Los BRICS son un bloque formado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica; países que sumados representan el 24% del PIB mundial y el 40% de la población mundial; es decir, 4 veces los habitantes de las naciones del G-7.
Y aunque este acrónimo fue acuñado en 2001 por un economista de Goldman Sachs y se conformó desde 2010 cuando ingresó Sudáfrica; ha ganado una nueva relevancia internacional en virtud de hechos como el regreso de Lula al poder en Brasil y la guerra en Ucrania.
Su surgimiento en el escenario mundial muestra como estas cinco potencias emergentes han decidido hacer valer su peso no solo en términos económicos sino geopolítico. De este modo, se valen de esta plataforma, para gestionar sus intereses nacionales en un escenario internacional tan inestable como el actual. De ahí que, a pesar de las presiones estadounidenses, ni Brasil, ni China, ni India, ni Sudáfrica, participan de las sanciones contra Rusia por la guerra en Ucrania.
Este bloque de emergentes que intenta ser un contrapeso a las potencias del G7 y posicionarse como la voz del sur global, cuenta desde 2014 con su propio banco el NDB, con sede en Shanghái, y orientado a ser una respuesta a la falta de representatividad del FMI y Banco Mundial. Este banco para la promoción de infraestructura de los países en desarrollo, es hoy liderado por la expresidenta brasileña Dilma Rousseff.
Y aunque actualmente, el escenario internacional ofrece tal vez, mejores oportunidades para consolidar los objetivos económicos y geopolíticos de los BRICS y se habla del ingreso de nuevos países como Argentina, Irán o Indonesia; es claro que las condiciones internas, en términos políticos y económicos, de países como Brasil o Sudáfrica, han desmejorado en comparación con los inicios de la década de 2000.
Veremos si el proyecto BRICS supera esta paradoja y consigue impulsar los intereses de sus miembros para que puedan maniobrar pragmáticamente, entre los dos grandes poderes mundiales: China y Estados Unidos.
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