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opinion/columnistas/alejandro alvarado
Viernes 01 de febrero de 2019 - 12:00 PM

Carne

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La palabra cadáver tiene su origen etimológico en la conjunción de tres palabras latinas: “caro data vermibus”, que literalmente significa “carne dada a gusanos”. Todos estamos compuestos de carne, hueso, tendones y sangre, incluso los políticos, los profesores, los artistas y los deportistas, que aún con la fama, el poder y la riqueza, no pueden decidir los dos momentos más importantes de la vida, como lo son, cuándo se nace y cuándo se muere. Cuando pensamos en esa masa de carne que compone nuestro cuerpo, nos damos cuenta de la insignificancia de nuestra existencia; somos criaturas de una arquitectura compleja, pero minúsculas y débiles.

Esta política local hecha por bolas de carne sudorosas, nerviosas e incoherentes reúne distintos tipos de personalidades, desde Leónidas Gómez después de su fracaso como senador buscando aliados como Juan Fernando Cristo para ganar las elecciones y quien además lava su cara posando como independiente, pasando por Emiro Arias que saca el oportunista que lleva adentro para sacar ventaja, e incluso Mauricio Aguilar, hijo de un parapolítico, hermano de un controvertido exgobernador como Richard Aguilar y senador que le hizo el favor a los negocios de turismo que solo dan pérdidas hoy día en Santander.

A veces siento que escribir sobre política termina llevándonos al lugar común, ¿o acaso necesitan de este espacio de opinión para saber quiénes son bandidos y quiénes no? Tenemos en nuestra sociedad una conducta sistemática de tolerancia al criminal que es amigo, nadie le reprocha y prefieren mirar para otro lado; nadie llama las cosas por su nombre, ni aceptan su mortalidad, ni su indecencia. Unos días atrás alguien me reprochaba por no haber escrito sobre algún tema de “trascendencia pública”, y la verdad es que le agradezco el comentario porque entendí que en realidad no me interesa escribir qué hace Ludwing Mantilla, Jorge Figueroa o Sergio Isnardo por llegar a la alcaldía, ellos son solo pedazos de carne en medio de la insignificancia que todos compartimos: unas bolas de tejidos llenas de ambiciones y que los hace dispuestos a hacer lo que sea con tal de satisfacerlas.

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