Un zapatero que inunda de color su taller
Don Miguel Villamizar es un zapatero bumangués que desde hace más de treinta años combina su oficio con la pintura. Trabaja en la mañana atendiendo a sus clientes del barrio la Concordia de Bucaramanga, que presurosos piden los arreglos de sus zapatos “para ya”, y dedica, por lo general, la tarde entera a la labor que más le gusta: pintar.
La zapatería de don Miguel es un pequeño taller dividido imaginariamente en dos secciones. En una de ellas se encuentran las herramientas para el arreglo de los zapatos, y en otra se halla un caballete con un cuadro en proceso, esperando la pincelada final. Pero todo el conjunto se fusiona de tal manera que al entrar nos sentimos dentro de una pintura. La luz natural entra por la puerta e inunda el lugar con la intensidad precisa, trasladándonos a un espacio surrealista y, una vez allí, don Miguel nos habla de lo mucho que le gustan los pintores impresionistas, cuenta anécdotas de Claude Monet, Édouard Manet, Auguste Renoir, Seurat, de quienes admira, especialmente, su rebeldía de salir del taller y pintar a la luz del día, en el campo.
Habla con tanta emoción que es inevitable recordar la inolvidable película ‘Midnight in Paris’, de Woody Allen. Es como si el taller de don Miguel fuera el carruaje misterioso que nos permite cruzar ese umbral invisible para conocer y vivir directamente la segunda mitad del siglo XIX en Europa –principalmente en Francia‒, aquella maravillosa época en la historia universal del arte.
Sus cuadros colgados muy juntos unos de otros parece que buscaran escalar la alta pared con la intención de dar cabida a cada nueva obra que va pintando. El estilo de sus pinturas es variado; hay pinturas surrealistas, abstractas, costumbristas, expresionistas, y todas contienen un mismo espíritu alegre, esperanzador. Recuerda con cariño y admiración no solo a maestros del arte universal, sino a otros que conoció personalmente, como Segundo Agelvis, Óscar Rodríguez Naranjo, Mario Hernández Prada y Guillermo Espinosa.
Las palabras de don Miguel son precisas: “Mire, esto de la pintura es una forma de felicidad; el arte nos ayuda a entender el mundo; nos hace más felices. Ojalá enseñaran pintura y dibujo desde la primaria; yo creo que, junto al deporte, esto nos permitiría acercarnos mejor a la ciencia, y, ahí sí, formar un país mejor, sobre todo en paz. ¡Mire lo bien que nos han dejado estos muchachos de la selección de fútbol, cuántas buenas lecciones nos enseñaron! Hay muchas personas que, como yo, pintan sin intención de ser famosas y de pronto ni de vender sus cuadros, pero que lo hacen para sentirse en paz consigo mismas y también con la idea de unir a la gente a través de la belleza, la alegría y los colores, y dar un poco de esperanza en el futuro. Yo preparo mis colores, los mezclo, y me siento como un alquimista, así que la paso muy bien, y quiero compartir mis pinturas con los demás. Quiero exponerlas, mostrarlas, para que ayuden a otros a ser felices”.
Escuchándolo, es inevitable recordar al ensayista suizo de la ‘filosofía cotidiana’, el doctor Alain de Botton, que en su libro ‘Art as a therapy’, coescrito con el historiador de arte John Armstrong, afirma que las obras maestras del arte ofrecen caminos para manejar tensiones individuales y brindan momentos para responder preguntas que diariamente nos hacemos: “Con el arte, tanto el artista como el espectador se pueden sentir menos tristes; mejora el estado de ánimo, nos hace maravillarnos del universo, nos recuerda la humanidad de los otros y los problemas que compartimos”.
Don Miguel continúa compartiendo sus reflexiones mientras las nubes van cubriendo el sol de la tarde y su último cuadro continúa esperando por otras cuantas pinceladas. Sus palabras nos confirman que muchos son los artistas que de manera anónima pintan, otros escriben, hacen teatro, crean música, etc., y están convencidos de brindar conocimiento, esperanza y felicidad a través de sus obras. Son jóvenes, mujeres y hombres que desean y trabajan por un país mejor. Este no es más que un homenaje y un reconocimiento a todos ellos.