Hormonas femeninas, un verdadero coctel Molotov
La Universidad de Cornell en Estados Unidos dio su veredicto: el cerebro femenino se ‘ajusta’ a los altibajos hormonales para sopesar las consecuencias que estos nos dejan durante el ciclo menstrual. Una razón que, de paso, explica por qué no todas reaccionamos igual en esta fase.
El ciclo menstrual es apenas una de las etapas –pero sí la más larga- en la que somos ‘víctimas’ de esas volubles fórmulas en que se mezclan sustancias tan importantes para nosotras como el estrógeno, la progesterona y la prolactina –solo por nombrar algunas-, pues ya sea en nuestro embarazo, menopausia o sujetas al consumo de algunos medicamentos –como la píldora del día después y los anticonceptivos-, las hormonas no paran de subir o bajar.
Naturalmente, antes de hablar de estas ‘traviesas combinaciones’ debemos aclarar qué son y por qué las necesitamos. Se supone que las hormonas actúan como mensajeras químicas que llevan y traen importante información para el funcionamiento neurológico, inmunológico y endocrino, tres aspectos que repercuten en todas las acciones que se dan en nuestro cuerpo.
Así que respuestas tan cotidianas como el miedo, la alegría y la irritación son producto de ellas. Y otras menos inmediatas -como las encargadas de la nutrición, el metabolismo, el crecimiento y la reproducción- también.
Su producción se da a través de partes del cuerpo como la glándula pineal, la pituitaria, la tiroides, el hipotálamo y los ovarios, entre otros, por lo que su inadecuado funcionamiento también puede ponernos a hacer maromas emocionales.
Pensando en un estado de salud más o menos normal, los cambios hormonales se dan en la vida femenina en tres momentos clave: la pubertad, el embarazo y la menopausia.
¿Qué pasa con nosotras mientras tanto? ¿Cuáles son las hormonas que nos ponen hipersensibles o irritables? ¿Qué podemos hacer para que no nos den tan duro? Son algunas de las cuestiones que la doctora Beatriz Suárez, ginecóloga endocrinóloga, nos ayudará a desentrañar.
Hormonas que nos hacen apasionadas
En la pubertad, los cambios hormonales son consecuencia de la maduración conjunta del hipotálamo, la hipófisis y los ovarios. Poniéndolo en términos más fáciles: en el sistema nervioso central todo comienza a cambiar, pues el cuerpo se prepara para prolongar la raza y convertirnos en mujeres fértiles, para lo cual se necesita más cantidad de estrógeno y progesterona.
En esta etapa, generalmente comprendida entre los ocho y trece años, el cuerpo adquiere las características exclusivamente femeninas de las cuales ya todas sabemos. Menos evidente es el aumento en la vascularización de los labios mayores y la estrogenización de la mucosa vaginal, ocasionando un cambio en el ph.
Pronto se da la primera menstruación, conocida también como menarquia, que en los últimos años ha estado ocurriendo en niñas cada vez más pequeñas (ocho o nueve años).
Una vez entrada en esta etapa, la mujer se enfrenta a un ciclo hormonal de 28 días (generalmente), el cual tiene dos fases delimitadas más o menos hacia el día catorce por la ovulación.
En la primera fase (estrogénica) nos preparamos para ovular, así que no se nos haga raro que nuestro deseo aumente y seamos más sensibles a los ‘cariñitos’ de la pareja (el estrógeno aumenta considerablemente). También estamos libres de dolores, irascibilidad o hinchazones, situación que empieza a cambiar una vez llegamos a la mitad del ciclo.
Luego de ovular aumenta la producción de progesterona, encargada de regir la segunda fase del ciclo (progestacional). Si no hemos quedado embarazadas, esta hormona se mantiene arriba unos quince días y baja para permitir que el ciclo se repita. Pero antes de que esto suceda, habrá causado aumento en nuestra temperatura corporal, metabolismo lento, aumento en la retención de líquidos y resequedad vaginal.
Nueve meses de vaivenes
¿Embarazo? Entonces debemos estar muy bien preparadas para lo que se viene en los siguientes nueve meses, pues la gestación es tal vez la época de la vida en que hay mayor actividad hormonal en menor tiempo.
Para comenzar, la progesterona que aumenta en la fase progestacional del ciclo menstrual no desciende; se mantiene para permitir la nutrición del nuevo ser. Y esto ocurre gracias a la producción de gonadotrofina coriónica (HCG), ‘autora material’ de los vómitos y mareos que suelen acompañar los tres primeros meses.
Todo este ‘tejemaneje hormonal’ nos hace ansiosas, sensibles, irritables, miedosas por el reto que nos aguarda, y ello termina en un estado anímico impredecible y en muy poca receptividad para intimar con la pareja.
Pero una vez termine este periodo, los niveles hormonales se habrán estabilizado, aunque para el segundo trimestre el cuerpo aumentará vertiginosamente la producción de prolactina, hormona que nos permitirá amamantar al bebé y dormir más livianamente para poder cuidarlo.
También seremos una fábrica ambulante de oxitocina, que entre otras funciones ayuda a tener un nivel de contracciones correcto en el momento del parto.
El segundo trimestre suele ser el más tranquilo y plácido del embarazo, pues ya nos habremos adaptado a la nueva noticia y esto repercutirá directamente en el proceso.
Los últimos tres meses seremos testigos de cómo las dimensiones de nuestro cuerpo pueden aumentar. Dado el peso de la panza, no podremos dormir bien, nos dolerá la espalda y el cansancio se acrecentará vertiginosamente. También habrá algo de tensión por la cercanía del parto, pero ya estaremos cerca de bajarnos de semejante montaña rusa emocional.
¡Adiós a las visitas mensuales!
Así como en la pubertad el nivel de hormonas sexuales aumenta, en la menopausia bajan en picada. La razón: el cuerpo nos está comunicando que llegó a su fin la fertilidad, por lo que no volveremos a saber de ovulaciones o visitas mensuales molestas.
Pero la poca producción de estrógeno trae consigo otras secuelas conocidas: la piel y el pelo se resecan con facilidad, la grasa localizada comienza a hacerse más abundante y las cantidades de calcio almacenadas en los huesos descienden, ocasionando no pocas veces la temida osteoporosis.
Las enfermedades asociadas a desórdenes en la tiroides (como el hipotiroidismo y el hipertiroidismo) se pueden volver comunes. La razón es que las hormonas reproductivas y tiroideas interactúan a lo largo de la vida, dinámica que podría alterarse al descender los estrógenos y la progesterona.
Generalmente la premenopausia comienza a eso de los cuarenta y cinco años. Si usted ya la ha vivido, sabrá que es una época en la que es muy fácil sentir desasosiego, irritabilidad y unos aumentos en la temperatura corporal que nos hacen sentir muy abochornadas. Todo esto por el nuevo yo-yo hormonal que se activa.
Las nuevas alteraciones
Pero así como las distintas etapas que mencionamos son épocas de alteraciones hormonales, tanto hombres como mujeres habitamos en un mundo donde todavía no sabemos a ciencia cierta cuántos de los productos que usamos son capaces de afectar el equilibrio hormonal.
De hecho, hasta ahora está cobrando cierta popularidad el término ‘disruptor endocrino’, el cual ha sido endosado a aquellas sustancias químicas capaces de desestabilizar el equilibrio hormonal natural. Al imitar el efecto de las hormonas en el cuerpo, estas sustancias suelen alterar funciones como el crecimiento y la reproducción sexual.
Lo más alarmante es que no resulta fácil mantenerse al margen de ellos, pues de acuerdo con las investigaciones adelantadas, los disruptores hormonales están presentes en alimentos, productos de limpieza o higiene personal, y de construcción y decoración, entre otros.
Estos mismos estudios han determinado que además de afectar la fertilidad y el crecimiento, producen trastornos en el metabolismo, alteraciones neurológicas, problemas cardiovasculares y enfermedades degenerativas como el Parkinson.
Dando la batalla
Ahora conocemos los muchos retos que, ‘gracias’ a las hormonas, afrontamos como mujeres a lo largo de la vida. Pero saber cómo ayudarnos para que no nos den tan duro, es fundamental.
Independientemente de la etapa en la que estemos, alimentarnos bien, hacer ejercicio y evitar el alcohol y el tabaco es parte del plan.
- La actividad física mejora la secreción de endorfinas, sustancias responsables del bienestar y el placer. Y según recientes investigaciones, también influiría en un posible exceso de estrógeno en la sangre, lo cual nos podría dar unos kilitos de más.
- Consumir vitamina B6, ayuda a combatir la posible depresión que traen ciertos cambios hormonales. La razón es que este componente influye en la producción de serotonina.
- Comer más frecuentemente puede ser de gran ayuda durante el Síndrome Premenstrual (por supuesto sin exagerar en las porciones), pues durante este tiempo muchas mujeres suelen tener los niveles de glucosa en la sangre muy bajos, lo cual influye en la secreción de cortisol, y por consiguiente, en el aumento del estrés.
- En varios estudios se ha relacionado el consumo excesivo de café, y otras bebidas con cafeína, con la inflamación de los senos, los cambios de humor y la ansiedad.
- Según la Universidad de Massachusetts, tomar abundante vitamina D y calcio disminuye los síntomas asociados al ciclo menstrual.
- Consuma alimentos con fitoestrógenos. Algunos de ellos: cerezas, manzanas, arroz, ñame, algas, maní y lentejas.
- Aunque suene un poco raro, escribir en una libreta o diario cómo nos sentimos es de gran ayuda en las tres etapas que mencionamos. La píldora… mejor después
Se ha demostrado cómo las mujeres están dos veces más predispuestas a manifestar ansiedad y depresión que los hombres. Y esta predisposición es mucho más clara desde la pubertad hasta la menopausia, cuando se registran varios cambios en la producción de estrógeno, pues esta hormona influye mucho en el funcionamiento del sistema nervioso central.
Al parecer, en mujeres que ya pasaron por la menopausia, el estrógeno podría mejorar su estado de ánimo y elevar la energía, pero en otros casos generaría efectos contrarios, como sentir temor o ansiedad. Dejando claro que su impacto es impredecible y varía de mujer a mujer.
De acuerdo con esto, hay mujeres que se preguntan cómo las afecta tomar pastillas con altas concentraciones hormonales -como la píldora del día después-, sobre todo cuando son adolescentes.
Pues sucede que la adolescencia es una época de cambios profundos, en la cual el cerebro renueva sus estructuras decisivas, provocando entre otras cosas, el perfeccionamiento de las facultades cognitivas. Y son las hormonas las encargadas de regular la rapidez con que estos cambios se producen. Así que cambiar los niveles de estrógeno en esta época supone un riesgo considerable.