lunes 11 de septiembre de 2023 - 12:00 AM

Alvaro Beltran Pinzón

sin odio

Cuando estamos a pocas semanas de las elecciones regionales y se intensifican los esfuerzos para captar simpatizantes por parte de quienes aspiran a regir los destinos de nuestras ciudades y del departamento, conviene traer a colación apreciaciones y conceptos expresados por Mauricio García Villegas en su Ensayo sobre las emociones tristes en América Latina, sus desafueros y pesares:

“América Latina necesita cambios materiales profundos: sociedades más igualitarias, una mejor educación pública, transformaciones estructurales en la administración de justicia y en el sistema político que acaben con el clientelismo, la corrupción y la mediocridad, reformas urbanas que liberen espacio público para la gente, políticas públicas que cierren la brecha entre lo urbano y lo rural, y un Estado que llegue a los territorios con servicios y proteja a la gente. Si se lograra la mitad de esos cambios habría una revolución en el continente. Algunos menosprecian esa vía por ser reformista, tibia, poco ambiciosa y prefieren la vía revolucionaria, que sí levanta los ánimos. En medio de la gritería los moderados pasan a un segundo plano y la sociedad se queda sin cambio de ningún tipo, ni revolucionario ni reformista”.

Se hace cada día más ostensible la abundancia de piezas publicitarias que pretenden despertar la emoción de los electores, conforme a los dictados establecidos por los estrategas electorales, sin detenerse a considerar que bastaría con una gestión ordenada y pulcra para propiciar cambios notorios en el comportamiento ciudadano que hagan posible la instauración de políticas de largo alcance.

Toda sociedad precisa de la pasión para salir adelante, avanzar en proyectos colectivos, y brindar progreso y seguridad a sus habitantes. Necesita incluso de indignación, de rabia para no dejar impune la injusticia. Sin pasión nada valioso puede hacerse. Sin embargo, también se señala en el texto referido que: “no hemos sido capaces de encausar las pasiones políticas de tal manera que beneficien al conjunto de la sociedad”.

El odio desbordado, como mecanismo proselitista, resulta irresponsable y peligroso porque frecuentemente termina por provocar envidia y resentimientos funestos que desatan sed de venganza y socaban la realización de propósitos de beneficio general.

Este artículo obedece a la opinión del columnista. Vanguardia no responde por los puntos de vista que allí se expresen.
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