Guerreras y mamás en Santander
Levantarse. Hacer el desayuno, alistar la ropa, levantar a los niños, darles instrucciones para que se porten bien, para que le hagan caso a la abuelita que los está cuidando. Tomarse el café, prepararse para salir y despedirse de los seres queridos: una escena típica de cualquier mamá soltera y trabajadora.
Poner los pies en la calle y pensar en lo que podría deparar el día: una operación encubierta, cazar a un delincuente, el rescate de una persona que espera el momento en que ellas y el equipo del Gaula lleguen para devolverle su libertad.
A simple vista, en la calle, son dos mujeres normales que van en busca de su destino, pero en realidad son dos guerreras como el sol y la luna: la una reservada, la otra extrovertida; la una experta en destruir cualquier obstáculo, y la otra, enfocada francotiradora con nervios de acero.
Tan diferentes, pero con historias similares, Liliana y Natalia son expertas guerreras de día y mamás de noche. Hacen parte de un grupo élite de policías que entrenó hombro a hombro con los hombres más fuertes y valientes en las técnicas y estrategias para enfrentarse con peligrosos delincuentes y devolverles la libertad a los secuestrados.
Orgulloso de ellas, el Mayor Falla, del Gaula, explica que no titubea en enviarlas al frente de difíciles operaciones y señala que aunque a sus hombres les costó aceptarlas al principio, ahora no dudan de sus habilidades. Para Liliana y Natalia luchar está en su instinto.
“El año pasado hicimos una primera operación de infiltración rural. Teníamos ubicado un líder de extorsión y lanzamos una operación de infiltración para capturarlo. En esa operación iba Natalia. Ella entró al área de operaciones, desembarcó con todos los hombres, con el mismo equipo. Ella por ser mujer no carga menos. Es que si a ella se le acaba la munición uno no le va a decir, tenga, dispare la mía. Tuvo que caminar como cuatro o cinco horas entre el monte para lograr la ubicación para capturar al bandido”, comenta el Mayor Falla.
Natalia es extrovertida, aunque ella misma acepta que no hace muchos amigos por su carácter fuerte. No soporta las bromas machistas y asegura que no es tierna, que solo se derrite por su hija.
Las técnicas de combate
Liliana y Natalia comenzaron como patrulleras de policía, pero su deseo de ascender en la fuerza pública cruzó sus destinos para encontrarse como alumnas de un programa especial de entrenamiento que capacita a hombres y mujeres en las técnicas de comando.
No hay nada suave en el entrenamiento que tuvieron que vivir estas mujeres. Nadie fue condescendiente con ellas. Durante tres meses y medio lucharon en el Comando de Operaciones Especiales Antisecuestro por demostrar de qué son capaces, a pesar de que ambas tienen una contextura física delgada. En cada una de las pruebas se enfrentaban con dificultades más grandes y si se rendían, si no superaban sus miedos en cada una de las fases del entrenamiento, adiós. Y no hay segundas oportunidades. Era el todo por el todo.
Lo primero que enfrentaron estas mujeres al entrar al curso fue una rutina general de acondicionamiento físico, donde la idea es ir mejorando cada vez: si un día trotó un kilómetro, al día siguiente debe correr dos.
“Durante todo el tiempo es una constante el entrenamiento físico. A veces por embarradas el instructor ordena darle 10 vueltas a la cancha de fútbol en la noche y las mujeres van a la par con los hombres trotando con casco blindado, chaleco blindado, con fusil”, explica Falla.
La primera fase del curso es un entrenamiento en el manejo de pistola: armarla, desarmarla, volverla a armar cada vez más rápido posible y si se traba, no dudar, porque en la vida real el enemigo está al cruzar la puerta. En segundos deben arreglar el arma y volverla a armar.
La segunda fase es el manejo de fusil. Armar, desarmar, disparar a distancia y en una posición incómoda, y la tercera fase es una combinación de las dos. Al finalizar estas fases, Liliana y Natalia ya sabían cómo cambiar de arma si era necesario en un momento de presión.
“Enseguida viene otra semana que es la de ‘brecheo’, que son las tácticas para abrir puertas, ventanas o algún tipo de obstáculo que no permita ingresar a una locación, una casa, una liberación de rehenes, un allanamiento”, señala el Mayor Falla. En esto es experta Liliana.
Liliana es seria, tranquila, reservada, para nada “explosiva” en su temperamento. Pero sí, advierte Falla, va diciendo las cosas tal y como son, de frente.
Lilo, como le llaman en el Gaula, sabe manejar un ariete –el tubo que se ve en las películas-, sabe abrir una puerta con una especie de “pata de cabra”, y sabe utilizar una escopeta y una munición especial para disparar alrededor de una chapa y abrir la puerta. En segundos.
Luego de esta fase, viene la especialidad de Natalia. Ella es una TAP: tirador de alta precisión. Un francotirador utiliza un fusil especial, el AR10, y aprende no solo a tener precisión, también a trabajar en dúo para actuar como observadora y, de esta manera, comunicarse con el francotirador de turno, para avisarle la posición del blanco y la situación a su alrededor. En el Gaula, Natalia es observadora. Pero el Mayor asegura que de ser necesario, Natalia podría ir a una operación como francotiradora.
Pensar que este es el final del entrenamiento es un gran error: vienen las técnicas de camuflaje; la prueba en la cual, a una distancia de 400 metros, deben impactar con precisión un objetivo; la de operaciones rurales, donde aprenden que en el monte no pueden lavarse los dientes porque esto alerta al enemigo y la fase de operaciones helicoportadas, donde deben lanzarse al vacío a 13, 21 y 40 metros del suelo amarrados solo con cuerdas y a veces solo agarrados a ella. Natalia lloró cuando tuvo que hacerlo. Es lógico, no es de piedra. Pero al final lo hizo. Y ahora, asegura, ya no le teme a las alturas.
Lo que está en el corazón
En el entrenamiento, Natalia y Lilo también aprendieron de enfermería y derechos humanos. Y en el Gaula, aprendieron que todos hacen de todo y conocieron que el más grande sacrificio no está en abatir blancos, ni en dejar de bañarse o lavarse la boca cuando es necesario.
El más grande sacrificio es dejar a sus hijos en casa, a veces verlos solamente cada 15 días, pensar que no podrían estar con ellos para protegerlos, saber que tienen que delegarles esa función a los abuelos. Pero cuando un sueño llama en el corazón, hay que seguirlo, porque esa es la única manera de ser feliz.
Natalia, por ejemplo, empezó a estudiar ingeniería de petróleos en la UIS y a pesar de que su aspecto es delicado y su hablar suave, siempre quiso pertenecer a la milicia.
Para Liliana fue un poco más fácil porque su hermano es policía. Siempre fue su héroe. Y de niña veía las noticias de cómo el Gaula, en los noventa, rescataba a los secuestrados. Estar en el Gaula es un sueño hecho realidad para ellas y les gusta estar ahí. Cuando están frente a un objetivo no piensan en nada, están enfocadas y dejan que la adrenalina haga el resto.
Y cuando el sol se pone, solo son mamás.