, pero al sentir el contacto con el agua, se tranquilizan.
En hilera se fueron las casi veinte tortugas de distintos tamaños. El agua cálida de Yemaehuevo les dio la bienvenida y si contaban con suerte, este sería por años su nuevo hogar.
Con el deber cumplido la delegación regresó a Bucaramanga. El próximo en ser liberado en esta área de interés para la conservación será un perezoso, que tras ser enviado por Diana Caballero a un centro especial para la recuperación de esa especie en Medellín, regresa en busca de un nuevo hogar.
* 2.838 hectáreas es el territorio que cubre el complejo de humedales de ciénagas de Papayal, llamadas Yemaehuevo, El Paraíso o Pato, La Esperanza y Toquí, que hacen parte de la subcuenca baja del río Lebrija.