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Lunes 11 de diciembre de 2017 - 12:00 PM

El legado de Pelusa, la labradora rescatista de Santander

No todos los perros tienen la fortuna, la genética o la habilidad para ser rescatistas y localizadores de víctimas. Pelusa, una labradora incansable, no solo lo fue, sino que marcó la pauta para los que hay ahora y para los que vienen.

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El legado de Pelusa
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El legado de Pelusa

Conocer el mar. Eso fue lo único que le faltó hacer a Pelusa antes de irse, no solo porque le encantaba el agua, sino porque se emocionaba solo con verlo en fotos. El resto de actividades perrunas “normales” y “fáciles” como buscar cuerpos en medio de avalanchas, detectar vida en medio del desastre como si fuera un detective y sobrevolar lugares afectados por olas invernales o deslizamientos de tierra, las hizo sin ningún problema. También era capaz de llevar a cabo misiones tan difíciles para su especie como dormir todo el día, cazar moscas, echarse boca arriba para que le consintieran la panza y poner cara de borrego para recibir bocados de la comida de los humanos.

A finales de noviembre falleció debido a un problema hormonal y un sangrado vaginal que no fue posible detener; pero, a pesar de la tristeza y el vacío que deja, el Comité Canino no ve su partida como un adiós sino como un hasta siempre que les va a permitir mantener el grupo por mucho tiempo, pues gracias a ella hoy existen.

Otra Pelusa en la Defensa Civil

Pelusa era el “nombre” de una camioneta Chevrolet LUV dorada que tenía uno de los voluntarios más antiguos de la Defensa Civil de Santander. En ella recogieron, en 2009, a una perra labradora, que aunque no era totalmente pura en su raza, no tenía nada que envidiarle al color del vehículo, porque el dorado de su pelaje brillaba más a pesar del encierro.

Estaba en un cuadrado de metro por metro, con algunas magulladuras en las extremidades y unos kilos menos, en la casa de otro voluntario, quien la había tenido algunos años pero ya no podía más.

“No sé dónde la vamos a meter, pero llévese a esa perra ya”, le dijo Jorge Villamizar, el dueño de la camioneta a Carolina Ardila Martínez, otra voluntaria de la Defensa Civil.

Habían ido a buscar al animal, porque después en una capacitación que tuvo Carolina en Bogotá sobre rescate y localización de víctimas le dijeron que la próxima etapa era con un perro y que si no contaban con uno en su ciudad, mejor no volviera.

Y entonces ahí estaba, con una perra que abarcaba la mitad del sillón de la camioneta y cero ideas sobre cómo iba a mantenerla y dónde iba a tenerla, pues ni ella ni la entidad tenían presupuesto para eso. Lo único que sabía era que se iba a llamar Pelusa, también.

La sede de la Defensa Civil, ubicada en la Calle 53 con carrera 17, fue el primer hogar de la recién adoptada, pese a la resistencia de muchos que pensaban que si no tenían ni para los uniformes e implementos del equipo, mucho menos para mantener a un animal de esos. Pero al tiempo que la casi labradora movía la cola, todos fueron cediendo.

“Pelusa fue la que logró que el grupo se integrara. Llegar a la sede era otro paseo desde que ella llegó. Todos nos empezamos a preocupar por conseguir comida, por buscar lugares para entrenarla, por ayudar a consolidar el grupo de rescate canino. Ella fue la que motivó todo eso y por lo tanton nos unió en un mismo objetivo”, cuenta Jorge “Tío” Villamizar, como es conocido dentro de la Defensa Civil.

Certificación peluda

Carolina y Wilson Chipagra Carvajal, también voluntario, fueron los que iniciaron con la aventura de crear un Comité Canino y fue junto a Pelusa que lo lograron.

Los dos, no solo fueron sus entrenadores y cuidadores, sino su familia. Recuerdan lo duro que fue al principio, tanto por la escasa ayuda de la entidad como por la resistencia de Pelusa a jugar al escondite.

Para Pelusa era más atractivo morder y tirar de un trapo que correr detrás de una pelota y encontrarla, es decir, era un perro de presa y no de cobro y para la labor de rescate necesitaba ser más del segundo que del primero.

Tras varios intentos fallidos y un ultimátum de la Escuela porque Pelusa no jugaba y esa era la primera etapa para convertirse en perro de búsqueda y rescate, un día una pelota roja se convirtió en la solución.

Pelusa se enamoró tanto de esa pelota que no solo escupía las amarillas, azules y verdes, sino que esa sí la atrapaba y la buscaba donde estuviera. Entonces Wilson y Carolina se equiparon con todas las pelotas rojas que pudieron y pasaron la primera etapa.

La segunda y la tercera fueron “pan comido”. La idea era que Pelusa empezara a buscar personas escondidas con la excusa de que ellas le darían una pelota roja;luego el solo hecho de encontrar a alguien se convirtió en su mayor regalo.

- “Ella era muy particular. Cuando encontraba a alguien se orinaba, siempre, y cuando veía el uniforme naranja se volvía loca. Era como su forma de emocionarse”, cuenta Wilson.

Después de dos años de entrenamiento y un sinfín de anécdotas, como cuando estaban simulando una operación en un lavadero que estaba en ruinas y Pelusa fingió que se doblaba un pie solo para poder tirarse de cabeza en una parte que tenía agua, la perra se certificó como canino de búsqueda y rescate y quedó entre los mejores nueve de su promoción.

El legado de una valiente

En 2010, después de la avalancha que se generó en El Playón por un aguacero que duró horas, Pelusa descartó varias zonas de búsqueda y gracias a eso fue encontrado un niño de 10 años que llevaba varios días desaparecido.

En 2011, en un deslizamiento en Charta, dio con el lugar exacto donde se encontraban los cuerpos de las personas que no habían resistido el desastre.

Ese año, también, en San Vicente de Chucurí, Pelusa delimitó la zona en la que los rescatistas debían buscar después de la avalancha.

Lo mismo hizo en el deslizamiento del asentamiento 12 de Octubre en 2014, y en las fuertes lluvias que dejaron muertos y desaparecidos en Piedecuesta en 2015.

- “Gracias a ella muchas familias pueden estar hoy en paz, porque pudieron enterrar con dignidad el cuerpo de sus seres queridos o los recuperaron del agua y del barro”, expresa Carolina.

Mientras revisa algunas fotos guardadas y hace memoria de los días en que el animal les dio lecciones de valentía, dice que aunque está triste, la partida de Pelusa es la fuerza que impide que el Comité se acabe y lo que los impulsa a entrenar con más amor a los que ella dejó detrás, incluido su hijo Frito.

- “Mala madre sí fue”, comenta entre risas Carolina, mientras cuenta que como los cachorros le robaban toda la atención de la gente, ella no los quiso amamantar más y tuvieron que ordeñarla. De los seis perritos que tuvo, cinco fueron adoptados y Frito se quedó para seguirle los pasos.

Desde 2016, Pelusa no pudo entrenar más, debido a problemas en la cadera, sin embargo continuó siendo la principal guía de los tres perros operativos que actualmente están y del pastor belga que viene detrás. Se convirtió en el símbolo de valentía y corazón no solo del Comité Canino, sino de toda la Defensa Civil.

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Publicado por IRINA YUSSEFF MUJICA

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