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Armando Martínez
Miércoles 17 de mayo de 2023 - 12:00 PM

Representaciones chapuceras

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Después de 200 años de vida republicana, estamos encantados de vivir bajo el gobierno de personas que hemos elegido, a quienes consideramos nuestros iguales. Pero cuando invitan a los representantes de nuestra nación a recepciones oficiales en países del primer mundo, hay que temer. Con excepciones notables —Carolina Barco Isakson, una bostoniana, hija de uno de nuestros presidentes— siempre hacen el oso con representaciones chapuceras.

Estamos agradecidos con el rey Felipe VI —¡que Dios guarde! —por haber recibido a nuestro presidente en su palacio, y por las palabras tan amables que le dedicó, pero que nos disculpe ese capricho adolescente de nuestro mandatario en la cena, donde no quiso ponerse un frac, pero sí estuvo listo para lucir el collar de la orden de Isabel de Castilla. Y ahora estamos agradecidos con el rey Carlos III —¡God save the King! — por habernos invitado a su coronación en la abadía de Westminster, pero, de nuevo, otra representación chapucera: en la larga fila de personalidades de segunda clase vimos a nuestro canciller dando el brazo a una bella dama, con un lindo vestido blanco. Ante los ojos atentos, porque las periodistas del corazón solo los tenían para el vestido, estaba la chapuza, que nombra un trabajo hecho con descuido y sin esmero. Era la única pareja que violaba la regla protocolaria de la derecha, prescrita en los manuales de protocolo de las cancillerías. Por jerarquía, nuestro canciller debió caminar por la derecha, dando su brazo izquierdo a la bella dama, quien por no tener cargo público alguno era solamente su invitada. Si se compara la majestuosidad de la entrada del rey Felipe VI, saliendo del coche por la derecha y dando el brazo izquierdo a su reina, comprobamos la dimensión de nuestra representación chapucera.

De los santandereanos pueden decir que tenemos carácter hirsuto, pero nunca dirán que somos esnob. Pero esos funcionarios nuestros sí que lo son —sine nobilitate—, con lo cual en cada representación hay que temer su metida de pata. Del viaje oficial al continente africano ni se atrevan a hablar, porque los calificarán inmediatamente de “oposición iletrada”.

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