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Armando Martínez
Miércoles 26 de abril de 2023 - 12:00 PM

Cachacos

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No hace mucho tiempo entendíamos con la palabra cachaco dos tipos de personas: en particular, los jóvenes elegantemente vestidos, ojalá con flux completo; en general, las personas raizales de Bogotá, con su fino sentido del humor y elegancia. Para la primera generación nacida en la capital, de padres venidos de alguna provincia, reservábamos la palabra rolo, para denunciar su impostura y antipatía. Pero el origen remoto de la palabra cachaco, hace unos 200 años, cuenta una historia de luchas políticas.

Hasta 1830, llamaban cachaco en Bogotá al joven que se vestía desaliñadamente, o que era de poca consideración social. Era una palabra socialmente despectiva. Pero en este año se produjo la insurrección del Batallón Callao, en su mayoría integrado por soldados venezolanos afectos al Libertador, y ocurrió que los jóvenes estudiantes, como era de esperar, tomaron partido por la defensa de la libertad oprimida. Fue entonces cuando los serviles y militares los denominaron cachacos, por vía de desdén y menosprecio. Cachacos fueron los que el 23 de julio de 1833 sostuvieron el orden y la autoridad del presidente Santander, contra la rebelión del general Sardá; cachacos fueron muchos de los que formaron las guerrillas patriotas que resistieron la dictadura de Rafael Urdaneta; incluso la legislatura liberal de 1833 fue intitulada como Cámara de Cachacos. Pronto los serviles, que añoraban la dictadura del Libertador, para denominar a un liberal lo apellidaron cachaco. A los militares jóvenes y liberales también los llamaron cachacos, y todo lo que olía a un republicanismo contrapuesto a la dictadura fue bautizado con el nombre genérico de cachaco. Un cachaco tan connotado como Rufino José Cuervo, quien sospechaba que la palabra era de origen indígena, se dio cuenta que había llegado a ser sinónimo de liberal, y por ello resolvió de muy buena gana adoptarla para sí mismo, diciendo que siempre se honraría de pertenecer a los cachacos liberales de la capital.

A las bellas tolimenses, calentanas de linda dentadura, les parece que los cachacos son una variedad de plátanos, esa que las llaneras ensombreradas llaman topochos. Dejémoslas en su equivocación, que no pasa nada.

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