Es claro que hay que desahogarse y de alguna forma exteriorizar el dolor que sentimos para no asfixiarnos. Sin embargo, son de admirar esas personas que tienen la enorme capacidad de sobrellevar sus adversidades sin quebrarse. Ellas tienen el poder de aceptar lo que les sucede, aprenden de lo que están viviendo y, mejor aún, se recomponen a sí mismas.
Si bien en algunos de esos seres humanos “la procesión va por dentro”, también es claro que irradian un gran poder que les sale a flote en casos de tiempos difíciles.
No es que no lloren ni que no sientan abatimiento, pero tampoco deciden sumergirse en las amarguras de sus tristezas. Más allá de que se desanimen ante las decepciones, se dan un tiempo y luego dedican todos sus recursos a recuperarse.
Porque ser fuerte no significa ser duro como una piedra o pretender que nada nos afecte; tampoco es un asunto de ser perfectos.
Lo importante es ser capaz de entender que la fortaleza es la única opción que se tiene cuando se toca fondo.
Gente así alcanza el equilibrio emocional que tanto se requiere en la vida y se adapta a lo que se tiene en ese momento de tribulación.
Solo así se pueden superar las muertes de los seres queridos, se pueden asimilar los diagnósticos de terribles enfermedades, se pueden mirar frente a frente las crisis financieras e incluso se pueden asumir algunas rupturas sentimentales.
Cada vez que alguien logra superar situaciones difíciles, sin vivir quejándose ni maldiciendo ‘por la vida que le toca asumir’, demuestra que puede crecer espiritualmente a través del reto de vivir. Algo más: logra convertir cada problema en una oportunidad.
He sido testigo del valor que ha acompañado a muchos seres humanos en momentos duros y no termino de sorprenderme por la fortaleza que los acompaña.
Ante el decoro y el tesón que muchos demuestran ante los problemas me doy cuenta de que jamás debemos rendirnos.
La verdad es que siempre existe una posibilidad de salir adelante, así el agua nos dé hasta el cuello.
¿Está atravesando por alguna situación difícil en estos momentos?
Llore si siente que debe hacerlo. Es clave que saque toda esa amargura, pero no se quede atrapado en ella.
Dicho de otra forma: si bien se puede abatir, no se le está permitido abandonarse a su suerte ni mucho menos asumir el rol de la víctima.
Aunque no lo crea usted es más fuerte de lo que piensa y tiene las suficientes energías como para recomponer su vida.
Cada adversidad le enseña a mirar la situación en la que esté desde diferentes perspectivas y, en muchos casos, esas formas de actuar terminan dejándole grandes lecciones e incluso le ayudan a crecer.
Cada día que pase la vida lo va a confrontar con nuevos retos y le corresponde superarlos con gallardía.
Debe aceptar la responsabilidad por la actitud que asuma ante un problema en vez de quedarse lamentándose por lo que le pasó.
Sea optimista, lo que no significa que tape el solo con las manos.
El optimismo, de acuerdo con el origen mismo de la palabra, significa potencializar al máximo su entusiasmo y partir de ahí para recomponerse.
Este sencillo texto es una invitación a desarrollar su fortaleza espiritual, esa que le permitirá enfrentar los obstáculos a punta de dignidad, perseverancia, esfuerzo, madurez y fe.
¡Cuénteme su caso!
Las inquietudes asaltan a nuestro estado de ánimo. Rodean los pensamientos, los atosigan y logran intoxicarnos; tanto que no encontramos respuestas satisfactorias. Pero con cada cuestionamiento tenemos una posibilidad más para afrontar un nuevo horizonte, ya sea razonando o empleando terapias de saneamiento mental. ¿Cuáles son esos temores que le atacan el alma? Escríbale a Euclides Kilô Ardila a través del correo: eardila@vanguardia.com ¡Él le responderá!
Testimonio:
“Algunas personas me han hecho daño y no se cómo olvidar esas heridas. Cada vez que las veo me lleno de amarguras y me acuerdo de cada cosa fea que me hicieron. Vivo ofendido y siempre quiero vengarme. Quisiera encontrar la paz interior de la que suelo leerle en cada uno sus artículos. Enséñeme a perdonar. Espero sus valiosos consejos. Gracias por su atención”.
Respuesta
Yo le puedo sugerir algunas herramientas para perdonar, pero nada lograré si usted no tiene la suficiente fuerza de voluntad para absolver a quienes lo lastimaron.
Se lo digo porque el perdón debe surgir de lo más profundo de su ser; de hecho esa es una decisión que debe asumir para recuperar la serenidad.
Le conviene ‘eximir’ o ‘indultar’ a quienes le causaron esas heridas de las que habla. Hacer eso es clave para alcanzar la paz interior que tanto busca.
Deje de echarles la culpa a los demás, no siga almacenando rencores y suéltese de esas amarguras.
Nada saca con la venganza, no insista en darle vueltas a sus dolores y de una vez por todas pase la página de esos episodios desafortunados.
Haga un autoanálisis que le permita extraer de su alma ese ‘veneno’ que lo está matando.
Si hace la autoreflexión con total objetividad y sinceridad descubrirá que puede remover esos escollos de amargura que padece y, sobre todo, logrará hacer los ajustes emocionales que fundamentarán la calma que requiere para seguir con su cotidianidad.
El tema no es de hacer como si nada hubiera pasado con esas personas. Perdonar no significa olvidar o ‘hacerse el de la vista gorda’. Lo importante es que las heridas que le causaron no sigan interfiriendo con su mundo y pueda vivir sin la pesadilla de los resentimientos.
Es como tener presente que esas personas le fallaron y, al mismo tiempo, evitar vivir renegando por ello. Hacer eso lleva su tiempo, por lo que no puede pretender cambiar de tajo la situación, pero sí es clave eliminar la rabia. Así las cosas debe hacer ejercicios de compasión y apropiarse de entereza para que pueda ver a esas personas sin cólera. Entienda que todo eso es solo un asunto del ayer.
Pídale a Dios fortaleza para salir adelante y, sobre todo, para que pueda mantener el debido control de sus emociones.