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Espiritualidad
Miércoles 20 de noviembre de 2019 - 12:00 PM

Sea puntual... la vida misma se lo agradecerá

La impuntualidad es un mal hábito, un defecto y una grosería. Alguien que no llegue a tiempo a un cita, no solo deja una pésima imagen sino que además transmite desconfianza.

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Últimamente están anotando en las tarjetas de invitación de algunos eventos sociales cuatro singulares palabras, que se leen así: “Sea puntual, por favor”.

Y es que aquí es tan ‘normal’ llegar tarde que, a decir verdad, ya era hora de que los organizadores ‘se pararan en la raya’.

Es increíble que la gente no tenga el cuidado de hacer las cosas a su debido tiempo o, como se dice, a la hora estipulada.

Llegar tarde es un pésimo hábito: en los matrimonios las novias se hacen esperar; los hijos jamás regresan a casa a las horas que estipulan los papás; y en las ruedas de prensa todo el mundo llega cuando se le antoja.

Y es que para todo hay excusas: el bus se demoró, había congestión, me salió una agenda imprevista, llovió... en fin. Siempre existe una explicación acomodada para la irresponsabilidad.

A quienes les encanta llegar ‘cinco minuticos más tarde’, dirán que tenemos distintas fases metabólicas que afectan las percepciones y ellas hacen que ‘el tiempo se nos pase volando’.

Sin embargo, todos disponemos de los mismos siete días y las 24 mismas horas y, por ende, estamos obligados a cumplir con los compromisos pactados.

A mí me enseñaron desde las aulas del Colegio Salesiano que incluso llegar a tiempo es ‘llegar tarde’, porque uno no sabe qué nos pueda pasar durante el trayecto. Por ende, madrugarle a una cita siempre será lo más acertado.

Aparecerse unos minutos antes de lo convenido o acordado, le hace ganar una buena reputación y le reduce el estrés.

¿A qué viene el tema?

A que cualquier impuntualidad, además de ser una falta de respeto y una pésima costumbre, resquebraja la imagen del ciudadano, sin contar que exaspera a los demás.

En las Sagradas Escrituras se aclara que la puntualidad es una virtud e incluso se especifica que no hacer gala de ella puede hacer trastabillar el alma.

Ser puntuales transmite confianza e implica un profundo respeto por nuestros semejantes. Por el contrario, quienes constantemente hacen esperar a otros, de manera literal, están robándoles su tiempo.

Si llegó a esta parte del texto y, pese a ello se atreve a confesar que hace parte del grupo de los ‘tardíos’, le cuento que puede ponerse al día y dejar ese pésimo hábito.

Evitar la famosa ‘demoritis crónica’ es viable con tres estrategias básicas: disciplina, fuerza de voluntad y sentido común.

Acabar con las falsas justificaciones, de por sí, es un buen comienzo.

El cambio es posible y es bueno que la idea de ser puntuales comience a calar en nuestra cotidianidad.

La clave está en planificar las tareas y destinar un tiempo adicional para imprevistos o retrasos inesperados. No tenga miedo a llegar antes; es más, siéntase cómodo si quedan ‘tiempos vacíos’ o si puede hacer algo con anticipación.

De esta manera no se estresa, no afecta su salud, evita riesgos de sufrir percances por la carrera e incluso puede sentirse bien con usted mismo. ¡Ah... y deja una buena impresión! Algo más: así podrá estar en paz con usted mismo y con su espíritu.

Perdone que le reitere, pero siempre deje un poco más de margen de tiempo entre cada cita y comprométase a llegar temprano por si se le presentan imprevistos a causa del mal tiempo, de la congestión vehicular o de alguna situación personal.

¡Y ojo! La recomendación va para todos: tanto para el empleado como para el Presidente de la entidad. También las novias podrían adoptar la misma rigurosidad a la hora de partir rumbo a la boda.

LA CARTA DE HOY

Inquietud:

“Tengo que confesarle algo: soy de los que aparento estar bien, pero por dentro me afano con mis temores y angustias del día a día. No sé por qué, pero siempre me hago el duro, solo para aparentar que nada me perturba. La verdad es que, aunque me dejo llevar por los problemas, siempre me pongo una careta para que nadie me vea tambalear. Lo leo con frecuencia en esta página y noto que siempre le apuesta a la transparencia y a ser auténtico. Sé que mi proceder es errado y por eso le solicito uno de sus sabios consejos”.

Respuesta:

“La procesión va por dentro”. Más que una frase proverbial, esta es una realidad que acompaña a muchos hombres y mujeres del común.

Hay personas que se encuentran en una situación difícil, pero disimulan o no exteriorizan el sufrimiento que están padeciendo.

¿Qué hacer ante tales angustias?

Siempre he respetado a quienes, como usted, tienen entereza para enfrentar la vida sin aspavientos ni quejas. ¡Mis respetos! No obstante, pienso que puede resultar algo equivocado querer reflejar una imagen errada ante los demás.

El asunto no es solo suyo. A muchos les ocurre lo mismo y deciden tragarse todas sus problemáticas.

Por otro lado, -no sé si sea su caso-

algunos forman una tempestad en un vaso de agua, se fían del color más no del sabor e incluso se embolatan con las cosas sencillas que les ocurren.

Mejor dicho: ¡Cuántos chascos nos llevamos cuando no miramos más allá de las apariencias! Eso es lo que nos ocurre con los llamados ‘problemas’ de nuestra vida.

Le digo algo: aunque no lo crea, todo es menos terrible de lo que parece. Por ejemplo: puede estar lloviendo o haciendo frío y a lo mejor nuestros planes se estropean por el clima. Aún así no analizamos que, si estamos bien de salud el resto no tiene importancia.

¡Claro! Todo se da según el cristal con el que miremos las cosas. La solución a todas nuestras situaciones, las respuestas a las preguntas y la debida atención a las inquietudes sobre la vida, sobre el amor, sobre las relaciones y sobre lo que nos inquieta, no están afuera: ¡Están dentro de nosotros mismos!

Es cierto que hay momentos en los que nos encontramos en un estado de depresión, como si nada nos sirviera, como si nada se prestara para sonreír e incluso como si el mundo entero estuviera en contra de nosotros. Cuando surgen esos días, a veces el es sólo de apariencia. Las galas no siempre son las que dan el aire y el brío; son las reales ganas las que nos convierten un día gris en uno soleado.

¿Tiene un problema? Cuenta con dos opciones: O se le mide a ponerse alas para volar o le apuesta a comprar dos muletas para que lo vean cojear.

Si toma la primera opción, tenga en cuenta que lo que veremos de usted por fuera no será el par de alas, sino las ganas de emprender el vuelo.

Podrá reír y hasta actuar de tal forma que pareciera que nada le ha pasado, pero si no aprende a ser auténtico, todo será falso y en vano.

No empuje el río, déjelo correr a su ritmo. Mire sus situaciones con objetividad y hasta con buen humor, pero nunca dibujando lo que no es.

Es preciso ser dueño de usted mismo utilizar las caras reales que tiene, antes que quedarse inventando y divagando en su mente problemas que, a lo mejor, no existen. ¡Dios le bendiga!

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Publicado por Euclides Kilô Ardila

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