La reciente cumbre de líderes de la Unión Europea no solo finalizó sin un plan económico concreto para enfrentar el COVID-19 sino agravó su fractura interna visible en las recientes crisis financiera y migratoria. Mientras la ayuda llegó a Italia primero de China, Rusia y Cuba; y el virus cobra cada día cientos de vidas, Europa ha decidido tomarse dos semanas más para acordar medidas.
La cumbre celebrada virtualmente para tratar los aspectos económicos, financieros y laborales de la pandemia, mostró dos bloques antagónicos: De un lado Alemania y Holanda que plantean un “sálvese quien pueda” y solo aceptan un “rescate” al estilo del que asfixió Grecia luego de la crisis de 2008. Mientras los países del sur reclaman una estrategia económica solidaria para enfrentar la enfermedad y financiar la reconstrucción al estilo de un Plan Marshall.
Tamaña división en el peor momento, marca una prueba de fuego para el “proyecto europeo” como lo dijo el Presidente español Pedro Sánchez y así lo corroboran la dureza de los discursos. El ministro de finanzas holandés le puso “sal a la herida”, sugiriendo investigar a España por no tener presupuesto para enfrentar el virus; palabras que justificadamente, el primer ministro portugués Antonio Costa calificó de repugnantes. Desde Italia, el segundo país europeo más endeudado, el primer ministro Giuseppe Conte reclamó estrategias innovadoras ante una situación de “guerra” y Matteo Salvini el fascista líder de LA LIGA, aprovechó la ocasión para insistir en un “Italy exit”.
Hoy Europa tiene el desafío de aplicar en casa, la herencia humanista que tanto pregona, venciendo el egoísmo a través de medidas generosas y proporcionales a un problema global, en materia económica y de salud pública como lo exigen los artículos 114 y 168 el tratado de Lisboa. Arriesgar miles de vidas humanas para tranquilizar la codicia de los mercados fortalecerá los discursos ultranacionalistas que hoy reclaman su fin y amenazan al mundo con el retorno a los más oscuros nacionalismos.
