Una de las acciones más cotidianas que todos realizamos es el saludo. Sin embargo, no siempre dimensionamos el impacto que esta sencilla expresión puede causar en el otro; un saludo disipa una pena, ilumina el día, nos hace sentir importantes y mejora la autoestima.
Existen muchas formas de saludar y estas dependen de la cultura, del contexto y del grado de cercanía o relación que haya entre las personas; un ¡hola!, ¡buen día!, un abrazo, dar la mano, un beso, la inclinación de la cabeza o levantar las cejas son algunas de las manifestaciones de aprecio que ofrecidas en forma sincera esperan también ser recibidas con agrado y amabilidad.
Cualquier expresión verbal o no verbal que indique la atención que presta una persona hacia otra debe ser valorada, sin embargo, lastimosamente, un acto de tan elemental cortesía, a veces no se ofrece de manera espontánea y es desconcertantever cómo al subir a un ascensor, tomar un transporte del servicio público o entrar a un almacén u oficina, nos quedamos literalmente “con el saludo en la boca”.
Podríamos tener muchas razones para no saludar; los afanes, el estrés, las preocupaciones, la desatención, el uso de auriculares, el cada vez más frecuente uso del WhatsApp o de las redes sociales; pero todas son en realidad excusas que rayan en la descortesía y la falta de educación, pues responder a un saludo no implica más que una buena disposición y medio segundo para responder.
No perdamos ni dejemos que nuestros niños y jóvenes pierdan esta sana costumbre, inculquémosle con el ejemplo, el valor de dar y responder a un saludo y aunque al principio lo “tengan que hacer” ante la demanda, posteriormente se les convertirá en un saludable hábito que les permitirá relacionarse de un modo mejor con sus iguales, a medida que van conociendo los valores, las normas y las reglas propias de su cultura o dicho en otras palabras, en la medida que van construyendo ciudadanía.