Iraq: ni en guerra, ni en paz
La idea de un país unificado, que tanto defendió la comunidad internacional luego de la transición de Iraq hacia un Estado estable y democrático tras la invasión estadounidense en 2003, solo ha sido fuente de conflictos sectarios, violencia interétnica, y una población cada vez más desencantada con un gobierno incapaz de apaciguar las tensiones internas en medio de un vecindario agitado y bajo la amenaza del autodenominado Estado Islámico.
Ante este panorama, parece cada vez más lejana la estabilidad del país asiático, antiguamente conocido como Mesopotamia, que permita su propia supervivencia como Estado.
Aunque las guerras se han justificado siempre como el medio de conseguir la paz y la seguridad, esto no se aplica para el caso de Iraq.
Luego de que en la memoria colectiva mundial quedara grabada la imagen del derribamiento de una estatua de Saddam Hussein en Bagdad por parte de soldados estadounidenses, en abril de 2003, 15 años después, el país está sumido en el caos, la inestabilidad y una compleja gobernabilidad.
Como punto de partida, Mauricio Jaramillo Jassir, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario, describe a Iraq como un Estado joven y con una tradición muy larga en cuanto a grupos étnicos y religiosos, pese a que pueda sonar contradictorio.
Remarca el hecho de que el Estado iraquí surgió después de la transición tras la intervención militar de Estados Unidos que lideró una coalición internacional, es decir que se inauguró en 2005, con una idea central, que pudieran vivir en un equilibrio chiítas, que equivale a la mitad de la población; sunitas y kurdos.
Antes lo que había era una hegemonía sunita (40% de los habitantes) que marcó los 24 años de régimen de Saddam Hussein quien, con mano dura, mantuvo a raya las tensiones entre estas comunidades y otras minorías como los kurdos (habitantes históricos del noreste del país) y por otro, los yazidíes, los asirios y los turcos.
Óscar Palma, analista en temas de conflictos e insurgencia, confirma que el Estado iraquí realmente funcionó durante muchos años porque Hussein ejerció un control por la fuerza incluso de forma violenta, “manteniendo una unidad entre pueblos y comunidades, que no son una sola nación, Iraq tiene una composición étnica y religiosa difícil”.
Agrega que la consecuencia directa de la invasión fue un vacío de poder, “al quitar a Saddam Hussein, el país queda sin un bando claro, y eso le permite a diferentes facciones comenzar a reclamar acceso al poder, y entonces comienza una pugna muy grande”.
Surge un nuevo escenario para el cual Estados Unidos no estaba preparado, “que es una guerra de guerrillas y unas insurgencias entre estos grupos tratando de evitar un dominio o un gobierno títere por parte del invasor”, dice.
Justamente esta, apunta Jaramillo Jassir, es la razón por la cual el Estado no ha superado una problemática muy profunda entre sunitas y chiítas, como ocurre en Yemen o Siria y en otros países musulmanes y árabes, que siguen disputándose políticamente y de manera violenta.
Para el profesor universitario Víctor De Currea-Lugo, fue un resucitar de la guerra entre sunitas y chiítas y reavivó unos conflictos interreligiosos e interétnicos entre árabes y kurdos, que hacen que “hoy por hoy el país esté totalmente devastado”.
Atribuye la crisis interna en Iraq a la “incapacidad de entender las dinámicas reales de tensiones entre kurdos- árabes y sunitas-chiítas, la conformación de Iraq”, recordando que fue un país creado hace 100 años y que pertenecía al Imperio Otomano.
Estado Islámico emergió
Esta disputa sectaria dio pie para que emergieran grupos extremistas y radicales como Al Queda en Mesopotamia, y que a su vez esta organización haya evolucionado hasta convertirse en el Estado Islámico, EI, en julio de 2014 en la región, subraya el profesor Jaramillo Jassir.
En efecto, la irrupción del Estado Islámico fue el punto culminante de un proceso de descomposición territorial en Siria, Iraq y Libia entre sunitas y chiítas. Los sunitas, apoyados por las monarquías petroleras árabes especialmente Arabia Saudita, y los segundos, respaldados por Irán.
En opinión de De Currea-Lugo, “se generó un aumento del radicalismo islámico al punto de que en 2003 se empezó a cocinar un fenómeno que aparece 11 años después que se le conoce como Estado Islámico por culpa de la invasión de Estados Unidos”.
Y esta situación lo que ha hecho es que la guerra se perpetúe, advierte por su lado Palma.
Vecindario inestable
Otro aspecto a tener en cuenta en esta lógica conflictiva en Iraq, tiene que ver con que es un país que depende mucho de lo que pase en el vecindario, estima el profesor Jaramillo Jassir.
A su juicio, “es muy difícil un país viable económica, política y socialmente si sigue habiendo guerra entre sunitas y chiítas en Siria o un conflicto civil en Yemen y también con presencia de Al Qaeda y Estado Islámico”.
Para que prospere Iraq como Estado, tendría que estar en un vecindario más estabilizado, cosa que no ve probable en el corto plazo.
Y a manera de reflexión, plantea que para que esto ocurra, deben ponerse de acuerdo algunas de las potencias regionales, especialmente Irán y Arabia Saudita, que tienen una influencia notable en Iraq.
Por último, observa que para Estados Unidos es difícil entender esta realidad porque ha tratado de aislar a la república islámica de Irán.
Reparto de poder
Óscar Palma,
analista internacional