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Armando Martínez
Miércoles 11 de mayo de 2022 - 12:00 PM

El sigilo del voto

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“Un hombre o una mujer: un voto”. Esta es la ecuación fundamental del régimen democrático colombiano. Cuando se trata de elegir a un nuevo presidente, el artículo 190 de la carta constitucional vigente nos dice: “será elegido por la mitad más uno de los votos que, de una manera secreta y directa, depositen los ciudadanos”. Para el cumplimiento de este derecho fundamental, el Estado ofrece en cada jornada electoral un cubículo individual, frente a cada mesa de votación, para que nadie pueda violar el sigilo del voto que deposita el ciudadano sufragante.

Ahora díganme: ¿por qué hay tantos ciudadanos infidentes que salen a los medios a divulgar el nombre del candidato por el que votarán? Desde la esposa del alcalde de Medellín hasta el más humilde columnista de periódico local tienen que salir a publicitar su voto. ¿Además de politiquera, no es una abierta violación de la constitución? Las consecuencias de esta infidencia son inmediatas: ganan enemigos gratuitos, debilitan viejas amistades, aniquilan relaciones de compadrazgo o de colegas, hieren a vecinos de toda la vida. Los más primitivos incurren en esta práctica maldita porque tienen en mente dos cosas: que les paguen su voto con un billete o con un tamal, quizás con un bulto de cemento, o que al menos les prometan algún empleo público por un trimestre. ¿Acaso es una herencia de la paridad que alguna vez se pactó en el Frente Nacional que existió entre 1958 y 1970?

Todos estamos listos a defender el voto directo, un beneficio del artículo 25 del acto legislativo 3 que reformó la constitución en 1910. Nadie es capaz de votar por otro hoy en día, salvo algún fraude. Y entonces: ¿por qué no defendemos el voto secreto? Quizás porque no estimamos en todo su valor el sigilo constitucional del voto, y porque nos falta entereza para defenderlo. Si el voto fuera sigiloso para todos, desaparecerían para siempre dos cosas: la miserable cultura de la compraventa de votos y la pretensión de anónimos encuestadores, con muestras de escasos 2.000 infidentes consultados, a orientar el sufragio. Quizás tendríamos votantes informados, autónomos y responsables.

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