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Bucaramanga
Lunes 01 de junio de 2020 - 12:00 PM

Santandereana está en equipo clave que combate el COVID-19 en Nueva York

María José Suárez Bohórquez, médica infectóloga, colombiana y santandereana. Es el tesoro de una madre química farmacéutica y un padre médico internista. En estos días, es una de las doctoras que pelea contra el COVID-19 en Brooklyn, EE.UU., una de las zonas más afectadas por el virus en el mundo.

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Suministrada / VANGUARDIA
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Eran las 5:00 p.m., su turno comenzó a las 9:00 a.m., y ya era hora de regresar a casa. Se retiró las polainas, la bata desechable, la doble capa de guantes, el visor que cubre su rostro, las gafas transparentes, el gorro, el tapabocas, la máscara N95 y el uniforme.

Se dirigió a su casa, a una cuadra del hospital Maimonides Medical Center en el distrito de Brooklyn en Nueva York, se arregló y se dispuso a atender una videollamada procedente de Bucaramanga, Santander, Colombia... su tierra natal.

Ese día contaría su historia. Cómo esta santandereana, a su corta edad, terminó estudiando enfermedades infecciosas y, de un momento a otro, atendiendo a pacientes con coronavirus en el corazón de Nueva York, la ciudad más afectada con la enfermedad en el mundo.

Su formación como doctora inició en las visitas a los laboratorios de la Clínica Comuneros en Bucaramanga, donde trabajaba su papá, Jairo Suárez. La primera lección fue: “Aquí es donde crecen las bacterias, los virus, todo. Aquí se hacen los exámenes”, recuerda.

Crecer en ese ambiente la llevó a entender desde muy pequeña la vocación que debe tener todo médico. Para ella, las frases “es muy tarde”, “no me llamen”, “no estoy disponible”, “hasta mañana lo veo” no existen.

“Siempre estás ahí para el paciente”, indica. Es una forma de decirle a alguien que no está solo y puede confiar en el médico que tiene su vida entre sus manos.

Las anécdotas que conserva de esos años son tantas, que aquella videollamada funcionó como una máquina del tiempo.

Por un momento, en Brooklyn, se presentó la niña que entraba a la Clínica Comuneros de la mano del doctor Suárez, así como la joven de 22 años que, un par de décadas después, con la mano derecha arriba, juró tener absoluto respeto por la vida humana sin consideraciones de religión, nacionalidad, raza, partido o clase.

“Dios lo pone a uno en el lugar en el que debe estar”, cuenta Suárez. En 2012 tomó la decisión de viajar a Estados Unidos, para terminar su internado y seguir sus estudios. Aunque está lejos de Colombia, el clima es diferente y extraña las arepas de su mamá, está convencida de que su lugar es allá, y que aunque esté lejos continúa ayudando a su gente. El 13% de la población en Estados Unidos tiene al español como su lengua materna y una gran cantidad de estos hispanohablantes se encuentra en Nueva York.

“Hablar español fue la panacea y la maravilla para mis compañeros”, expresa Suárez, quien explicó que el solo hecho de que ella hable español facilita la estadía de estos pacientes en el hospital. Es como una forma para que ellos sientan cerca a su tierra.

Aunque asegura que todos los sistemas de salud tienen sus fallas, como colombiana y médica no deja de soñar con un mejor sistema para su país. Uno en el que, por ejemplo, si un paciente de oftalmología necesita una cirugía de catarata no deba pelear con su EPS e interponer una tutela, sino que al día siguiente esté en la sala de cirugía.

Eligió Enfermedades Infecciosas como subespecialidad, una rama en la que se estudia, diagnostica y ofrece tratamiento para enfermedades infecciosas, agudas o crónicas.

Entre tantas que se pueden tratar destaca el VIH, que en Colombia, según el último reporte del Instituto Nacional de Salud, registra 6,0 casos por cada 100.000 habitantes.

“Estar ahí para el paciente” implica mantener al hospital cerca. Y más ahora, pues por estos días los mensáfonos del equipo de infectología del Maimonides Medical Center no dejan de sonar. Ellos son los estrategas en la guerra contra el COVID-19 en Nueva York.

Fue un ataque que no esperaban, un enemigo impredecible al que le siguen el rastro día a día. Según ella, los atrapó “con los pantalones abajo”, pero dispuestos a resolver el acertijo que paralizó al mundo.

El hospital fue seleccionado como centro de estudios clínicos debido al gran número de pacientes que ha atendido. El primer paciente lo recibieron en los primeros días de marzo. “Un hispano, un señor mexicano que, lamentablemente, no salió; por lo que empezamos a estudiar”, recuerda la doctora Suárez.

Entre tantas hipótesis que existen sobre el origen y evolución del virus, lograron habilitar tres tipos de terapia. Porque un médico no termina de aprender.

Una traqueostomía es un procedimiento en el que se realiza una incisión en el cuello para crear una abertura en la tráquea para insertar un tubo que facilitará el paso del aire a los pulmones. Pero este procedimiento solo se realiza si el paciente o la familia lo permiten.

Según cifras oficiales, Nueva York acumula más de 370 mil casos confirmados y 29 mil muertes por el virus. Es decir, en esa ciudad norteamericana se han reportado más casos que España, Reino Unido o Italia.

Suárez explica que la batalla contra el COVID-19 es “una montaña rusa de emociones”, en donde ellos como médicos deben procurar tener el control.

“Cuando el paciente mejora y podemos enviarlo a casa, esa salida te hace el día”, expresa Suárez.

Pero esta montaña rusa tiene bajones muy fuertes. Por ejemplo, el explicar a la familia, como médicos, que las visitas están restringidas porque el aislamiento es la forma más segura de prevenir el contagio. Y al tiempo entender, como seres humanos, lo difícil que es no poder acompañar a un pariente en esta situación. Pero la peor, sin duda, es informales que su familiar, que no han podido ver, falleció.

Y son estos bajones los que pueden hacer que un doctor pierda el control. Hace unas semanas, la noticia del suicidio de la doctora Lorna Breen, de 49 años, en Nueva York, le dio al gremio de médicos el peor bajón de todos. El Hospital NewYork-Presbyterian Allen tuvo que despedir a su jefe de urgencias, una ficha clave en su batalla diaria contra el COVID-19. “Tanta presión en tiempo de crisis puede provocar la toma de decisiones apresuradas. En urgencias son los primeros en dar la cara a esto, y la presión y la frustración de no poder sacar a los pacientes puede llevar a esto”, dice Suárez.

Pero el recorrido continúa, y aunque las cifras preocupan al gremio médico, hay que seguir. “Llega un momento en el que uno agota todas las opciones terapéuticas y lo que sigue es rezar por un milagro, para que Dios nos ayude a sacar a los pacientes”, dice Suárez. Pues los milagros médicos existen y suceden todos los días.

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Publicado por María Paula Rincón

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