El déficit del ideario liberal en nuestra cultura política se manifiesta todos los días en esa compulsión a condenar moralmente cualquier decisión política, del pasado y del presente. Un ejemplo del pasado: el movimiento caraqueño de la Cosiata contra la autoridad del Congreso, que fue descalificado moralmente por haber traído las sombras del mal sobre la buena constitución de la Villa del Rosario. Pero se olvida que fue un movimiento de rectificación de la ambición del general Bolívar, quien sin consulta unió dos comunidades distintas: Venezuela y la Nueva Granada. El general Páez no fue el líder moralmente malvado de ese movimiento, sino el instrumento de una rectificación de la política. Un ejemplo de hoy: un hombre celoso, de cultura anglosajona, presuntamente asesinó a su novia, de cultura latina, una acción políticamente criminal para, presuntamente, castigar una acción libre de ella. Si los jueces son los encargados de aplicarle el peso de la ley, si se prueba su responsabilidad, ¿para que descalificarlo moralmente como “monstruo moral” antes del juicio?
El déficit del ideario político liberal es una consecuencia de la resistencia que le opone una cultura maniquea, de lucha del bien contra el mal, que impera entre nosotros como legado del catolicismo tridentino. Las amenazas del fuego eterno y del purgatorio nos han acompañado demasiado tiempo, y muchos sufrimos el dedo acusador de nuestras madres, anuncio de terribles castigos morales. Pero la escena política no es una lucha de los moralmente buenos contra los malos, si bien es una práctica común entre nosotros, donde sobran los paladines del buenismo. La política es el trámite y la confrontación de proyectos de futuros deseables, según las ideologías que los justifican, con sus efectos benéficos o maléficos sobre las siguientes generaciones, evaluables cuando ya es demasiado tarde. Lo malo de quienes emprenden proyectos políticos es que no saben cuales serán sus consecuencias indeseables, y cuando se sabe ya estarán muertos para responder. Entre nosotros, la irresponsabilidad de los políticos es la moneda común, pero ¿qué podemos hacer? Casi nada, pues a los políticos solo se les puede sufrir, ojalá por poco tiempo.