“La oportunidad de estudiar me salvó de morir”


Mercedes* dudó en escribir ese correo. Se preguntó varias veces si ella merecía algo como eso.
No era ladrona, ni estaba en las drogas, pensó. Pero después de todo lo que había vivido sentía que no merecía nada bueno.
Pero se decidió. Escribió su historia, sus sueños, sus miedos y le dio enviar a las 10 p.m. en punto.
Esa noche, “por cosas del destino”, encendió el televisor, cosa que no hacía con regularidad, y vio en el programa Cuatro Caminos la historia de una mamá que perdonaba al asesino de su hijo.
“¿Cómo se le ocurre? Esa señora debe ser una santa”, recuerda que pensó en ese momento.
Hoy no duda en decir que así es.
A los tres días de haber mandado el correo, le respondieron. Era la misma Emilia Lucía Ospina la que le escribía, la misma a la que había llamado santa y la misma que después de que unos jóvenes le quitaran la vida a su hijo por robarle un celular, los perdonó y creó una fundación para darle educación superior a los más necesitados y así evitar que llegaran a las calles a robar o a consumir drogas.
El mensaje decía que la querían ayudar. Luego, a los pocos días Emilia la llamó y le dijo que era un hecho. Iba a estudiar.
Mercedes solo lloró. Sí se merecía algo así a pesar de que todos los días pensaba lo contrario.
Una nueva vida
Para Mercedes no ha sido fácil. Lleva dos semestres estudiando para ser auxiliar de Enfermería y a veces siente que no puede más. Entonces llega un mensaje o una llamada de Emilia y las ganas vuelven.
A los 18 años se fue de su casa por rebeldía de la adolescencia y a esa misma edad un profesor del colegio le hizo ver que vender su cuerpo era fácil y además rentable.
“Me dijo que era normal, que muchas lo hacían para salir adelante y que no había nada de malo”, cuenta.
El docente le daba dinero a cambio de nada, le decía que eran regalos que ella se merecía. Más tarde le dijo que debía pagar los detalles y entonces le enseñó que eso era un trabajo. La presentó con amigos y así, cuando ella menos pensó, su vida se convirtió en eso.
Cuando nació su hijo, ella se retiró de ese oficio e inició un hogar que no funcionó.
Al verse abandonada, volvió a vender su cuerpo pues sentía que no servía para nada más y porque su hijo autista necesitaba más tiempo que otros niños.
Sin embargo, esta vez fue más traumático y empezó a sentir ganas de acabar con su vida.
“Me sentía vacía, incapaz de sacar a mi hijo adelante, triste, sucia. Quería salir adelante pero de otra forma, quería un trabajo digno, pero estaba segura de que ya no era posible para mí”, menciona.
Entonces apareció Emilia y la fundación Juggo y todo cambió. Ahora, mientras ella estudia su mamá cuida de su hijo. Hace aseo en casas particulares dos o tres veces a la semana para aportar algo en su casa y se esfuerza por salir con honores para conseguir un buen trabajo.
A sus 30 años sueña con seguir estudiando y ser jefe de Enfermería, con poner a su hijo en un colegio especial para él, pues en el que está sufre de matoneo, y con darle la vida que se merece.

El camino correcto
A diferencia de Mercedes, a Duván Mendoza un profesor del colegio le cambió la vida para bien.
Cuando estaba en último grado, con pocas esperanzas de salir a estudiar, él le recomendó escribir a la fundación.
El docente había sido profesor de Juan Guillermo en el colegio San Pedro Claver y conocía lo que Emilia estaba haciendo.
“Allá mucha gente pide ayuda, pero quien quita que le ayuden a usted, escríbales”.
Duván, quien se había quedado solo en Bucaramanga, pues su mamá tuvo que irse a otra ciudad en busca de protección para su hijo menor (quien había caído en las drogas y estaba amenazado de muerte), vio allí una esperanza de no tener que salir a trabajar en cualquier cosa para sobrevivir.
Le escribió una carta a Emilia y la dejó en la portería del edificio. También le escribió un correo.
Al poco tiempo ella lo llamó y lo invitó a su casa. Lo ayudó a salir del barrio donde estaba, pues estaba en peligro también y le aconsejó qué estudiar.
Hoy está a un semestre de terminar su Tecnología en Banca y Finanzas, trabaja como administrador en un restaurante de la ciudad y sueña con seguir estudiando, ayudar a su hermano y reunirse otra vez con su familia.
Cambiando vidas
Juan Guillermo Gómez Ospina, de 25 años, murió en Bogotá el domingo 17 de junio de 2012 en la madrugada. Fue atacado por tres hombres y un menor de edad cuando se opuso al robo de su celular.
La historia estremeció a Colombia, marcó a su familia y terminó con la condena de los asesinos.
Pese al dolor y las cicatrices que la muerte de Juan Guillermo dejó, la familia Gómez Ospina decidió transformar su dolor en oportunidades para los más necesitados y dieron vida a la Fundación Juan Guillermo Gómez Ospina, Juggo, en 2014, con el principal objetivo de darle educación superior técnica o tecnológica a jóvenes vulnerables y así prevenir que acudan a los robos, los homicidios, la prostitución y la drogadicción.
Durante los últimos cinco años, Emilia, quien está a la cabeza, se ha dedicado a trabajar por ellos y través de becas y convenios que gestiona día y noche, le ha brindado la oportunidad a decenas de “muchachitos” de formarse como técnicos y tecnólogos en distintas áreas. Incluso algunos han salido como profesionales, pues ha conseguido donantes que apalanquen toda la carrera.
Sumado a eso, ha estado y está dispuesta a ayudarles en todo lo que necesitan durante su período estudiantil y cada mes realiza un encuentro con ellos en su casa, donde hablan de Dios, de la vida, de los sueños y del poder del amor y del perdón.
*Nombre cambiado
Por más jóvenes estudiando
El próximo 7 de noviembre la Fundación Juggo realizará un evento en el Club Campestre de Bucaramanga, con el objetivo de recaudar fondos para becas de estudio de más jóvenes vulnerables en Santander.
La velada contará con la presencia del periodista Felipe Arias Londoño como maestro de ceremonia y se darán a conocer las historias de vida de muchos de los beneficiados. Los bonos de donación pueden ser adquiridos en el Almacén Leo, el Club Campestre y en la lavandería Mr Clean Lavaseco.
Desde 2014 hasta hoy, la Fundación ha otorgado 64 becas. Se han graduado 22 jóvenes y actualmente están estudiando 26. Alrededor de 15 becas se han perdido porque los jóvenes deciden no continuar.