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Espiritualidad
Leer la Biblia: los beneficios de las Sagradas Escrituras
Algunos leen la Biblia como un texto literario, otros llegan a ella para conocer datos históricos, unos más la tienen como material de consulta para sus eucaristías y no faltan los que la miran como un documento filosófico.
Sin embargo, lo que debe prevalecer de esta gran obra es la importancia espiritual que ella ha representado a través del tiempo.
Sin ser un fanático religioso ni pretender matricular a nadie en credo alguno, leer la denominada Sagrada Escritura se convierte en una valiosa terapia para el alma e incluso ella misma podría llegar a ser una auténtica guía para la vida cotidiana. Es más, algunos la recomiendan para sobrellevar los quebrantos de salud.
Cada versículo, cada parábola, cada línea y en general cada relato que aparece en esta magistral obra enriquece nuestra humanidad y, mejor aún, nos permite conocer más de cerca la Palabra de Dios.
Entre otros aspectos trascendentales de sus contenidos están sus voces sabias y el hecho de que nos permiten comprender la relación que debemos tener con el Señor. También sus líneas nos sirven para guiarnos en las decisiones que debemos tomar cada día.

Los relatos bíblicos y en general todos sus recuerdos nos hacen pensar más profundamente acerca del orden, del equilibrio, de la paz, de la solidaridad, del amor, de la perseverancia y de la necesidad de ser buena persona. Sin exagerar, los principios expresados en todos sus textos representan grandes tesoros.
Esta lectura nos permite deshacernos de la ansiedad y del estrés que suelen traer los problemas diarios; nos ayuda a desplegar sabiduría cuando todo está fuera de nuestro control; nos permite serenarnos cuando las tribulaciones nos atosigan; nos permite experimentar sanidad y liberación; sin contar que nos da claridad para saber lo que en realidad hay en nuestro corazón.
No en vano La Biblia es el libro más vendido del mundo y se considera como el único texto realmente sagrado, porque nos ofrece las valiosas enseñanzas morales que se pueden identificar en cada uno de sus apartes.
Lo mejor es que cada escrito de la Biblia siempre tiene algo nuevo que decirnos y cada quien puede interiorizarlo, entre otras cosas, porque todo lo que en ella está se configura con nuestra vida, tanto la pasada como la presente.
Además, ella favorece nuestro proceso de conversión y acercamiento a Dios y, en muchas ocasiones ella, beneficia nuestro futuro. La verdad es que cuando nos contactamos con el Señor por medio de esa sagrada lectura, todos nos llenamos de fe, de optimismo y de esperanza.
Al leer la Palabra de Dios no solo nos nutrimos espiritualmente, sino que también aprendemos a entender más las cosas que ocurren a nuestro alrededor.

REFLEXIONES CORTAS
* La culpa no fue de la gota que derramó el vaso, sino de la persona que se quedó viendo cómo el recipiente se llenaba y no hizo absolutamente nada. A veces somos responsables por nuestro silencio, por nuestra cobardía, por nuestra complicidad o por nuestra forma pusilánime de ser.
* Ciertas cosas no se venden, no se prestan ni se sacrifican: hablo de la dignidad, la libertad o los derechos. Es lamentable ver cómo hay hombres y mujeres que negocian sus principios y hacen que sus vidas se conviertan en un simple intercambio de intereses o de favores.
* Valiente es quien se sienta consigo mismo, aquieta sus demonios, sana sus heridas y no arrastra a nadie a su tormenta. Y aunque usted sea un globo lleno de emociones en un mundo rodeado de alfileres, actúe con decisión haciendo frente a sus miedos, inquietudes y dudas.
* Las personas amargadas siempre están con una ‘cara de tote’ criticando, viven quejándose, son volátiles y ofensivos, su autoestima está baja y les gusta hacer sentir mal a los demás. Si usted es así no se amargue más, tienda las amarguras fuera de su mente y verá que ellas solas se secarán.
EL CASO DE HOY
Las inquietudes asaltan con frecuencia a nuestro estado de ánimo, sobre todo en esta época. No obstante, con cada cuestionamiento tenemos una posibilidad más para afrontar un nuevo horizonte, ya sea razonando o aplicando sanas estrategias para el alma. ¿Cuáles son esos temores que lo afectan en la actualidad? Háblenos de ellos para reflexionar al respecto en esta página de Espiritualidad. Envíe su testimonio a Euclides Kilô Ardila al siguiente correo: eardila@vanguardia.com En esta columna, él mismo le responderá. Veamos el caso de hoy:

Testimonio: “Yo me la paso rezando y nada consigo con eso. En estos últimos años, cuando todo ha sido más difícil para mí por la pandemia, es cuando más he orado. Pero todo ha sido en vano, ya que las cosas no me han salido como las esperaba. ¿Qué me puede estar pasando? ¿Acaso orar no sirve? Me gustaría que me diera su punto de vista. Gracias”.
Respuesta: En ciertos momentos las cosas no salen como las deseamos y es ahí cuando la desesperación nos arrasa como una tormenta.
¡No hay que perder la fe! Si bien hay momentos de dificultad en los que parece que no hay salidas para ciertas cuestiones, usted siempre puede recurrir a la oración. En cada plegaria que eleve al cielo podrá encontrar consuelo y, sobre todo, fuerzas para continuar adelante.
Más allá del credo que practique, la oración le permite entablar un diálogo con Dios, entre otras coas, para armonizar sus deseos con las bendiciones que Él le tiene destinadas.
No obstante, orar implica tener fe. Lo menciono porque si no está convencido de lo que solicita, más allá de que sus labios se muevan al final ellos no lo harán al mismo ritmo de su corazón y, por ende, no podrá estar en sintonía con el Señor. Es decir, orar tiene que nacer de su propia convicción de que será posible vencer cualquier dificultad que se le aparezca.
Si no tiene una actitud honesta y simplemente está haciendo las cosas por inercia y dándole vueltas a repetir unas frases ‘sin ton ni son’, nada logrará. ¡No es un regaño, es una reflexión!
De igual manera, no hay que pedir cosas si antes no se compromete a poner de su parte. Insisto en decir que orar no es solo decir frases. Las palabras vacías no van a ninguna parte y, por supuesto, ellas no tiene el eco celestial. ¡Dios lo bendiga!
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Periodista de Vanguardia desde 1989. Egresado de la Universidad Autónoma de Bucaramanga y especialista en Gerencia de La Comunicación Organizacional de la Universidad Pontificia Bolivariana. Miembro del equipo de Área Metropolitana y encargado de la página Espiritualidad. Ganador del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar.
eardila@vanguardia.com