Adrián siempre ha sido un hombre de contextura gruesa, cuerpo tonificado y marcado por el ejercicio que comenzó a temprana edad, de ojos verdes, facciones finas, y sensuales movimientos que practicaba frente al espejo de un gimnasio todas las tardes.
Su profesión, al igual que otras, necesitaba tiempo, esfuerzo y debía cumplir ciertos requisitos que lo convertirían en un deseable hombre de compañía. Para llegar a serlo, su mejor amigo Eduardo, un veterano de las mil guerras en este oficio, se encargó de mostrarle las recompensas del trabajo, y los errores que nunca debía cometer.
La primera presentación de Adrián fue en la despedida de soltera de una mujer adinerada. Allí bailó y se desnudó para el eufórico grupo de damas quienes encantadas pidieron que el ‘show’ lo hicieran el par de amigos, ofreciéndoles un pago extra.
“Esa noche me presenté, y asumí que lo hicimos bien, porque nos tocó repetir el espectáculo varias veces. De ahí salieron algunas propuestas, incluso la novia entró en el grupo de las interesadas”, dijo Adrián con una sonrisa pícara por el recuerdo.
¿Qué vamos a hacer después de que la fiesta termine? ¿Quiere que lo invite a hacer otra cosa? ¿Le gustaría pasar más tiempo a solas conmigo? Fueron algunas de las ofertas que al oído y entre breves abrazos le hacían las mujeres en esta, su primera vez. “Esa noche concretamos cuatro servicios, escuchamos a las interesadas y nos fuimos con la mejor opción, cada uno cobró $80.000 adicionales”.
A partir de ese inolvidable momento, Adrián alternó su oficio de obrero con el de gigoló y sus rutinas en el gimnasio. “Mi tiempo lo ocupé en esas actividades, se me facilitó que no estudiaba porque me echaron del colegio a los 13 años, mi papá no me quiso pagar más el estudio y como yo era rebelde salí a ‘camellar’ para no depender de mi familia, eso me llevó a muchas cosas, entre esas esto”.
Su popularidad entre las mujeres de estratos altos aumentaba al igual que sus contratos, gracias a la efectiva publicidad que le hacía Paola, su ‘manager’, a quien también conoció casualmente en el gimnasio. De lunes a jueves llegaba a atender entre 2 y 3 servicios, y los fines de semana de 3 a 5.
¿Cuánto dinero se hacía?
“A veces salíamos corriendo de un servicio para otro, y si alguna mujer quería un acompañamiento especial debía esperar a que nos presentáramos en el otro lado, porque los compromisos se hacían por anticipado y se agendaban. Como yo era un pollo disfrutaba y gozaba lo que hacía, era sensacional”.
Precisamente esa juventud y pasión que proyectaba Adrián era lo que más le atraía a sus clientas, pero también el error que lo condenaría el mundo carnal, complaciente y agitado.
Las necesidades que impulsan a una mujer, ya sea soltera o comprometida a estar con un gigoló son únicas y diversas, pero las que sorprendieron y marcaron a Adrián fueron las de tres particulares damas de la sociedad cucuteña.
La primera no vivía en la ciudad, venía solo por negocios. Ella dejaba que su caballero de compañía utilizara tranquilamente sus carros y su apartamento, hasta que un día, cuando pararon en un semáforo, él se quedó viendo a un par de muchachas que pasaron, lo que desató la furia de su clienta, quien lo golpeó y bajó en plena calle de su vehículo, alegándole que él le debía respeto porque ella pagaba por que él fuera un accesorio más que la hiciera lucir bella y que manejara a su antojo.
Tiempo después conoció a una joven hermosa y millonaria que tenía la vida perfecta con su esposo también joven, guapo y con dinero. El problema era que su exceso de caballerosidad y sobreprotección la asfixiaban. “Ella no era feliz porque su marido pagara absolutamente todo, desde un par de medias, ella quería gastar su dinero y por eso lo hacía en mí, para saciar este vacío. Pero todo terminó el día en que decidí pagar la cuenta de un café”, apuntó.
La tercera y última fue la que determinó que saliera abruptamente del negocio después de seis años. Brigith conoció a Adrián mientras trabajaba en su fiesta de soltera. La química surgió de inmediato, ella lo invitó a su boda y siguió requiriendo sus servicios cada vez que su esposo viajaba.
En una de esas salidas Brigith lo invitó junto con Paola (manager) a tomarse unas cervezas en su lugar favorito, pero su marido apareció de la nada y acabó con la fiesta. Él se la llevó a la fuerza a su casa. Al siguiente día, Adrián recibió una llamada de su manager alertándolo que el marido celoso había descubierto la infidelidad e iba a buscarlo para matarlo.
Adrián salió en su moto y con el dinero que tenía, llegó a Pamplona y de ahí se montó en un bus a Pasto, Nariño, para esperar que todo se tranquilizara. Pero esto no fue posible durante siete años, porque resultó que se había metido con un narcotraficante, quien se encargó de desaparecer a su infiel esposa y a su cómplice Paola, luego de corroborar la infidelidad.
Fugitivo, en un lugar extraño para él, intentó seguir con su negocio, pero desistió al ver que no tenía ningún contacto y entonces se dedicó a ser mesero en un restaurante. En una llamada a su familia se enteró que el hombre que lo amenazó había sido asesinado, y luego de comprobar la noticia decidió volver a Cúcuta.
Actualmente Adrián se graduó de Administrador de empresas y labora para una reconocida empresa pública de la región, tiene tres hijos y una amorosa esposa.
“Me gustaría volver a tener mis clientas, aunque sería más selecto, es algo que no descarto. Sin duda, volvería a ser gigoló porque es algo que disfruto”.
Seductor, arriesgado y adictivo es el trabajo de un gigoló, quien se encarga de satisfacer la carga sexual y emocional de una mujer, o como él prefiere llamarlas, sus clientas.