Así se hace teatro en Bucaramanga sin ver el escenario
El escenario parece no tener fin para ellos. Cantan, bailan, se hacen bromas, discuten. Se pasean por las tablas con tal propiedad, que no hay espacio a las equivocaciones.
Como muchos afirman, jamás pensaron en actuar, pero lo hacen con tal naturalidad y coordinación, que no permiten que los espectadores se fijen en la oscuridad que ha atrapado a sus ojos.
Presentan la obra ‘El sueño de las Rosas’, una creación colectiva, cuyo guión y escenas fueron creadas bajo la técnica de la improvisación teatral. Los textos, las coreografías, el vestuario, la utilería y la música… Todo es resultado de un trabajo en equipo, de discutir durante horas, de escribir y reflejar los sentimientos dulces y amargos que guardan en sus corazones y su pensamiento, al no poder ver el mundo como lo hicieron alguna vez.
Es una catarsis, que se mezcla con las luces del escenario, el calor que emerge tras bambalinas y los más de 10 corazones que laten sin parar, porque el teatro también es una prueba.
Así como cuando transitan por la calle con el bastón y nadie respeta el espacio que un invidente recorre en las aceras. Como cuando se quiere cruzar un semáforo y no se escucha la voz amiga que diga: “yo le ayudo”, o cuando se le pregunta a alguien en el supermercado el valor de un artículo y nadie contesta.
Se apaga la luz para el público y un aplauso les anuncia que ya terminó la presentación. Se forman en línea y se toman de la mano. Liliana López Ibáñez, directora de la obra, les dice al odio que todo salió bien. Los gritos de emoción de familiares, amigos e invitados a la función les reiteran que superaron una prueba más. Ahora el reto es continuar y no desfallecer.
El proyecto
El grupo de teatro Isis nació en la Escuela Taller para Ciegos de Bucaramanga, Etaci, en marzo de 2013, dentro de un proyecto de formación artística patrocinado por Ecopetrol.
Siete meses de trabajo dieron como resultado la obra ‘El sueño de las Rosas’, obra que ha sido presentada en varias ocasiones en el auditorio Pedro Gómez Valderrama del Instituto Municipal de Cultura y Turismos, Imct, y la Universidad Pontificia Bolivariana de Bucaramanga.
Su próximo reto es la obra ‘Oiga, mire, vea’ –en realidad no saben si se llamará así–, con la que pretenden reflexionar sobre la polémica que causaron las afirmaciones de Maria Luisa Piraquive y su iglesia y la reacción de la sociedad colombiana frente a la discriminación de los seguidores del partido Mira.
La experiencia
En el año 2000, recuerda Lucía Blanco Valencia, su visión empezó a disminuir considerablemente. La atacó una infección que le deterioró la mácula del ojo izquierdo, llamada pananeuretis bilateral severa, y que luego pasó a su ojo derecho, hasta quedar en completa oscuridad.
“Me escondí de la familia, de los amigos, del mundo. No quería que me vieran, no quería asumir lo que me ocurría. No quise volver a trabajar y no hice nada, pero el día que quise tomar un número de celular y no pude hacerlo, tuve que reconocer que necesitaba ayuda”, comenta Lucía.
Así llegó a la Escuela Taller para Ciegos, donde comenzó el proceso “para incluirme de nuevo en la sociedad”. En la obra es Rosa, uno de los personajes principales.
Allí conoció a Jhon Henry Rincón Rueda, que pese a estar en el grupo asegura que nunca le ha gustado el teatro, que lo practica porque no tiene nada más que hacer. Sus compañeros no le creen y cada vez que él hace el comentario, todos estallan en carcajadas.
Desde hace dos años este técnico en servicios farmacéuticos perdió la visión, debido a una retinopatía diabética, causada por el deterioro de los vasos sanguíneos que irrigan la retina. “En 18 días se me fue la visión y perdí la función renal”, recuerda.
Además del teatro, a sus 27 años Jhon asegura de forma sarcástica que vive de su pensión.
“Trabajé mucho. Solo 20 días duré en la última empresa que me contrató”.
“¿Qué me ha dejado el teatro? El valor de la amistad. Soy de pocos amigos, entrego lealtad hasta que se me permita. Trato de ayudar dando consejos, porque económicamente no puedo (risas de todo el grupo)”, comenta.
El reto
Liliana López Ibáñez asegura que no tenía experiencia en el trabajo con personas en condición de discapacidad visual, pero aceptó el reto.
“Al principio tuve temor, sin embargo, me encontré con personas que me han enseñado mucho como profesional y ser humano. He tenido choques emocionales fuertes, pues uno no deja de ser sensible a lo que lo rodea”, comenta la actriz.
El sentido del humor y la espontaneidad son los motores de esta compañía de teatro, asegura su directora, sumado a ejercicios concretos como el manejo del espacio, el desplazamiento consciente, la creación de vínculos y el respeto por el otro.
“Trabajamos con desplazamientos técnicos, contando cada paso en el escenario, y el manejo corporal para saber hacía dónde girar el cuerpo. En el teatro se trabaja con un guión, pero en este caso nos reuníamos en mesa redonda y recitábamos los textos hasta aprenderlos. También nos apoyamos en el sistema braille”, relata Liliana López.
El esfuerzo recompensado
Erika Tatiana Sarmiento, de 24 años, otra de las integrantes de ‘Isis’ dice que nada le apena. “Como no veo, lo que pienso es que no me ven”, dice en medio de risas. “Recuerdo que cuando salí a escena y todo el mundo se quedó en silencio, pensé que era un ensayo. Cuando escuché los aplausos sí me dio susto”, relata.
Resalta la unión del grupo y todo lo que el teatro les ha aportado en este proceso. Es la referente de discapacidad en la Biblioteca Gabriel Turbay. Hace cuatro años perdió la visión, porque como afirma, “se ganó el Baloto” de la genética de su familia.
“Tengo tres enfermedades genéticas en la visión: retinosis pigmentaria, distrofia macular viteliforme de Best (enfermedad rara, que afecta a la mácula, la zona de la retina más sensible a la luz) y miopía. Nací con baja visión”, comenta.
Antes de llegar a Etaci, Erika era introvertida, pero al quedar invidente, su vida “explotó”.
“El doctor me dijo: “resígnese niña a quedar ciega, no se case y no tenga hijos”, pero luego cogí el bastón y mi vida cambió”, asegura.
Gustavo Rojas, de 34 años, vendedor ambulante y quien interpreta a un vendedor de empanadas y paletas en la obra, comenta que el teatro le ha abierto otras puertas, esas que le permitirán mostrarle a la sociedad “común y corriente” que sí se puede salir adelante.
“Camino por las calles de la ciudad vendiendo. Algunas personas me respetan otras me insultan, me dicen que me vaya, que no los joda. Yo les digo, bueno, muchas gracias y a la orden”, comenta en medio de risas. “Son cosas que se deben manejar y superar”, añade.
Erika reconoce su cambio de vida, no solo por el teatro sino por la experiencia que le ha significado vivir de por vida en la oscuridad.
“A veces creo que fue mejor haber quedado ciega: Uno valora más las cosas, no ve accidentes e injusticias. Uno se enamora de la persona como es y no por su físico. Y por último, cuando un ciego trabaja no lo hace en un 100%, sino en un 300%, porque nos tenemos que esforzar más”, concluye.