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Bucaramanga
Sábado 08 de febrero de 2020 - 12:00 PM

La Bucaramanga del Ayer: Hoy, el otrora paseo familiar al aeropuerto

Escudriñando el álbum de los recuerdos y recurriendo a la memoria de quienes nos antecedieron publicamos reseñas añejas, como la que puede leer en esta edición dominical. Nos hemos propuesto presentar en imágenes y en letras de molde el pasado de muchos de los sitios tradicionales de Bucaramanga y de algunas de sus áreas vecinas. Veamos la historia invitada de hoy.

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Las primeras fotos del plan familiar en el aeropuerto no fueron de buena calidad. Algunas eran captadas bajo la modalidad de las imágenes instantáneas que, aunque fueron la novedad en los años 70, no nos dejaron registros gráficos de gran resolución.
Las primeras fotos del plan familiar en el aeropuerto no fueron de buena calidad. Algunas eran captadas bajo la modalidad de las imágenes instantáneas que, aunque fueron la novedad en los años 70, no nos dejaron registros gráficos de gran resolución.

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Las primeras fotos del plan familiar en el aeropuerto no fueron de buena calidad. Algunas eran captadas bajo la modalidad de las imágenes instantáneas que, aunque fueron la novedad en los años 70, no nos dejaron registros gráficos de gran resolución.

Despedir al viajero era todo un paseo, sobre todo porque en esa época el casi recién inaugurado Aeropuerto Internacional de Palonegro quedaba “... en la quinta porra”.

Tocaba ir en taxi, cuando no se tenía vehículo particular. Pero la verdad eso era tan costoso que el viajero de clase media se despedía desde la casa, pues la mayor parte de las veces no alcanzaba para el pasaje de regreso.

Siendo un niño nunca tuve muy claro por qué la ciudad debió renunciar al viejo campo de aviación, me refiero al otrora ‘Gómez Niño’ de la Ciudadela Real de Minas.

La gente solía decir que aterrizar en la meseta era demasiado peligroso y que por eso se adecuó el Palonegro; pero ello, -supongo- tenía que ver más con la tecnología de los aviones de ese entonces que con el sitio del aeropuerto.

Un viejo amigo me explicó que influyó mucho en la decisión de trasladar la terminal aérea a Palonegro el accidente de los dos aviones en Pan de Azúcar, hace algunas décadas. Me contó que de niño visitó el sitio del accidente y que no ha olvidado el penetrante olor a aceite en el lugar.

Don José viajaba con relativa frecuencia porque laboraba en Medellín, y varios de sus hijos lo acompañábamos hasta el aeropuerto.

Era todo un programa ver las ‘colosales aves’; es decir los aviones que entraban y salían de las pistas y que con sus ruidos estruendosos nos dejaban ‘sordos’ a todos.

Por aquella época las aeronaves idealizaron los sueños de las generaciones que crecieron en la Bucaramanga de los años 70.

Me recuerdo aplaudiendo y viendo a la gente ovacionar, en el momento de la aterrizada o del decolaje de algún avión.

Avianca, Satena y Aerocóndor competían por pasajeros en una ciudad que era apenas una’ pequeña villa’ donde todo quedaba cerca, excepto el aeropuerto.

Pero no solo el plan era acompañar a alguien que viajara; también se organizaban paseos al lugar con el pretexto de observar de cerca la majestuosidad de los aeroplanos.

La admiración que provocaba verlos volar obligaba a todos a alzar la vista e incluso hacíamos ademanes de despedida o de bienvenida, bajo la premisa de que los pasajeros lograrían divisar tales demostraciones de afecto.

- “Viene un 727 de Avianca”, “Allá viene Don Alirio” , “ Uy, que avión tan grande”; gritaba un niño mientras abría sus emocionados ojos por la novedad.

Recuerdo que había una terraza habilitada para observar los despegues y los aterrizajes. Ese lugar no era muy grande que digamos y, en algunos momentos, generaba tumultos. Uno quedaba hechizado cuando veía desde lejos a las azafatas abrir o cerrar la puerta.

También existían cerca al lugar tiendas para comprarles recuerdos a los familiares que nos visitaban.

En agosto era ideal ir por estos lados para elevar cometas o divisar “alfombrada de perlas” a la ciudad de los parques, cuando la noche se cernía sobre ella.

La meseta, iluminada por los miles de bombillos centelleantes, todavía constituye un espectáculo que vale la pena disfrutar; solo que hoy, por el crecimiento normal de la ciudad, es el puente de la novena o el viaducto provincial el que se roba casi todas las miradas, mientras los aterrizajes y los despegues ya no le interesan mucho a nadie.

Además, con todas las medidas de seguridad que hoy se toman y las restringidas vías de acceso, la tradicional visita familiar al aeropuerto entró en desuso.

La verdad suena poco factible la idea de caminar tranquilamente por el aeropuerto. Las largas colas y esperas que se deben realizar antes de abordar un avión hacen engorroso el tema.

Pero hay que seguir aplaudiendo al Palonegro. Él, 46 años después, forma parte de la vida de una Ciudad Bonita que hace rato dejó de ser pequeña.

El Palonegro queda en Lebrija, pero ahora sí que es cierto: “Las cosas no son del dueño, sino de quien las necesita”. Porque no cabe dudar que la Ciudad de los Parques, la Bonita, es más bella desde su casi mágico y funcional aeropuerto.

Nota de la redacción: Si conserva una foto del ayer de Bucaramanga, lo invitamos a enviarla al siguiente correo: eardila@vanguardia.com

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Publicado por Euclides Kilô Ardila

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