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Andrés Mejía
Domingo 03 de abril de 2016 - 12:00 PM

Pantano sin salida

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Créanme que espero que lo que digo aquí esté equivocado. Si ello es así, tendremos un exitoso, fluido y eficaz proceso de paz con el ELN, y ello puede abrir a Colombia perspectivas mucho más promisorias. Pero si mis sensaciones actuales terminan siendo acertadas, el proceso con el ELN será una especie de gran pantano sin forma y sin salida.

El problema radica en lo que, creo, entiende el ELN por proceso de paz. A juzgar por el historial de sus posiciones al respecto, para el ELN un proceso de paz no es una negociación entre el Estado y la guerrilla, sino una especie de amplia asamblea donde “la sociedad”, el gobierno, y las organizaciones armadas ilegales discuten sobre la estructura social y política del país. De hecho, lo que siempre ha pedido el ELN en las aproximaciones previas es lo que llaman “asamblea nacional por la paz”.

Podría alguien replicar que no hay nada de malo en que la sociedad discuta los temas de su acontecer político, y eso es cierto. Pero una negociación, para producir un resultado, debe tener metodología, temario, y debe darse entre partes claramente discernibles. Estos criterios los cumple bien el proceso con las Farc, y si este llega a feliz culminación, será en parte porque su diseño no ignora este principio básico.

Además, en ausencia de reglas y de criterios de representación, el modelo del ELN termina produciendo, en la práctica, la exclusión efectiva de numerosos sectores sociales. En una “asamblea nacional”, así concebida, no hay claridad sobre cómo se ejerce la representación de las demandas y las inquietudes sociales, en especial las de aquellos ciudadanos que no pertenecen a ninguna organización (y que están en todo su derecho a no hacerlo).

Una asamblea así sería dominada por los grupos más organizados o mejor financiados, no necesariamente por los más representativos. Y en la primera categoría entrarían grupos que directa o indirectamente responden a la voluntad del ELN. El grueso de la ciudadanía, no organizada ni agrupada en ONGs, terminaría excluida.

Pensar en estas asambleas me recuerda las que se hacían en las universidades públicas cuando yo era estudiante: controladas por el ELN o algún otro grupo armado, en ellas sólo podía hablar quien dijera algo afín a sus planteamientos. Y nunca, jamás, se llegaba a ninguna conclusión. Eran un gran pantano sin salida.

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