Hace al menos 20 años que la fuente de soda Magará no se veía así:todas las mesas llenas, amigos reunidos, múltiples conversaciones, una tendera bastante ocupada y buenas ventas.
La noticia de su cierre inminente los ha reunido a todos. Ya no tienen 15, 20 o 30, pero por unas horas parece que sí y los murmullos sobre partidos de fútbol que culminaban con una buena Kola Hipinto, citas clandestinas de amores adolescentes o borracheras de viernes por la noche, retumban en Magará.
Es como si los años 70, 80 y parte de los 90 revivieran a través de los estantes, la caja registradora y el letrero verde de la fachada, todos sobrevivientes de 50 años de cambios y movimientos en la ciudad...
Ese sábado, 8 de septiembre de 2018, fue el último día del lugar favorito de varias generaciones que crecieron en los barrios Cabecera, Bolarquí, Conucos y demás aledaños y de muchos bumangueses que tuvieron la fortuna de probar los sándwiches de jamón y queso y la naranjada de doña ‘Maruja’.
De ahora en adelante, en esa inolvidable esquina de la carrera 31 con calle 54 funcionará una tienda de una cadena internacional.
El sueño de salir adelante
- “Mi papá estaría muy orgulloso de lo que logró Magará”, asegura Mario Ramírez Castillo, mientras con los ojos hace un paneo por el lugar.
Los últimos días varias personas le han preguntado si tiene fotos antiguas del sitio, del momento en que abrió sus puertas.
- “Muy fácil, párese al frente y tome la foto y esa es la misma de hace 50 años. Lo único es que los carros son diferentes, pero como la tecnología ahora es impresionante, quite los carros y ponga unos antiguos y listo”, responde.
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Ciro Alfonso Ramírez, su papá, llegó a Bucaramanga en el 63. Se vino desde Silos, municipio muy frío de Norte de Santander, a trabajar con su cuñado en el que en ese entonces era el sitio de encuentro más concurrido y la primera o una de las primeras fuentes de soda de la ciudad: El Salón Túpac Amaru.
Después de tres años de trabajo y un buen dinero ahorrado, él y su cuñado decidieron expandirse y hacerse con dos lotes más. El de la calle 31 con 54 se lo quedó él y sin pensarlo empezó a construir. En febrero de 1967 el local estaba listo y entonces, con la idea de relajarse un poco antes de abrir el negocio, se fue a disfrutar las ferias y fiestas de su pueblo.
Estando allí se cayó de un caballo y 15 días después falleció.
- “Nunca vio el negocio hecho realidad, pero el nombre del lugar siempre nos lo recordó”, menciona Mario.
Magará era el nombre de un cacique de Silos que, en medio de La Colonia, lideró y luchó porque el pueblo no tuviera soberanía española y también el de la vereda donde nació Ciro.
Así que, como un homenaje a sus raíces, desde la compra del lote el nombre era lo único que no tenía vuelta atrás.
Tras la muerte de Ciro, María Castillo, su esposa, quedó a cargo de tres hijos y de un local que no sabía cómo manejar. Le pareció mejor idea arrendarlo y entonces la esquina fue por un año largo una pista de carritos que unos suizos montaron como atracción.
Solo fue necesario que unos familiares de ‘doña Maruja’, como todos la conocían, vinieran de visita desde la capital del país y le dijeran que lo que tenía en sus manos era una mina de oro, para que ella entendiera que ya era hora de darle vida a Magará.
En 1969, con la ayuda de su hermana y el esposo de esta, a quienes se trajo a regañadientes desde Silos con la promesa de que iban a convertir el negocio en el mejor de la ciudad, Magará abrió sus puertas y un año después lo hizo Kikirikí, un asadero de pollos que montó la hermana de ‘Maruja’ justo al lado de Magará, en el que la gente hacía fila para no quedarse sin la mejor arepa de Bucaramanga.
- “Magará y Kikirikí no solo fueron en esos años unos de los mejores negocios de la ciudad sino que sacaron adelante a seis profesionales y dos familias de pueblo que alguna vez soñaron con surgir”, comenta Mario, quien es el mayor de los tres hermanos Ramírez Castillo.
Doña ‘Maruja’ le dio vida a Magará cuando en Cabecera apenas había cuatro casas, Conucos no había cumplido ni diez años y los demás barrios aledaños aún tenían más lotes que viviendas. Atendió la fuente de soda por más de 30 años, en los cuales hizo de esta el mejor lugar para comer, beber, enamorar, pactar negocios, hacer política, conocer amigos, ahogar las penas y hasta hacer mercado.
Y dejó de hacerlo a sus 78 años, justo cuando iba a empezar el nuevo siglo, justo cuando la ciudad empezó a cambiar y las nuevas generaciones tenían otros puntos de encuentro, justo cuando los jóvenes que durante tanto tiempo hicieron que las ventas del lugar fueran buenas ya no eran tan jóvenes y ya no compraban una canasta sino una cerveza y justo cuando el tiempo pasaba para todos, menos para Magará.
Gracias por Magará
Son las siete de la noche y tal como le pasó a la fuente de soda, a la que los años le han pasado sin seña y rastro, los asistentes a la despedida parecen atascados en el tiempo.
Para el grupo de mujeres que se ubicó en algunas mesas de la entrada, las que dan a la calle, corre el año 80 y punta. Se recuerdan espiando por las ventanas de Magará en busca de los novios de colegio y universidad que les prometían visita vespertina y nunca llegaban. Se ven también comprándole dulces Celis y ‘papas pobre’ a doña ‘Maruja’ y sonsacándola para que les contara si los muchachos se habían visto con otras en esos días.
Para el combo que está tomando cerveza al lado de las chicas, que hoy ya no son tan chicas y ellos menos, el tiempo parece haberse detenido en un 30 de diciembre del año 80 cuando, como era costumbre en esa fecha, Norberto ‘Sese’ Peluffo, exjugador de fútbol bumangués y actual director técnico de Millonarios, invitaba a los amigos y vecinos del sector a tomar durante todo el día.
- “Él siempre hacía eso, venía de vacaciones a su casa en Conucos y lo primero que hacía era ir a Magará, nos invitaba a todos y nos contaba sobre sus triunfos y su experiencia en Nacional y Millonarios”, cuenta uno de los del combo.
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Adentro,todas las mesas llenas, los recuerdos rondan los primeros años de Magará y las novedades que la tienda trajo consigo una vez doña ‘Maruja’ se puso al frente.
Mencionan los perros calientes con mostaza, únicos en la ciudad, los sándwiches de jamón y queso con la palabra Magará grabada en la tajada superior de pan, los helados California, los jugos espumosos y cremosos cual batido y la Club Soda Naranja o ‘La Roja’, como se le decía a la Kola Hipinto.
- “Nosotros no llegábamos a conectarnos, ni a buscar enchufes, veníamos a hablar pajarilla, a hidratarnos después de jugar fútbol en alguno de los tantos lotes que hacían las veces de canchas barriales y a brindar por previos ganados o perdidos, por amores nuevos o aún no olvidados. Veníamos a rogarle a doña ‘Maruja’ que nos vendiera cerveza después de las 11 p.m. sin mucho éxito, a planear paseos y picardías... Si alguien no aparecía era porque estaba en Magará, fijo”, relata uno de los vecinos más antiguos.
Y remata con una pregunta:
- “¿Y ustedes los jóvenes, van a tener un lugar al que volver cuando sean viejos a recoger recuerdos, o ahora todos los lugares son de paso?”.