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Armando Martínez
Miércoles 08 de marzo de 2023 - 12:00 PM

El tamal santandereano

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Uno de los grandes misterios del tamal santandereano es su forma distintiva. Si recuerdan sus clases de geometría, sabrán que su volumen corresponde a un paralelepípedo rectangular. Por supuesto, cuando ustedes van a comprar el suyo donde Gloria, en el barrio Álvarez Restrepo, no pide un paralelepípedo, sino un tamal. Pero ¿desde cuando el tamal santandereano dejó de amarrarse como una bolsa con moño? ¿Desde cuando se distanció del tamal tolimense y de la hayaca venezolana?

La respuesta a esta pregunta parece haberla hallado Germán Alfonso Garcés en el archivo parroquial de San Jerónimo de Málaga, cabecera de la provincia de García Rovira. Proviene de las cuentas exactas que un grupo de señoras —encabezadas por Emilia García, Julia Durán y Flavia del Carmen— hizo para informar a su párroco sobre el costo de la fabricación de 400 tamales diarios, durante una semana, para alimentar a la cabalgata que acompañó a monseñor Francesco Ragonesi, delegado apostólico del papa Pío X, en correría por el Santander que existía ante de su división en dos. Corría la última semana del mes de febrero de 1907, y no solo tenían las señoras que fabricar esa enorme cantidad de tamales, sino subirlos a las angarillas de las mulas que alcanzarían a la comitiva de jinetes. Como amarrados como bolsas con moño, solo podía cada mula cargar 48 tamales, las señoras se decidieron a apretar la masa de maíz sobada con manteca de cerdo, la carne, el tocino y los garbanzos, en forma de paralelepípedo. Bien puestos en las angarillas, cada mula cargó 100 tamales. Así fue como, en vez de cargar diariamente ocho mulas con tamales, solo tuvieron que cargar cuatro mulas. Estaba hecho el ahorro, y probada la eficiencia del tamal santandereano, invento de mujeres ahorrativas y eficientes, como son nuestras paisanas.

Un historiador que acompañó al nuncio de Roma, Eduardo Posada, escribió la crónica del viaje bajo el título de Peregrinación de Omega, salido de la imprenta en 1908. Pero, aunque se hartó de comer tamales, no se dio cuenta del invento que habían hecho las malagueñas durante el paso de monseñor Ragonesi.

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