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Lunes 16 de marzo de 2020 - 12:00 PM

Oblea típica florideña: La historia de una tradición

Amor prohibido, noviazgo, gran amor, divorcio, esos son los nombres con los que la mayoría de santandereanos conocemos a las obleas, ese postre típico de nuestra región, pero a quién se le ocurrió nombrarlas de esa manera quién fue la primer persona que combinó los sabores Conozca la historia de la oblea típica florideña.

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Jaime del Río/ VANGUARDIA
Jaime del Río/ VANGUARDIA

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Jaime del Río/ VANGUARDIA

Floridablanca es considerada ‘la ciudad dulce’ por ofrecer los más deliciosos manjares tradicionales. Hablamos de las cocadas, las panuchas, las brevas con arequipe, todos esos dulces que todavía se preparan de forma tradicional y cautivan paladares. Sin embargo, lo más representativo de este municipio son sus icónicas obleas, esas galletas finas y delgadas hechas con maíz y rellenas de múltiples combinaciones de sabores que, al ser degustadas, logran transformar un humilde postre en una experiencia mágica y exquisita que ha hecho parte de la vida de generaciones y que hoy atrae cada vez más personas a este lugar.

Es imposible negar que cuando nos preguntan por Floridablanca, lo primero que se viene a nuestra mente son las obleas. Los santandereanos consideramos tan típico este postre como la propia hormiga culona, el mute o el cabro. Pero, ¿alguna vez usted se ha preguntado a quién se le ocurrió la idea de combinar tantos sabores dentro de esa galleta?, ¿por qué Floridablanca es el sitio elegido por excelencia cuando queremos disfrutar de las mejores obleas?, ¿a qué se debe que las diferentes combinaciones de sabores tengan nombres que hacen referencia al amor?

Para nosotros, este manjar se ha vuelto algo tan común y cotidiano en nuestra realidad, que quizás esas preguntas han pasado desapercibidas y se han perdido en nuestra mente. No obstante, poder descubrir la historia de nuestro postre insignia es conocer un poco más de la historia misma de nuestro departamento.

Una idea que transformó un pueblo

La historia de la oblea típica florideña no es tan antigua como creemos. No hay que buscar en todos los libros de historia para encontrarla o recorrer cada casa del municipio para que alguien nos la cuente. La historia de la oblea podemos descubrirla, sentirla y escucharla de boca de la mujer que un día le agregó más sabores a la oblea que se hacía solo con arequipe para darle más color, para innovar y que, sin pensarlo, le dio un vuelco a la historia de Floridablanca.

Su nombre es Martha Lucero Jiménez, una florideña que ha estado rodeada toda su vida del dulce, pues desde muy pequeña le ayudaba a sus padres con la empresa que tenían de producción y venta de dulces y postres.

Según cuenta Martha, en aquel tiempo solo existían tres empresas que se dedicaban a fabricar y vender dulces en Floridablanca, que aunque para la época no era la ciudad que hoy conocemos, sino un pequeño pueblo, la oblea tradicional era ya muy popular y se vendía de forma exagerada; es por eso que la competencia crecía de forma acelerada, los tiempos se volvían más difíciles y surgió la necesidad de innovar para poder vender más.

Dicen que en tiempos difíciles surgen las mejores ideas y demostramos de lo que estamos hechos. Así lo hizo Martha, cuando con la ilusión de mejorar los ingresos de su familia, se le ocurrió salirse de lo tradicional y agregarle otros sabores distintos a la ya conocida oblea con arequipe.

“Nosotros vivíamos de la oblea, por eso necesitábamos que crecieran las ventas. Una vez salí de viaje y venía pensando en cómo mejorar la situación. Para mí, lo mejor era brindar otras opciones, algo diferente, entonces llegué y decidí empezar con las combinaciones, porque sentía que la oblea tradicional ya no estaba funcionado”, cuenta Martha.

Así fue como en 1982 nació ‘amorique’, ‘aguayique’, ‘hawaina’ y ‘afresique’, sus primeros cuatro sabores, cuyos nombres eran combinaciones de los nuevos ingredientes que tenían: mora, queso, piña y fresa.

Como toda gran idea, al principio tuvo detractores, entre ellos, algunos miembros de su familia, que le dijeron que su propuesta no iba a funcionar. No obstante, Martha dice que fue su mamá la que le ‘acolitó’ ese sueño y fue su apoyo en aquel momento.

En su cabeza siguió imaginando las múltiples combinaciones que podría crear, pero el problema ahora era nombrarlas, pues quería que los nombres fueran más llamativos y le causaran gracia a la gente.

“A mí gustaba leer, me encantaba la poesía. En esa época mis amigas me mandaban a hacer las cartas para sus novios. Ahí se me ocurrió que para nombrarlas, debía basarme en el amor y sus etapas. Me imaginaba a la gente llagando al local y que pidieran un ‘noviazgo’, era atractivo”, recuerda Martha.

Así, por cada nueva combinación, aparecía un nuevo nombre con referencia al amor, el cual lo plasmaba en una cartelera fosforescente y lo pegaba en el negocio de sus papás.

La oblea tradicional había quedado en el pasado, Martha había iniciado lo que podría llamarse ‘la revolución del dulce’, en donde sabores que nunca alguien imaginó combinar, ahora formaban el mejor de los postres. La gente las amó, pues todo el mundo empezó a hablar de esas obleas tan extrañas, y en cada dulcería de Floridablanca eran solicitadas, ahí fue cuando su idea empezó a esparcirse como el arequipe en todo el municipio.

De generación en generación

Cuando Martha vio consolidada su genialidad, que además fue replicada en diferentes empresas, se llenó de orgullo, pero además se sintió feliz y realizada por el deber cumplido, por haber logrado que sus padres tuvieran una estabilidad económica y un futuro asegurado.

Así, como sus obleas, dejó que el amor untara su vida, se enamoró, tuvo su ‘noviazgo’, y con el que fue y es su ‘gran amor’, llegó al ‘matrimonio’, lo que hasta ahora le ha dejado el más grande tesoro, su hija Nathalia Pinto Jiménez, quien lleva la pasión por el dulce en su sangre, quien está decidida a seguir con el legado de su madre, pero sobre todo, a que el mundo la conozca como la artífice de lo que ahora son las obleas típicas de Floridablanca.

“Mi mamá me ‘acolita’ mis locuras porque yo siento que como a ella no le apoyaron las ideas por completo, ella trata de seguirme la cuerda en muchas cosas. A mí desde pequeña me ha gustado el dulce porque me crié alrededor de él, para mí es una pasión, es algo que hago con amor, así como mi mamá, para mí es todo un orgullo”, expresa Nathalia.

Y es que, hasta hace poco, en algunas notas y escritos se decía que los creadores de la oblea como hoy la conocemos eran una pareja de esposos que habían traído la idea de Nueva York.

“Los esposos son mis papás, a quienes les dejé la idea, pero esto no fue traído de Estados Unidos, esto es de aquí, esto es algo que nació en Floridablanca”, dice Martha.

Por eso, este año decidió irse hasta una notaría para que legalmente quedara declarado que ella es la autora de la idea de cambiar la oblea tradicional y darle todo un giro. No lo hace por reconocimiento económico, sino porque ahora que sabe que pudo cumplir su propósito de darle una buena vida a sus padres “es tiempo de decir la verdad”.

Es consciente de que sus comentarios pueden causar polémica, habrá algunos que quizás no le crean, pero asegura que tiene testigos que pueden dar fe de sus palabras. “Estoy dispuesta a someterme a un polígrafo”, añade.

Por ahora, de la mano de su hija sigue trabajando. Juntas tienen el objetivo de seguir endulzando la vida de las personas con nuevas combinaciones, nuevas creaciones, obleas como las que solo ella sabe hacer, iguales a las que un día llegaron a su cabeza en 1982, y con las que, con ingenio, pero sobre todo con amor, transformó todo un municipio.

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Publicado por Danilo Prada Alvarez

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