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Carlos Chaverra
Viernes 31 de enero de 2020 - 12:00 PM

La danza de la inmortalidad

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“La presencia en casi 20 países del coronavirus de Wuhan, que ya deja 170 muertos y unos 8000 afectados, y ante el temor de que la epidemia llegue a países con sistemas sanitarios insuficientes para detener la rápida infección, llevo a que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarara ayer la emergencia internacional”. Este titular de Vanguardia resume lo inesperado y la rápida propagación que ha tenido este flagelo.

En la medida de su avance ciudades son puestas en cuarentena y nacionales de otros países son rescatados de las ciudades chinas donde se ha expandido el coronavirus. La anormalidad allí es la nueva norma y una vida que allí se creía “controlada” y que está lejos de serlo.

Este evento me puso a pensar en que vivimos nuestras vidas como si fuéramos inmortales, como si estos eventos inesperados como el de Wuhan no nos pudieran afectar. Entramos en una especie de “danza de la inmortalidad” en que, aunque sabemos que somos finitos, planeamos y actuamos como si no lo fuéramos.

Por ejemplo, al entrar a un nuevo decenio muchas organizaciones están definiendo sus visiones y metas hacia el 2030. Creo que como personas también debemos hacer este ejercicio de “proyectarnos a futuro”. Diríamos que a este ritmo de cambio pensar a 10 años vista es un salto al vacío. Pero éste es un ejercicio que hacemos en esta “danza de la inmortalidad”, necesario, pienso yo, porque sin ello andaríamos sin propósito de futuro que al fin y al cabo hace parte de la fe que nos caracteriza como seres humanos. Porque todos tenemos fe en algo o alguien ya que con ello no solo damos significado a nuestra vida, sino que además nos ayuda en la lucha interior por poner certeza a la incertidumbre y sosiego sobre lo que no podemos controlar.

¿Qué haría si supiera que tiene una semana de vida? Es un cuestionamiento que oímos en historias y pensamos no tocara nuestras puertas. Coronavirus es apenas un ejemplo de los muchos que pueden cambiar nuestro rumbo, no obstante nuestra “danza de la inmortalidad”. Así que vivamos cada día actuando no como si fuéramos inmortales sino bajo la certeza que somos llamados a dejar pequeños actos de servicio que trasciendan nuestras vidas.

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