lunes 28 de agosto de 2023 - 12:00 AM

Alvaro Beltran Pinzón

Las emociones tristes

Se aprecia notorio desbarajuste en aspectos sensibles de la vida ciudadana cuando estamos a dos meses de la celebración de los comicios territoriales y han entrado en pleno furor las campañas que culminarán con la elección de nuevos gobernadores, alcaldes, diputados, concejales y ediles.

Inseguridad desmandada; dificultades de movilidad; ausencia de emprendimientos que permitan encontrar empleos estables; mala calidad educativa; deficiente atención a la salud; precariedad del espacio público; desgreño administrativo; desbordamiento de la corrupción; desajuste ocasionado por la migración en doble vía; afianzamiento de mafias que controlan el comercio de narcóticos y la explotación de personas; apogeo del gota a gota en los negocios de rebusque, son asuntos que ensombrecen el porvenir de nuestros municipios.

La apropiación de los recursos públicos por parte de empresas electoreras con fines de lucro y los repetidos desencantos ocasionados por falsos líderes moralizadores, básicamente, han inducido tres comportamientos en la ciudadanía. En un sector mayoritario es preocupante el desinterés por programas y promesas al considerar que no son creíbles o no consultan los problemas colectivos; otros optan por demandas puntuales para sus comunidades o buscar retribución particular; mientras que aumenta una franja predispuesta a votar indignada bajo el estímulo de las pasiones que se transmiten profusamente a través de las redes sociales.

Estas situaciones indeseables validan la apreciación de Mauricio García Villegas en su libro El viejo malestar del nuevo mundo, según la cual nuestra sociedad está presa de lo que el filósofo Baruch Spinoza califica como emociones tristes: el odio, el resentimiento, la venganza, la envidia, la amargura, la malevolencia y el miedo que apocan la existencia.

Resulta imperativo crear tres antídotos frente a estas emociones perversas: lograr sociedades más igualitarias como terreno y medio fecundo para amainar la desconfianza, el resentimiento y la envidia; propender por instituciones operativas, no simbólicas, que disuadan a la población de hacer trampa y restablezcan el valor de la ley, para así desterrar el odio y las venganzas; y estimular una cultura opuesta al dogmatismo y a la intolerancia, basada en la educación, que conlleve a luchar contra el delirio político y sus polarizaciones.

Este artículo obedece a la opinión del columnista. Vanguardia no responde por los puntos de vista que allí se expresen.
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