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Bucaramanga
Lunes 18 de marzo de 2019 - 12:00 PM

Así es el trabajo de barrer cuatro kilómetros en las calles de Bucaramanga

Seguramente muchos nos hemos quejado cuando nos toca hacer oficio en la casa. Pero barrer las habitaciones, la sala y el comedor, no se compara con los cuatro kilómetros que todos los días tiene que barrer un escobita al rayo del sol.

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Me puse en los zapatos de una ‘escobita’ de Bucaramanga. Conozca cómo es esta labor. (Foto: Jaime Del Río /VANGUARDIA LIBERAL)
Me puse en los zapatos de una ‘escobita’ de Bucaramanga. Conozca cómo es esta labor. (Foto: Jaime Del Río /VANGUARDIA LIBERAL)

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Me puse en los zapatos de una ‘escobita’ de Bucaramanga. Conozca cómo es esta labor. (Foto: Jaime Del Río /VANGUARDIA LIBERAL)

Armada con una escoba que mide casi 1.80, más alta que yo, comprobé lo duro que es este trabajo.

Confieso que iba relajada, pensaba que me tocaría barrer como en casa, solo que por unas horas prolongadas. Pero no fue así y terminé llevándome una lección de vida.

Lo primero fue madrugar, mi despertador sonó a las 4:00 de la mañana y en cuestión de minutos tuve que ducharme, vestirme y salir sin desayunar porque ya iba sobre el tiempo. Me esperaba, como suele ser, una odisea para subirme a un bus de Metrolínea que me dejara en la carrera 33 con calle 45, de Bucaramanga, donde me citaron.

Eran las 5:30 de la mañana y mientras muchos dormían o apenas despertaban, los ‘escobitas’ de la asociación Ciudad Brillante ya estábamos más que listos para iniciar nuestra labor. Todos llegamos a tiempo y mientras esperaba las indicaciones para empezar, me tomaron de la mano, me dijeron que cerrara los ojos y los acompañara en una oración.

Impecables de pies a cabeza

Cada uno portaba su traje impecable: jean, camisa manga larga, gorra, gafas, botas negras, tapabocas y un par de guantes de protección. Por su puesto ninguno olvidó la escoba, las bolsas para la basura y el recogedor.

Nuestro punto de encuentro fue el Parque San Pío. Allí, la jefe de operación de Ciudad Brillante, Odilia Carreño, dio unas instrucciones y me presentó.

De inmediato me entregaron el uniforme y con voz de mando me asignó la ruta que debía realizar. Aunque no era la primera vez que cogía una escoba y un recogedor, fue necesario que Eslendy Ríos Herrera, de 20 años, fuera mi guía y consejera.

La orden consistió en barrer desde la carrera 33 hasta la 27 entre calles 45 y 42, es decir, por los alrededores del parque Las Palmas.

A las 6:00 en punto de la mañana Eslendy y yo salimos a barrer. Ella, ordenada y ágil empezó a limpiar el lado derecho de la calle. Mientras avanzaba yo intentaba imitarla en el lado opuesto; la idea era hacer el trabajo al mismo ritmo.

Mi pelea con la escoba

Fue complicado. La escoba no era como las que se usan generalmente, ésta era más grande, medía casi 1.80, y pesaba como 15 kilos. Debía cogerle la ‘maña’ para barrer con rapidez porque cuatro kilómetros de calle era lo que nos esperaba.

No hallaba si barrer con la escoba de lado o de frente. Además, para recoger la basura también debía tenerle el ‘tiro’. Incluso, muchas veces no recogía bien los residuos y optaba por agacharme para hacerlo con la mano. Al principio todo me daba asco.

Para barrer con esa pesada y grande escoba debía tener más fuerza, no estaba barriendo una baldosa, sino el cemento. ¿Lo ha intentado? A veces, -literalmente- las escobas se quedan pegadas al piso.

Además de lidiar con la escoba, empecé a sudar. Quería sacarme la camisa pero por orden de la jefe no podía dejarla fuera del pantalón. Con cada ‘escobazo’ sentía que empleaba la fuerza como para dar un puño. Como si fuera poco el tapabocas no me lo había puesto bien y se me caía, por eso debía acomodármelo cada dos minutos.

Al rato, un poco tímida pero generosa, mi compañera Eslendy se acercó y me ayudó a ponerlo de tal manera que no se cayera. También me enseñó cómo coger la escoba, el recogedor y me aconsejó cómo hacer de mi trabajo algo más práctico.

“Es mejor que acumule la basura en un punto y luego la recoja”, “no se agache tanto porque le va a quedar doliendo la espalda” o “si va a cerrar las bolsas de la basura es mejor que se quite por lo menos un guante, si lo intenta con ellos puestos será más difícil”, decía.

En todo tenía razón, y aunque a veces parecían comentarios simples y que por ‘lógica’ debía saber y aplicar, la ‘gigante’ escoba me complicaba todo.

Tanta era la fuerza que hacía para barrer que a la hora tuve que quitarme los guantes porque no soportaba el dolor en mi mano derecha. Estaba roja, a punto de hacerse una ampolla entre el dedo pulgar y el índice.

Barrer, barrer y barrer

Barrimos de corrido hasta las 9:00 de la mañana. Tomamos un descanso de 15 minutos pero Eslendy solo tenía ganas de seguir con su labor. Y mientras ella quería retomar, confieso que yo lo pensaba más de dos veces.

“A veces prefiero solo descansar a las 12:00 del mediodía. Siempre el trabajo es bastante y no me gusta irme tarde”, expresaba.

Volvimos al ruedo y cerca de la funeraria San Pedro el trabajo fue eterno. Para los conductores era como si uno no existiera, pasaban tan rápido y pegado al andén que a duras penas uno podía barrer.

Tuve que parar varias veces, subirme a la acera y desde ahí recoger el montón de hojas que caían de los árboles. Lo que más había en la calle eran colillas de cigarrillo y vasos de tinto, además de papeles y bolsas.

Y como suele ocurrir cuando uno hace aseo en la casa, que le pega el grito a quien hace el desorden o pisa el suelo recién trapeado, quería regañar a todos los que habían botado los cientos de colillas, vasos de tinto, papeles y bolsas. Solo que aquí ya no había nadie, y lo máximo que pude hacer fue la promesa de que nunca en mi vida arrojaría un papel a la calle.

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-¿Qué pasa si uno no barre bien?

-“Nos pueden devolver”, contestó Eslendy.

Seguimos sin parar. Cruzábamos pocas palabras porque el deber nos llamaba. Así duramos dos horas seguidas.

Faltaba poco para que se acabara la jornada y yo solo preguntaba cuántas cuadras quedaban.

En ese momento unos trabajadores de un restaurante reconocido de la ciudad nos regalaron dos vasos de limonada. Tenía tanta sed que fue como apagar un incendio. Solo en ese instante sentí que nuestra labor fue reconocida.

Eslendy, una guerrera de la vida

A escasas dos horas de terminar, pude entablar una buena conversación con Eslendy, mi compañera. Cansadas pero con ánimos de acabar e ir a descansar, hicimos el rato un poco más ameno.

Me contó que en este trabajo ha encontrado la manera de rehacer su vida después de varios episodios que la marcaron para siempre.

Desde pequeña, exactamente a sus seis años, quedó sin su madre. “Ella salió de fiesta con un novio y tras un altercado él la mató. Eso fue un 22 de diciembre y la enterramos un 24”, contó.

A raíz de esa partida quedó a cargo de su abuela pero, lastimosamente, cuando ella tenía escasos 13 años, también falleció. A su padre no lo recuerda.

“Yo quedé prácticamente sola, por eso dejé el estudio, solo hice hasta cuarto primaria. Estuve en la calle porque no tenía a nadie que me cuidara como se debía. Hace dos años busqué algo qué hacer y encontré la labor de las ‘escobitas’”, mencionó.

Aunque estuvo un tiempo laborando en Ciudad Brillante, ella luego desistió. Hace menos de un mes, agregó esta joven de piel morena y quien mide un poco más de 1.50, decidió volver porque quería ser alguien en la vida. “Ahorita deseo ahorrar para estudiar así sea una tecnología, comprarme ropita y también, si Dios quiere, viajar. Quiero conocer el mar”.

Su mirada solo transmite humildad. Y aunque esté prácticamente sola, se le notan las ganas de luchar.

A una cuadra de acabar la jornada, y cuando ya habíamos llenado más de 16 bolsas de basura, su agradecimiento me estremeció el alma: “Gracias por ayudarme a barrer, pensé que no lo iba a hacer”.

Según ella ésta no es una labor que la comunidad admire, pues “a la gente no es que le importe mucho lo que hacemos. Cuando uno barre, a los dos minutos, fijo ya alguien ha tirado algo al piso”, mencionó.

Esta fue mi lección

Después de esta larga jornada sólo deseaba regresar a mi casa. Me sentía agotada.

Me despedí de mi compañera Eslendy y de inmediato me quite el uniforme. Luego de ocho horas de trabajo y de estar ‘atrapada’ en un caluroso traje mi cuerpo solo quería sentir el rose del viento. Ese instante, para mí, fue glorioso.

De inmediato busqué una parada de Metrolínea para coger el bus que me llevaría a casa.

No sé si por el mismo desespero de querer llegar y acostarme en mi cama comenzaban a aparecer ciertos dolores en mi cuerpo. El más fuerte, recuerdo, fue en el brazo izquierdo. Por eso, una vez me subí al bus, me senté e intenté no moverme, ni siquiera para contestar una llamada.

También sentía que mis pies ‘palpitaban’ dentro de mis zapatos y tenía un leve dolor en mi espalda. La sed que tenía era impresionante.

Pero ahí no paró todo. Cuando toqué mi cara estaba rasposa por el polvo. Mis uñas, a pesar de que usé guantes, también estaban sucias.

Ahora puedo decir que, a pesar de esas molestias, ponerme en los zapatos de Eslendy, una de las 197 ‘escobitas’ que barren 21.863 kilómetros de calle al mes, fue un honor. Aunque para muchos suele pasar desapercibida esta labor, para mi es una de las maneras más honestas de trabajar y, por qué no, salir adelante.

Dato

De las 197 ‘escobitas’ que hay en la ciudad, 90 hacen parte de la asociación Ciudad Brillante y 107 de la cooperativa Bello Renacer. Ambas empresas trabajan de la mano con la Emab con el fin de beneficiar a más de 138 mil usuarios de Bucaramanga.

Los operarios de las dos corporaciones tienen edades entre los 18 y 60 años.

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Publicado por María Alejandra Morales M

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