Cuando el arte no se limita a hablar de belleza
¿En qué pensamos cuando en Colombia se nos habla de ‘conflicto’? Pareciera que, como en décadas pasadas, aunque no superadas–lo que es evidente–, podemos pensarlo con ‘c’ mayúscula, así, ‘Conflicto’. No hay dudas: sabemos que alude a esta guerra intestina que, como bien se ha repetido en los últimos meses por cuenta de los diálogos de paz del Gobierno con las guerrillas –primero de las Farc y más recientemente con el Eln, gracias al interés que este último ha manifestado en adherirse a una eventual negociación–, tiene ya cinco décadas de existencia. O casi dos más, si nos situamos en el periodo de las guerrillas liberales, a mediados de la década de los años cuarenta, cuando se empieza a configurar el periodo conocido como La Violencia, porque para sus efectos guerra es guerra, y este ‘conflicto’ es una etapa más.
No sabemos, y quizá no lo averiguaremos nunca, la magnitud del daño que, en todos los ámbitos, ha ocasionado el conflicto interno armado, de qué manera ha afectado la economía, el desarrollo agrícola, la industria, la salud, la educación y, en el centro de todo ello, cómo nos ha afectado a los seres humanos que habitamos este país, el modo en que ha moldeado nuestra sensibilidad (¿o insensibilidad?), cómo ha modelado nuestra autopercepción como pueblo, nuestros imaginarios colectivos, y como individuos, el derrotero que han seguido nuestras vidas, las decisiones, pequeñas o grandes, que en determinado momento hemos tomado temiendo que podamos ser víctimas de algún actor armado, o cuando se lo ha sido. A estas alturas muy seguramente todos hemos sido afectados, directa o indirectamente, por la guerra; muchos no conocemos, en carne propia, un tiempo anterior a la violencia: somos hijos y nietos de esta realidad.
Pues bien, entre la miríada de personajes que de una u otra manera se han interesado por conocer, comprender, estudiar, investigar, teorizar, denunciar, combatir o visibilizar el conflicto, están los artistas, quienes, haciendo uso de las herramientas propias de su quehacer y de los mecanismos que para “hacer arte” ofrece nuestra sociedad, han emprendido la tarea de hablar de la guerra, e, incluso, de tratar de combatir sus secuelas. En este “ejército cultural” (parafraseando a Mao Tse Tung) se han alistado músicos, escritores, pintores, escultores, cineastas, dramaturgos, bailarines y artistas visuales, con o sin títulos académicos, buscando, desde el uso de lo simbólico que le confiere esa cualidad especial al arte, contribuir de manera positiva y propositiva a afrontarla guerra.
¿De qué manera se logra esto? ¿Tiene el artista la potestad o el deber de transformar la realidad? ¿Qué podemos esperar del arte, en abstracto, y del artista en concreto, en una situación de conflicto, de guerra, de violencia armada? Que alce la voz, como muchos ciudadanos del común no lo hacen. Que señalen, que contribuyan a hacer visible lo invisible, a forjar una verdad diferente de la que nos han mostrado los medios de comunicación y el Estado, que nos ayuden a recuperar y reconstruir la memoria, a poner de presente la magnitud de los hechos, a reconstruir el tejido social, a recobrar la esperanza, a transformar la realidad, a crear conciencia y generar alternativas de vida, a darle voz a las víctimas. Se espera de los artistas que no se limiten a reproducir la realidad –que para eso tenemos los noticieros–, que no dejen desaparecer en la inmediatez del horror y el tedio de lo cotidiano lo que viven millones de colombianos cada día, especialmente en las zonas rurales, que nos ayuden a tomar conciencia de lo que sucede en nuestro país, de lo grave y lo real que es, que nos pongan a pensar, a reflexionar, a contar, que nos empujen lejos del cerco de la apatía y la indiferencia, del “no mire, siga”, como lo expresó la maestra Nancy Ospina. O que sean capaces de sembrar sonrisas en un pueblo desolado por una masacre, como lo hace el gestor cultural Jorge Galvis.
Pareciera que les estamos pidiendo lo imposible, pero no. Es lo que ellos mismos expresan sobre su quehacer. Es lo que nos contaron en el foro, en el que no solo faltó tiempo para seguir hablando de este tema crucial que atraviesa nuestro ethos como nación, sino que se sumaran las voces de músicos, literatos, teatreros…; porque no solo las artes plásticas se han ocupado del conflicto, como sostuvo, reiteradamente, el maestro Germán Toloza.
El foro, en la Casa del Libro Total, fue moderado por la antropóloga y especialista en gestión de recursos Catalina Ceballos, subgerente de radio del Sistema de Medios Públicos Señal, y contó con la participación de los maestros en artes plásticas Nancy Ospina y Germán Toloza, de Bucaramanga, y el gestor cultural y profesor de danzas y percusión folclórica Jorge Galvis, de Barrancabermeja.