El presidente Gustavo Petro, quizás forzado en parte por los últimos resultados de la economía que ha mostrado índices preocupantes, parece, por fin, entender que de las posiciones dogmáticas, unilaterales, unidimensionales, solo queda el aislamiento y es lo que ha comenzado a experimentar su gobierno.
Que el Presidente de la República se haya enterado de la gravedad de la crisis eléctrica apenas el sábado de la semana pasada, cuando es un tema que se viene discutiendo por todas partes desde octubre del año anterior, evidencia el agudo grado de desconexión que el Presidente tiene con respecto a los temas de gobierno.
Corrió entonces a tomar medidas apresuradas: exigió a la sociedad un ahorro que debió pedir desde noviembre para evitar el derroche de la temporada navideña; despidió al Ministro, anticipando tal vez el apagón que vendría y ofreciendo una cabeza para evadir la responsabilidad que es ante todo suya; convocó una cumbre de emergencia en la que se le advirtió que el racionamiento debía empezar ya, pero optó por el llamado al ahorro, lo que hace creer a muchos que se trata de un truco para luego culparnos a todos por no haber ahorrado. Ah, y se tomó una foto en una mesa con unas velitas.
Colombia tiene un régimen presidencialista, lo que quiere decir que, como puede leerse en la Constitución, el Presidente tiene las calidades de Jefe de Estado y de Jefe de Gobierno. Es decir, la misma persona ejerce las funciones simbólicas de representación de la Nación (Jefe de Estado), y dirige las gestiones del gobierno. En otros regímenes, como los parlamentarismos que son comunes en Europa, ambas calidades están separadas. Pero nuestro sistema las funde en el Presidente y eso le da a éste el deber de ejercerlas.
Pero el presidente Santos ha sido visiblemente reacio a involucrarse en los temas del gobierno. Ha ensayado varios esquemas de delegación de funciones que parecerían teóricamente sofisticados, pero que han sido desastrosos en la práctica. El peor fue cuando ensayó ese triunvirato no explícito en el cual la jefatura de gobierno la ejercían, en sus ámbitos, Néstor Humberto Martínez, Mauricio Cárdenas y Juan Fernando Cristo, cosa que se desintegró en pocos meses.
Delegar no está mal. Veníamos de la microgerencia uribista que también produce problemas. Pero la buena delegación supone control y supervisión, no es un simple abandono de funciones en manos de otros.
En el vacío, en ausencia de un director la orquesta se desordena, surgen las rivalidades entre sus miembros, cada quien empieza a pensar en sus propios intereses y finalmente la música no suena.