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area metropolitana/bucaramanga
Sábado 08 de agosto de 2020 - 12:00 PM

Los cuatro segundos antes de dos explosiones en Bucaramanga y Piedecuesta

Ellos tienen una labor que está en los ojos de todos. No obstante, nadie los conoce. Solo unos pocos los recuerdan. Una crónica de Bucaramanga y Piedecuesta, para que ellos no sigan en el olvido.

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¿Qué se puede hacer entre el primer y el cuarto segundo? Han pasado 25 años y la pregunta es la misma. El tiempo es un monstruo con el cual no se puede discutir. Estas dos familias lo saben. No olvidan esos segundos. Tampoco los sobrevivientes. Ellos reviven la escena, para bien o para mal. Aseguraron que por un tiempo les robó el sueño y arrebató a fuerza su tranquilidad. Hoy no agachan la cabeza. No pueden olvidar. No tienen permitido olvidar. Se sufre y no se olvida. La vida es así y quieren que la ciudad los recuerde, 25 años después.

Esa mañana parecía estar destinada a ser como cualquier otra. Como una más en el área metropolitana de Bucaramanga. No se podía estar más equivocado. Una mala pasada del destino lo enlodaría todo antes del mediodía. Esa mañana sería todo, menos ordinaria.

La cabo segundo Fanny Rojas Gómez de la Policía Metropolitana de Bucaramanga comió algo y tomó rumbo el CAI ubicado en una de las entradas del viaducto García Cadena. En otro lado de la ciudad, el cabo segundo de la Policía Miguel Ángel Silva Vargas estaba solo en su casa. Hizo el desayuno, ordenó un poco la vivienda y se sentó en la mecedora, afuera de su vivienda en el barrio Tejar del Norte de Bucaramanga. Esperaba el regreso de su esposa y su pequeño hijo de un viaje a Boyacá.

La cabo segundo Fanny Rojas Gómez, de 24 años, cumplía su día número 10 como comandante de ese CAI. Llegó trasladada del aeropuerto Palonegro, donde prestó seguridad por un año. Su misión ahora era coordinar la vigilancia de 10 barrios y 10 conjuntos residenciales.

El cabo segundo Miguel Ángel Silva Vargas era un poco mayor. A sus 31 años ya era todo un experto en antiexplosivos, con misiones exitosas en la lucha contra grupos armados ilegales. Era el jefe de Grupo Antiexplosivos de la Sijín. Lo llamaban el “El Pollo” y la gente sabía que llegaba a un lugar por su característico silbido.

A las siete de la mañana, Fanny estaba ya en el CAI. De ella se decía que era muy estricta y tenía un gran “don de gente”. El patrullero Luis Ignacio Forero Ávila, quien llevaba tres días asignado al CAI, le recordó que esa mañana debían pasar por la guardería ‘Casita de Chocolate’, en el barrio San Luis, donde realizarían una actividad comunitaria con niños. Este patrullero venía de trabajar en el CAI de La Virgen, en el norte de Bucaramanga, donde ayudó a llevar a la cárcel a sujetos dedicados al tráfico de drogas.

La esposa del cabo segundo Miguel Ángel Silva Vargas debía regresar ese día de Boyacá, donde, sin estar convencida, decidió viajar a donde su mamá. Con el dinero del viaje le propuso a su esposo que compraran una línea telefónica, pero el cabo segundo Miguel Ángel prefirió que visitara la tierra de su familia. A eso de las ocho de la mañana se activó el radio de la Policía. Lo buscaban con urgencia: “Lo necesitamos en La Virgen de la Cantera. Tenemos una bomba”. El cabo segundo cerró con llave la puerta de su vivienda y se desplazó a la Virgen de La Cantera, al otro lado de la ciudad, en Piedecuesta.

Una hora después, a las nueve de la mañana, la cabo segundo Fanny Rojas Gómez salía del CAI en la patrulla N° 011, un carro Renault 4 de colores verde y blanco conducido por el patrullero Luis Ignacio Forero Ávila. Atrás iba como escolta el patrullero Dámaso Morales Palacio. Realizarían una ronda por varios barrios, ya que Rojas Gómez se propuso acabar con las bandas de apartamenteros del sector. Calculaba que a eso de las once de la mañana estarían en el jardín infantil.

Al llegar al Cerro de La Cantera, le informaron al cabo segundo Miguel Ángel Silva Vargas que poco antes de las siete de la mañana una persona llamó a la casa de Olivia Santos, hermana del entonces Alcalde de Piedecuesta, para informar que el ELN haría explotar una bomba panfletaria en este sector. Minutos después se escuchó una explosión en esta zona. La gente vio una bandera de color negro y rojo de aproximadamente seis metros de largo por tres de ancho con las siglas ELN en lo alto de la loma. Un testigo explicó que observó a siete personas con pantalón jean y botas pantaneras en el lugar. Cuando el técnico antiexplosivos subía por el camino de tierra, observó varias hojas de papel que decían “campo minado”.

Pasadas las diez y cincuenta de la mañana la cabo segundo Fanny Rojas Gómez llegó a la guardería ‘Casita de Chocolate’. Los tres uniformados pasaron al salón de párvulos y luego visitaron a los niños de prejardín y jardín. Les explicaron qué era la Policía, el significado del uniforme verde y por qué se movilizaban en patrullas. Incluso jugaron a una ronda. En medio de la actividad, como a las once y veinte de la mañana, recibieron una comunicación de la estación central de Comando de Bucaramanga. Debían verificar la presencia de varias personas que estaban consumiendo droga en el barrio El Sol, cerca del lugar. Se despidieron de los alumnos. Incluso varios niños los acompañaron a la puerta y les dijeron adiós con las manos y entre sonrisas.

En Piedecuesta, el cabo segundo Miguel Ángel Silva Vargas superó la cinta de seguridad que acordonaba el lugar donde estaba la bandera y dijo: “Vamos a trabajar...”. Llevaba consigo las herramientas usadas para los explosivos, que ya conocía, y que muchas veces atrás dejaron en riesgo su vida. Se tomó su tiempo entre los cables para identificar el primer detonador. El primero de tres que se conocería estaban en esa trampa. El silencio suele tender su reino con crudeza cuando se roza tan cerca la muerte. Esa era su misión, siempre lo fue, como se lo repetía una y otra vez a su esposa María Isabel Ávila. A eso se dedicaba, le repetía con cariño y luego la besaba: “Vieja (así la llamaba) hago esto para salvar vidas...”.

Al otro lado de la ciudad, la guardería ‘Casita de Chocolate’ estaba ubicada junto al borde de una cañada espesa y algo profunda que conecta con el anillo vial, la quebrada La Iglesia, la carretera a Girón o el sector de Provenza y Fontana. La cabo segundo Fanny Rojas Gómez y su equipo en el Renault 4 tomaron una estrecha calle, de un carril, para salir del sector. Al ingresar a la vía vieron en el fondo a tres personas que se acercaban. Tendrían entre 25 y 30 años. Un testigo dirá después que “ellos se ubicaron en el lugar con 10 minutos de anticipación. Caminaban juntos y miraban para todas partes. Pensé que eran ladrones...”.

Las tres cargas explosivas estaban atadas a la tela de la bandera en Piedecuesta. La primera se registraba como de mecha lenta, otro de presión y la última, poco conocida para ese entonces, diría un experto en explosivos, era de liberación de presión. El cabo segundo Miguel Ángel Silva Vargas inició con la carga del lado derecho. Desactivar una bomba sólo puede compararse a desactivar una bomba. Lo logró. Fue al del lado izquierdo de la bandera. Ocurrió la mismo. Sus compañeros recuerdan que esa mañana transmitía calma. “En un momento gritó: ‘Misión cumplida’ y cogió la bandera. Un segundo después, todo explotó...”, recordó su esposa María Isabel Ávila, exhausta de la violencia de un país que borra “buenos hombres”.

En esa calle angosta del barrio San Luis, los sujetos están más cerca de la patrulla. Al pasar, uno de los hombres logró introducir en el Renault 4 un objeto por la pequeña ventana derecha, donde iba sentada la cabo segundo Fanny Rojas Gómez. El objeto cae a los pies de ella. Reaccionó. Se agachó para identificarlo y tomarlo. Lo reconoció. Intentó lanzarlo del vehículo. No pudo. Se acabaron los cuatro segundos. Se comprobaría por expertos que se trataba de una granada MK-26, de 450 gramos y cuya activación tarda esos cuatro segundos. “Ahora que lo recuerdo, todo ocurre como en cámara lenta. Ella se agachó a tomar la granada. El impacto lo recibió. Las piernas salieron del vehículo. Igual que sus manos. El cuerpo explotó. Luego nos dispararon. El ataque duró unos 40 o 50 segundos...”, recordó el patrullero Luis Ignacio Forero Ávila, quien conducía la patrulla.

El impacto en Piedecuesta destrozó la humanidad del cabo segundo de la Policía Miguel Ángel Silva Vargas. Sus hombres de la Sijín superaron el cordón de seguridad en busca de hacer algo. Al verlo, se les hizo trizas la mirada. Desvainaron su dolor. En lo alto de esa loma de tierra oscura, el viento ya contaba un muerto más de esta guerra. En féretro, cargado por cuatro de sus amigos del Grupo Antiexplosivos de la Sijín, “El Pollo” bajó el Cerro de la Cantera de Piedecuesta. Eran las nueve y quince de la mañana. Bajaron en silencio.

Una vez explotó la granada al interior de la patrulla, los tres sujetos comenzaron a disparar. El policía Luis Ignacio Forero Ávila saltó del Renault 4. Su codo derecho estaba destrozado. “Tenía huecos grandes en ese brazo”. Instintivamente intentó sacar su revólver, pero la mano no reaccionó. Tomó el arma con la mano izquierda y descargó los seis tiros. Temeroso que llegaran a rematarlos, buscó protección. “Miré, la cabo Fanny estaba muerta. Cuando me quedé sin munición, vi que alguien abrió una puerta de una casa. Entré y cerré la puerta. Esperaba el apoyo. Me revisé, tenía heridas de esquirlas por todo el cuerpo y un disparo en una pierna...”, explicó el patrullero Luis Ignacio Forero Ávila, quien sobrevivió junto con el policía Dámaso Morales Palacio. Ambos sobreviven a estos días con rezagos que no paran de esas heridas. Ambos perdieron en gran medida la capacidad de escuchar. Ambos le deben la vida al valor de la cabo segundo Fanny Rojas Gómez.

Una semana después de la muerte en Piedecuesta del cabo segundo de la Policía Miguel Ángel Silva Vargas, su esposa llegó del viaje. Nadie pudo localizarla para darle la mala nueva. Cuando descendió del taxi en el barrio El Tejar Norte, los vecinos se quedaron mirándola. “Todos los vecinos salieron. Me cogieron la maleta y el niño pequeño. Le pregunté a una señora por ‘el viejo’, como le decía. Y todo el mundo volteaba la cara. Se quedaban en silencio. Reaccioné y pregunté: ¿Me lo mataron? Perdí el control. Tuvieron que llevarme a una clínica en ambulancia...”.

Los tres hombres que dispararon y lanzaron la granada a la patrulla de la Policía escaparon por la cañada. Justo ese día una contraguerrilla de la Policía estaba en un recorrido por el barrio África. Una vez alertados, cubrieron la zona. Unidades del Ejército también llegaron. Cubrieron ocho kilómetros a la redonda guiados por el un helicóptero de la Policía, que había llegado horas antes. El oficial en la aeronave detectó a los hombres por la quebrada La Iglesia. Dos hombres, de 25 y 30 años, resultaron muertos. Tenían antecedentes penales por rebelión. El tercero escapó. A las tres y media de la tarde se ordenó suspender el operativo.

María Isabel Ávila no pudo dormir por mucho tiempo. Pensaba que su esposo, el cabo segundo de la Policía Miguel Ángel Silva Vargas estaba de viaje y que regresaría pronto. “No es fácil que usted deje un ser querido y de pronto ya no existe en este mundo”. Al tercer mes no soportó más. Pidió a los compañeros que le dejaran ver las fotos de cadáver en Piedecuesta. Necesitaba verlo y saber que estaba muerto, por muy duras que fueran las imágenes. “Cuando las vi, entendí que era él. Acepté que no volvería...”. Los desastres psicológicos de estos episodios hacen que se generen de los rincones más oscuros de las personas temores y miedos. El patrullero Luis Ignacio Forero Ávila también fue dominado por el insomnio. Por un tiempo tomó pastillas para dormir. Aún en la actualidad acude a citas médicas por los rezagos de sus heridas y guarda con honor la memoria de los caídos.

Ya han pasado 25 años. La cabo segundo Fanny Rojas Gómez murió la mañana del 25 de julio de 1995. El cabo segundo Miguel Ángel Silva Vargas falleció la mañana del 30 de julio de 1995. Dieron la vida en servicio por la seguridad de todos, así los olvidáramos. ¿Qué se puede hacer entre el primer y el cuarto segundo antes de una explosión? El tiempo es un monstruo con el cual no se puede discutir esa respuesta.

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Publicado por Juan Carlos Gutiérrez

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