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Bucaramanga
Miércoles 08 de agosto de 2018 - 12:00 PM

La santandereana que deja huella en la flora colombiana

Después de encontrar nuevas especies de una planta, tres biólogos decidieron ponerle a una de ellas el nombre de Mailyn González en agradecimiento a su trabajo en el campo de la biodiversidad. Vanguardia Liberal conversó con esta bióloga bumanguesa, que lleva más de seis años investigando la genética de las especies

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La información sobre la nueva especie de planta Miconia a la que fue puesto el nombre de la bióloga santandereana, se encuentra en Biota Colombiana, la revista científica del Instituto Humboldt (Foto: Suministrada/VANGUARDIA LIBERAL)
La información sobre la nueva especie de planta Miconia a la que fue puesto el nombre de la bióloga santandereana, se encuentra en Biota Colombiana, la revista científica del Instituto Humboldt (Foto: Suministrada/VANGUARDIA LIBERAL)

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La información sobre la nueva especie de planta Miconia a la que fue puesto el nombre de la bióloga santandereana, se encuentra en Biota Colombiana, la revista científica del Instituto Humboldt (Foto: Suministrada/VANGUARDIA LIBERAL)

Mailyn González Herrera tenía solo 10 años cuando a nivel mundial se empezó a hablar con más preocupación sobre el hueco en la capa de ozono, la superpoblación, la contaminación y la expansión de los desiertos. El Almanaque Mundial de ese año fue un especial de ecología que mostró las amenazas del hábitat y a ella solo le bastó leer un poco para prometerse que dedicaría su vida a trabajar por mitigar ese impacto de alguna forma.

Esa promesa, el amor hacia la naturaleza que a lo largo de su infancia y adolescencia su familia le inculcó y la guía de su profesora de Biología en el colegio Fundación UIS de Bucaramanga, la llevaron a estudiar Biología en la Universidad de Lausana, en Suiza, y más tarde a doctorarse en Ecología, Biodiversidad y Evolución en la Universidad de Toulouse III, en Francia.

Tras muchos años de estudio y análisis se dio cuenta que en la genética de las especies estaba la clave para proteger, preservar y conservar la biodiversidad del país y del mundo. En 2010 regresó a Colombia y aprovechando su trayectoria académica se dio a la tarea de empezar en forma a cumplir su promesa. Trabajó tres años en la Universidad de los Andes y después de eso se vinculó al Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt, donde lidera el equipo del Laboratorio de Genética de la Conservación, creado para trabajar el componente genético y funcional de la biodiversidad.

Desde el Laboratorio, Mailyn quiere demostrar que la información genética es una nueva forma para medir la riqueza biológica en los territorios y una herramienta para entender la vulnerabilidad y capacidad de respuesta de las especies ante los cambios ambientales. Por lo tanto, esa información permite no solo ayudar a la preservación y conservación de los hábitats, sino a resolver problemas y plantear soluciones frente a riesgos y situaciones ambientales desfavorables.

Para lograrlo, Mailyn coordina desde el Instututo Homboldt el proyecto Colombia BIO, una iniciativa de Colciencias con ayuda de otras instituciones, que consiste en expediciones de identificación de especies animales y vegetales en territorios poco explorados del país, con el fin no solo de hacer un inventario de las especies que hay en Colombia sino de crear un Catálogo de Códigos de Barras de la Vida, la mayor base de datos de biodiversidad del mundo.

¿Alguna vez se imaginó que una planta llevaría su nombre? ¿Cómo se da la denominación?

No, nunca lo pensé, pero es un premio gigante. Resulta que este año hicimos una expedición al Cañón del Río Melcocho, por El Carmen de Viboral, en Antioquia. Fue una expedición increíble, porque solo en ese lugar los tres botánicos que fueron hallaron dos nuevas especies de una planta llamada Miconia. Como yo estuve a cargo del proyecto y estoy liderando las expediciones, ellos quisieron ponerle mi nombre a manera de reconocimiento a toda la labor de gestión que hay detrás. Fueron tres homenajes, una planta a nombre de colega mío a cargo de logística y otra a nombre del subdirector científico. Es un honor, completamente, sin querer queriendo lo inmortalizan a uno un poquito y a la vez lo compromete a uno más.

Las expediciones que está haciendo el Instituto Humboldt últimamente le han dado un impulso a la investigación genética, que desde hace años usted lidera, ¿por qué es tan importante ese factor genético cuando se habla de conservación y preservación de la biodiversidad?

La información que te dan los genes te permite entender los procesos ambientales en dimensiones más amplias. Nosotros estamos tomando suelos, extraemos el ADN y hacemos con eso un inventario. Ahí podemos encontrar plantas, animales, hongos, bacterias y eso es un complemento de la información a la par de las expediciones más tradicionales.

Al comparar secuencias genéticas entre especies se puede saber quién es más cercano a quien, se empieza a hacer como un árbol genealógico de la vida, se puede ver a nivel de plantas quién es más cercana a quien y sabiendo eso se empieza a entender un poco la historia, si llegaron por el norte o por el sur, cómo se distribuyeron.

El ADN te permite entender la biodiversidad del país porque es una mirada hacia al pasado que explica lo que ves hoy en día, pero también es una fuente de información que te permite prever qué tan vulnerables son las especies a la extinción. Da elementos que informen sobre la toma de decisiones en cuanto al uso, valoración y conservación de la biodiversidad del país. Por ejemplo, cuando la diversidad genética de una especie es muy bajita uno sabe que es mucho más propensa a desaparecer.

O sea, ayuda también a mirar cómo esa biodiversidad estará en el futuro...

De alguna manera permite entender la capacidad de adaptación de los seres vivos. Esa caracterización te da herramientas para entender qué puede pasar en el futuro, qué tan vulnerables puede ser principalmente frente a cambios climáticos. No se trata solo de la importancia de los genes, sino de la expresión de esos genes, que es esa parte más funcional. Todas esas características de las especies le permiten a uno saber qué tan adaptable va a ser a condiciones de cambio como aumento de temperatura o si estas especies tiene tanto la variabilidad genética como la capacidad de modificar sus rasgos para adaptarse a nuevas condiciones.

Sumado a ese inventario, también está trabajando en un Catálogo de Códigos de Barras de la Vida, ¿en qué consiste la iniciativa?

Es una iniciativa mundial en la que Colombia está participando a través de los proyectos genéticos que estoy coordinando y a través de las expediciones que se están haciendo. Es la mayor base de datos de biodiversidad del mundo, que va a utilizar la historia evolutiva de los genes como una nueva forma para medir la riqueza que tenemos y poder buscar soluciones para preservarla. Desde Humboldt, lo que hacemos es alimentar ese catálogo a partir de las expediciones y poner a disposición esa información para fines científicos, médicos, comerciales. Por ejemplo, en El Peñón, Santander, encontramos una nueva especie, un pez ciego, que podría ser una especie que a través de sus genes nos permita entender la evolución de la visión. Los seres que nos rodean están tan llenos de información y tan valiosa que es urgente explotarla benéficamente.

Colombia es un país megadiverso, pero ¿cómo estamos en el reconocimiento de todo eso que tenemos?

Colombia tiene un patrimonio biológico impresionante, fantástico. Somos primeros en aves, segundos en anfibios, primeros en orquídeas, segundos en palmas y siempre estamos dentro de los cinco primeros en todos los grupos cuando de biodiversidad se trata; sin embargo, cuando te pones a mirar registros oficiales, te das cuenta de que casi para la mitad del país no hay registros. Gran parte del país no ha sido explorado o los datos no se han hecho públicos y mientras no se hagan públicos, pues no existen.

¿Por qué?

Pues por dos razones. Una, porque hay lugares con mucha riqueza biológica que por muchos años estuvieron vetados por la guerra. Durante los últimos dos o tres años, en medio del proceso de paz y ahora en el postacuerdo, hemos tenido la oportunidad de explorar esos territorios y generar información que estaba ahí, pero que nadie conocía. Eso ha hecho que haya un número grande de nuevas especies y también que podamos hacerle entender a la gente que tenemos un patrimonio biológico impresionante en nuestra biodiversidad y que sí puede ser una fuente de ingresos y desarrollo económico. La otra razón es el financiamiento para la ciencia. Uno no siente que sean políticas de largo plazo, sino que en cada periodo uno está sujeto a la voluntad del gobierno de turno.

¿Cómo convertir nuestra biodiversidad en un renglón de la economía?

Lo primero es tener claridad de qué hay, dónde y en qué condiciones, qué propiedades tiene, etc. Eso es lo que se logra con la investigación genética y con las expediciones que estamos haciendo. Luego de eso si se puede ir hacia una bioeconomía basada en el bioturismo, la bioprospección de productos químicos farmacéuticos y demás. Todo de manera sostenible.

¿Usted cree que lograr eso es posible?

Estoy convencida. Yo creo que ha sido más la falta de acceso a la información, que la capacidad de la gente de adoptar nuevas prácticas. La solución es un diálogo de saberes entre profesionales de distintas ramas, biólogos, sociólogos, antropólogos, economistas y la gente local, que es la que al final de día se hace responsable del recurso. Hay que unirse para entender mejor el territorio, la relación de la gente con esos recursos, cómo los han usado tradicionalmente, cómo se usaron antes y como se pueden usar ahora. Es irresponsable decir que un área tiene potencial ecoturístico y empezar a explotar sin pensar en nada más, se necesitan diferentes miradas para una propuesta integral.

¿Cómo lograr que las comunidades se apropien de los recursos de manera responsable?

Si ellos entienden que esas plantas, aves, anfibios que hay en su territorio son algo único, porque solo en esa región se consigue y que es un valor que se puede usar, porque vas a tener un público dirigido a ver cierto pajarito o una orquídea que solo existe en ese lugar, se pierde la cotidianidad y se vuelve identidad, apropiación y, por lo tanto, una actividad económica sostenible. Tienen que entender que lo que daña la a tierra, el ecosistema, no es lo único rentable.

¿Qué ha sido lo más fuerte, en términos ambientales, que han encontrado en las expediciones?

La expansión de la frontera ganadera desenfrenada, sin control. Nosotros encontramos casi en todos los lugares de Colombia una deforestación muy grande, sobre todo donde hay vacas y ganadería. La gente no sabe cuándo parar, tumban y tumban y queman y no saben que en un punto va a ser malo también para ellos. En Colombia tienen más valor una tierra trabajada que una tierra con un bosque y eso es devastador.

En Santander, por ejemplo, ahorita que va por mitad la expedición Santander Bio, así como hemos encontrado en menos de siete días más de 10 especies nuevas, también hemos visto parches de bosques inmersos en una matriz ganadera. En el Carmen de Chucurí uno encontraba remanentes de bosques que parecían la Amazonía, pero solo tenían 50 o 60 metros. El resto, matriz ganadera. Si no le ponemos atención a esto ya, esos bosques se pierden para siempre. Esa deforestación ha hecho desaparecer muchas especies, el problema es que no sabemos ni siquiera cuáles, y por eso es tan importante el inventario de las que quedan

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Publicado por Irina Yusseff

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