Ese día tenías una mala sensación, habían discutido la noche anterior, le escribiste a tu amigo de siempre –siento que hoy me van a dar una lección, tengo un mal presentimiento-; sigues el camino que lleva regularmente un día cualquiera, intentas mantener la calma y piensas nuevamente que es una vez más tu cabeza sobredimensionando los problemas; si hay una palabra que en los últimos años te define es “drama”, llevas años atrapado en dilemas amorosos que llegan y se van dejando un desorden que tal vez nunca has logrado componer del todo, sin embargo hasta hace un par de horas creías que ya todo estaba bien, que esta vez sucedería para bien.
Respiras, y al llegar al destino de la noche empiezas a entender que no será una noche cualquiera, al final los platos estarán rotos, al final todo será un caos, estarás confundido y pensarás qué sigue, seguramente no encontrarás ninguna respuesta en tu cabeza. Cada segundo que transcurre te aproximas a la experiencia más extrema y caótica de tu vida, no lo sabes, ¿quién podría saberlo? Terminas en un apartamento lleno de adolescentes en medio de una fiesta que tenía toda la pinta de ser un cortejo reproductivo, te sientes viejo, o simplemente fuera de lugar. Ahora está por empezar la cuenta regresiva del desastre, no puedes adivivinarlo, creíste que habías recuperado el control de la situación, que ella estaría bien, que podrías cuidarla esa noche de las manos indiscretas de sus colegas de edad, llegas a casa, el reloj marca las tres de la mañana de un domingo, y empiezas a lidiar con lo inevitable, todo se empieza a romper, y como un presagio del destino piensas –tenía razón, hoy no tenía pinta de ser un día normal-, al terminar la madrugada tu casa se ha llenado de cosas rotas, pero en últimas nada importa, si uno mismo acaba de ver cómo todo aquello que ha querido se ha partido completamente.
Recuerdas la copa en el matrimonio de tu amiga judía, recuerdas que ella no regresará, intentas dormir en medio del desastre.
