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Carlos Chaverra
Viernes 26 de marzo de 2021 - 12:00 PM

Guayabo literario

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“El que tiene un libro nunca estará solo” me decía un amigo, afirmación que para los espíritus solitarios como el mío hace perfecto sentido. En mi juventud no me destacaba mucho por mis atributos sociales, así que en muchas ocasiones me encontré involuntariamente intercambiando fiestas por la compañía de Dumas y sus Tres Mosqueteros o Flaubert con Madame Bovary. En el colegio había una colección de libros de la escritora inglesa Enid Blyton que trata sobre un grupo de niños detectives, combinación perfecta para mí, ya que se me hacía fácil convertirme en uno más del grupo. La época universitaria me cogió con el boom de la literatura latinoamericana en pleno furor. Me volví hincha del peruano Vargas Llosa y trataba de pasar de profundo intelectual convenciéndome que podía entender los escritos de los argentinos Cortázar o Borges. Para saciar mis ínfulas de izquierdoso, que mejor que el uruguayo Eduardo Galeano o lanzarme a las profundidades tratando de descifrar El Capital de Marx.

Pero lo mejores recuerdos vienen de mi padre. Desde muy pequeño me regalaba cuentos, los leíamos y luego de tener un buen volumen, los empastábamos y formábamos nuestra propia colección. En la medida que fui creciendo se aparecía con libros para niños y luego más grandecito con novelas más serias y si veía que me gustaba un autor nos pegábamos allí un buen tiempo hasta que encontráramos a otros que nos gustara. Ya más maduro me compartía que los momentos más felices de su niñez eran cuando su madre le leía cuentos y novelas y descubrí que nuestras relaciones con los libros constituían su particular lenguaje de amor para conmigo. Aun hoy, llegando a los noventa años, siempre iniciamos nuestras conversaciones compartiendo lo que hemos leído y sus nietos, cuando van a visitarlo, siempre salen con el mejor de los regalos: un libro de su biblioteca. Me llegan estos recuerdos al ver las cajas amontonadas en mi sala. Motivo trasteo, ya mis buenos amigos no podrán estar conmigo. Me ayuda enfrentar el “guayabo literario” saber que han encontrado nuevos hogares donde acompañarán a otros como lo hicieron conmigo donde harán reír y reflexionar y nos harán saber, de nuevo, que el que tiene un libro nunca estará solo.

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