Las recientes decisiones de la JEP en las que, acusa a los líderes de las antiguas FARC de crímenes de guerra; y de otro lado, establece con base en información de entidades como la Fiscalía y en declaraciones de militares, que las víctimas de ejecuciones extrajudiciales o “falsos positivos” fueron 6402; muestran claramente su compromiso con la obligación del Estado colombiano a nivel internacional, de investigar y sancionar delitos contra la humanidad, cometidos en un conflicto armado que tanto nos cuesta superar.
Por eso, la nueva salida en falso del Comandante del Ejército, un día después del auto de la JEP que también ratifica, que los “falsos positivos” no fueron cometidos por unas pocas “manzanas podridas”; es una afrenta a la Constitución que impone a militares y policías, la obligación de respetar el poder civil, someterse a la ley y, sobre todo, mantenerse alejados del debate político.
Aunque el general ha dicho que cuando habló de “víboras venenosas” se refería a las bandas criminales, todo indica más bien que “tiró la piedra y escondió la mano”. Por eso, es necesario recordarle al alto oficial que sus actuaciones y declaraciones públicas no deben dejar dudas de su respeto y acatamiento a las decisiones de los jueces y eso claro, incluye a la JEP.
General Zapateiro, la necesidad de restaurar la legitimidad de una institución tan importante para el Estado y la Democracia como el Ejército, exige que su comandante se comprometa a que haya plena justicia en el que puede ser el episodio más oscuro para los militares en Latinoamérica, desde las transiciones a la democracia.
Ese compromiso institucional y personal, pasa por abandonar el discurso de los eufemismos y de los insultos dando garantías, como corresponde en una democracia, para que la justicia transicional de la JEP siga cumpliendo con respeto del debido proceso, su labor de desentrañar la verdad, reparar a las víctimas y sancionar a todos los máximos responsables de los horrores cometidos en más de medio siglo de guerra. Toda una proeza en este país acostumbrado a la impunidad en el que muchos todavía creemos en la paz.
