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Lunes 13 de junio de 2016 - 12:00 PM

Desde Bucaramanga la empelotada se vio más fácil

Crónica de una experiencia artística y nudista en Bogotá, convocada por el fotógrafo Spencer Tunick, contada al calor de un tinto santandereano.

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“Desde Bucaramanga la empelotada se vio más fácil” (Foto: AFP/VANGUARDIA LIBERAL)
“Desde Bucaramanga la empelotada se vio más fácil” (Foto: AFP/VANGUARDIA LIBERAL)

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“Desde Bucaramanga la empelotada se vio más fácil” (Foto: AFP/VANGUARDIA LIBERAL)

Desde hace algunos meses en que se supo que por fin el fotógrafo de desnudos masivos más importante del mundo Spencer Tunick, aquel que ha efectuado obras de arte fotografiando multitudes desnudas en más de treinta ciudades del mundo, haría presencia en Bogotá, se sintió un revuelo cultural evidente en la capital.

Luego de una campaña de expectativa, hace un mes aproximadamente se abrieron las inscripciones para las personas que quisieran participar del evento. El único requisito era que quienes se inscribieran y desearan desnudarse y posar para el fotógrafo deberían ser mayores de edad, pues la inscripción iba acompañada de un formulario o contrato que exoneraba a la organización de cualquier accidente o lesión que sufriera el participante.

En ese mismo espacio se les indicaba a los inscritos que una semana antes del evento serían notificados solo aquellos que fueran aceptados. Es presumible que el tiempo entre la inscripción y la confirmación debió ser utilizado por los organizadores para investigar en las redes sociales e incluso en las páginas de antecedentes penales el perfil del aspirante.

La comunicación de aceptación, que llegó junto con las indicaciones y lugar en que se llevaría a cabo la sesión, nos permitió prepararnos mental y físicamente para lo que se vendría.

El día llegó y si bien la lluvia no se hizo presente, sí el frío y el viento que lo hacía más intenso. La Plaza de Bolívar en Bogotá debió haber sido diseñada y planeada por un torturador e inquisidor del medioevo, pues no de otra manera se explica que se haya construido justo en la intersección de los dos cerros tutelares de Bogotá, Monserrate y Guadalupe; entre ese intersticio que dejan las majestuosas montañas, justo por ahí, se adentra el viento helado más infame y brutal del altiplano Cundiboyacense.

Pues bien, allí estaba yo muy a las 2.30 a.m. abrigado de pies a cabeza intentando buscar entre quienes hacían cola para ingresar una cara conocida, una vieja amiga o amigo, un viejo amor quizás, alguien con quien dialogar y menguar los nervios (no todos los días uno se empelota, por lo menos no para ser fotografiado). Como de costumbre y a lo colombiano en el último minuto me topé con mi viejo amigo Roberto, hombre “izquierdoso” que pasa los 60 años, de una enorme cultura cultivada con lecturas de economía, filosofía y sociología, que para algo han de servir en momentos como estos.

El ingreso fue ordenado y la charla, no solo ya con Roberto, sino con los demás asistentes fue fluyendo de manera amena y natural.

Reflexiones tras la jornada

Hago una pausa aquí para mencionar que luego de pasados algunos días de la famosa jornada en la que más de seis mil ciudadanos se desnudaron para la cámara de Tunick, estando de visita en la ciudad de Bucaramanga, pude contar estas mismas líneas a unos amigos de la ciudad, con quienes tras una amena y cordial tertulia, saqué algunas reflexiones.

En primer lugar, me llamó la atención que muchos de estos jóvenes lamentaron no haber estado presentes y me expresaron que de haber podido, sin duda alguna, habrían asistido al evento. Llama la atención, pues se tiene la impresión que la provincia santandereana no participaría de este tipo de actos en los cuales se rompen paradigmas y estereotipos morales. En efecto, de todo se pudo apreciar el pasado domingo en la Plaza de Bolívar de Bogotá. Parejas heterosexuales maduras y jóvenes, parejas de la comunidad Lgbti, pero también solitarios silenciosos, poetas, obreros, arquitectos y de profesiones varias. Solo un inconveniente y ventaja a la vez, no era posible establecer profesión, origen o dignidad de aquellos que he denominado ángeles, por la sencilla razón de que sin ropas, sin la impostura de la prenda todos somos iguales.

Seis mil seres libres, serenos, pacíficos y muy, muy respetuosos del otro; ese otro a quien en el agite cotidiano identificamos como nuestro enemigo, jefe o subalterno, ese otro que vestido nos inquieta y transmite su poder o debilidad. El pasado domingo todos y todas eran ángeles, si se quiere dioses, con el mismo poder y debilidad a quienes ni el intenso frío amilanó.

¿Que si pude ver la forma y belleza del ser humano? ¡Claro que sí! Pero desde la óptica de quien se sabe imperfecto, de quien al reconocerse en el otro sabe que la belleza no responde a una imposición de moda o de dinero, sino a la estética natural.

Quizás aquella flaca y madura mujer que posaba a mí costado junto con su compañero y amor, era la misma Venus o Cleopatra y no una desempleada o ama de casa más. Quizás el gordito de mi otro costado era Adonis, Narciso o Apolo y no el mensajero o portero del edificio. Las formas pasaron a un segundo plano, lo importante era que estábamos allí, quizás nunca más, en muchos años, podríamos caminar desnudos entre aquellos lugares icónicos de la capital.

¿Por qué desnudarse?, me preguntaban los jóvenes santandereanos. –Pues porque sí, porque puedo y quiero, porque el arte es atemporal (la maja lleva años vestida y también desnuda) y especialmente porque soy libre, yo decido mi destino. En un país en el que los crímenes sexuales en contra del ciudadano y especialmente de la mujer muestran estadísticas verdaderamente aterradoras, díganme si no es mágico y hasta surrealista que más de dos mil de ellas hayan podido caminar, correr, sentarse y posar totalmente desnudas en plena Plaza de Bolívar por más de tres horas sin que se haya presentado ninguna agresión verbal, física o visual en su contra.

La respuesta parece ser que todo pasa por la cultura. Pues cultura era lo que se respiraba ese domingo y no me refiero a la educación tradicional de la que se ufanan nuestras castas; no, es a la cultura del colombiano promedio, del santandereano promedio que se sabe comportar, que respeta cuando recibe respeto, que sin olvidar su origen es capaz de trascender y disfrutar de eventos como el aquí aludido.

Sin ropa

La orden de desnudarse ocurrió a eso de las 5:30 a.m. y los primeros valientes que la acataron fueron el motor para que en pocos minutos, no más de dos, ya todos estuviéramos en cueros. La orden, repito, se esparció sobre el mar de asistentes, y digo el mar porque parte de lo que los artistas llaman “la instalación” del fotógrafo Tunick consistía en elevar sobre una tabla de ‘surf’, ya dispuesta previamente, a varios de los participantes sobre sus cabezas, para que en una parodia de surfeada hicieran las veces de agua marina. Una bella imagen: hombres, mujeres jóvenes, una señora de más de 70 años y otros surfearon para las tomas del artista, cuya exposición fotográfica se llevará a cabo antes de concluir este año en las instalaciones del Museo de Arte Moderno de Bogotá.

Las mujeres con su alegría y desparpajo se tomaron literalmente el Capitolio, el Palacio de Nariño y el Teatro Colón, en imágenes que sin duda deslumbraron a quienes allí estábamos.

La reflexión final de mis jóvenes amigos bumangueses giró en torno a la posibilidad de encontrar entonces cuáles son las verdaderas razones para que en Colombia se vulnere tanto los derechos de la mujer y de las minorías sexuales; ¿por qué razón la ropa estigmatiza y nos hace pensar que tal o cuál es un sinvergüenza? Si se supone que la ropa fue creada para protegernos de las inclemencias del clima, esa es su función primaria, pero con el paso del tiempo hemos venido tergiversando su razón de ser, para convertirla en prendas que discriminan, subyugan, incomodan, aterrorizan e incluso, sostienen algunos retardatarios, “incitan al delito y al pecado ”.

La jornada del domingo nos hace cuestionar que, para el caso colombiano, el criminal, el violador siempre buscará los lugares oscuros del moralismo extremo para lanzar su ataque desprevenido. Si llenamos de luz el oscurantismo, si desvestimos primero nuestro espíritu de prejuicios y juzgamos al otro por sus actos y no por su aspecto, habremos dado un enorme paso hacia la reconciliación y paz que tanto se merece nuestro país.

A las 9:00 a.m. todo estaba consumado y los asistentes se retiraban (ya vestidos claro está) a sus quehaceres y rutina diaria, con una sonrisa dibujada en el rostro, con la certeza de que había hecho parte de algo maravilloso e histórico. Muchas historias saldrán y se contarán alrededor de una copa o un café en torno a este evento, como ahora mismo lo hago yo.

Sé que como me dijo al final de la tertulia una de estas jóvenes bumanguesas “me hubiera gustado desnudarme, al menos el cuerpo, ya que hacerlo con el alma es un riesgo muy grande”. Pero claro, de riesgos está llena la vida. Y me queda una duda más, ¿por qué ninguna paloma cagó nuestros desnudos cuerpos?

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Publicado por Luis Eduardo Leiva Romero

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