La dulce adicción: se plantea el debate por el consumo de azúcar

El consumo de azúcar está en la mira. Y aunque decir que es más peligrosa que las drogas ilegales podría considerarse exagerado, lo que es un hecho es que organizaciones internacionales y gobiernos de la región adelantan campañas para prevenir que siga afectando la salud de los seres humanos. ¿En qué vamos en Colombia?

Hasta el momento, no se ha podido culpar a un brownie por la pérdida de conexión con la realidad que sí puede causar en una persona un pase de cocaína.

Sin embargo, si usted pasa la noche comiendo dulces, le podría suceder lo mismo que con la cocaína: podría sufrir una sobredosis, convertirse en adicto y hasta poner en peligro su vida.

Si bien la comparación del azúcar con la cocaína y otras drogas podría resultar exagerada en un primer momento, lo cierto es que los investigadores de prestigiosas universidades -entre ellas la de Harvard y la de Queensland- han encontrado que el consumo de azúcar procesada, en la actualidad, produce los mismos daños en el cerebro que la cocaína.

Sí, el consumo exagerado de azúcar nos solo nos enferma, nos hace adictos.

Sin embargo, la polémica suscitada por el senador Gustavo Petro cuando tuiteó que el azúcar era más peligroso que la cocaína tiene varias aristas: la economía, la política y la salud pública.

El economista Andrés López Restrepo explica que “la discusión se puso demasiado exagerada cuando Petro la puso en esos términos, pero hay preocupaciones justificadas con respeto al azúcar y se requiere regulación. Se intentó de impulsar en el gobierno pasado, pero las compañías azucareras se resistieron muchísimo e hicieron un lobby muy efectivo para evitar el impuesto a bebidas como las gaseosas”.

El experto explica que esta medida nada tiene que ver con la política colombiana en particular: la Organización Mundial de la Salud recomienda que aplicar este impuesto para lograr una disminución en el consumo de azúcar y de paso, la incidencia en enfermedades como la diabetes tipo II y la obesidad, por ejemplo.

Sin embargo, aquí la bandera roja de la economía se levanta: ¿estamos en condiciones de desincentivar el consumo de azúcar?

Según Asocaña, el sector azucarero abarca 47 municipios del Valle del Cauca y Risaralda con 225.560 hectáreas sembradas en caña para azúcar, 25% son tierras de los ingenios y el 75% a cultivadores de caña.

Sin duda, la industria azucarera reporta grandes beneficios para el país, pero también es acusada de despojo de tierras a campesinos, indígenas y afrodescendientes: según una investigación de Verdad Abierta, publicada en su página web en 2014, asociaciones de campesinos solicitan al Incoder la propiedad de la Zona de Reserva Campesina en Inzá-Totoró, Itaibe-Páez, Corinto, Miranda, Caloto y La Vega, pero el 61% de ella está en manos de un 5% de propietarios terratenientes, según un estudio de 2010 de la Universidad Nacional 2010.

“La idea no es matar la industria, pero sí disminuir el consumo de azúcar. Es que nosotros consumimos cantidades exageradas de azúcar, como también de otras sustancias, como la sal, pero como detrás de la sal no hay un lobbie de industriales poderosos, nadie se siente preocupado. A los azucareros no les importa tanto el trabajo, sino la ganancia. Ellos recibieron otra preventa como la del etanol, que se compra para combinarlo con la gasolina. Han sido muy exitosos en usar su poder regional para extender sus intereses a nivel nacional. Se trata de tener una industria azucarera menos grande en el futuro y reemplazar los cultivos y producción de azúcar por otros productos. En estas tierras se producen muchas cosas”, señala López Restrepo.

Más allá de la preocupación económica, lo que está demostrado hasta ahora es que el consumo de azúcar se ha convertido en un problema de salud pública y que no se puede postergar el debate sobre su regulación.

De lo contrario, es posible que, como ya está pasando, se nos vaya la mano en dulzura.

Sobredosis de azúcar

La Organización Mundial de la Salud recomienda consumir no más de 25 gramos o 6 terrones de azúcar. Visto así, es posible que a muchos les parezca poco probable pensar que sobrepasarían esta cantidad en su dieta diaria. Cualquiera se empalagaría.

El problema es que el azúcar procesado está presente incluso en los alimentos que se promocionan como sanos y esto es lo que causa que se abuse inadvertidamente de su consumo.

Un yogurt de cualquier marca reconocida puede tener hasta 29 gramos de azúcar por porción, con lo que ya sobrepasa la recomendación de la OMS. Y si añadimos al yogurt una galleta, por ejemplo, el azúcar se incrementa.

Y si el azúcar se incrementa, la vida a la cual queríamos endulzar ligeramente se ve alterada por la aparición de enfermedades crónicas provocadas por la adicción. Ahí es donde la comparación con la cocaína deja de ser exagerada.

Un estudio de la Universidad de Harvad encontró que el consumo excesivo de azúcar altera la actividad cerebral, como sucede con algunas drogas, y una investigación de la Universidad de Queensland halló por qué: el azúcar aumenta los niveles de dopamina a largo plazo y reduce la capacidad del cerebro para distinguir si está consumiendo mucho o poco.

Es decir: si comemos azúcar en exceso un día, al siguiente el cerebro pedirá más. Y más cada vez, lo que desencadena trastornos en la alimentación, Diabetes tipo II, enfermedades hepáticas y patologías cardiovasculares.

Podemos ser conscientes de que debemos disminuir el consumo de azúcar, pero la situación se hace más compleja cuando nos damos cuenta de que no sabemos que esa galleta saludable que nos ofrecen y que escogemos para mantener en forma la salud, en realidad tiene tanta cantidad de azúcar como una gaseosa.

Y no lo sabemos porque las grandes compañías lo ocultan.

La investigadora Soledad Barruti, autora del libro “Mala leche”, le contó a Vanguardia que las empresas que producen los alimentos hoy manipulan los ingredientes para que cada producto parezca algo que no es y que es muy difícil identificar en las etiquetas.

Por ejemplo, los cereales integrales no son muy distintos de los que ofrecen chocolate y las galletas de salvado tampoco son tan distintas de las que vienen con relleno de crema.

“El efecto sobre la salud de algunos ingredientes de los alimentos de hoy como los adivitos es devastador para la salud. Y lo que estamos viendo en Latinoamérica es cómo avanza esa epidemia de diabetes, enfermedades cardiovasculares, cáncer por nuestra forma de comer”, explica Barruti.

En cuanto a las etiquetas la situación se complica.

“No puede uno estar seguro ciento por ciento de lo que dice la etiqueta. Las harinas, aceites viene con colorantes, saborizantes y aromatizantes y nos hacen creer que tienen algún beneficio para salud, pero que realmente no lo tiene. Todos estos productos nos están privando de los alimentos que sí necesitamos. Un jugo, por ejemplo, debe tener agua y fruta y en lugar de eso tiene un montón de cosas más. Hay que volver a comprar alimentos naturales”.

Barruti narra en su libro cómo en 2012 descubrió que su hijo de diez años comía más de su peso en azúcar porque los alimentos que creía sanos, no lo eran tanto.

La experta explica que es importante exigir una política pública que regule los alimentos que consumimos y promueva la verdad de qué ingredientes realmente hacen parte de los mismos.

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