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Christiane Lelievre
Miércoles 02 de diciembre de 2020 - 12:00 PM

Siete semanas, 24 horas al día

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Entramos a diciembre, ya en la última recta de un año que quedará en la historia como un año atípico, tal vez precursor de muchos siguientes que tendrían el propósito (¿?) de “hacernos cambiar”. Llegó diciembre con sus luces y adornos, y algo de nostalgia que se engaña con estribillos de alegría incitando al consumo, para reactivar la economía. Novenas y celebraciones virtuales se inscriben en las agendas.

Las parrillas de televisión también se acomodan al calendario. Por ejemplo, un canal propone siete semanas seguidas con programación exclusiva de películas navideñas durante las 24 horas del día. Un “non stop” de caras felices, familias riendo, villancicos, pavos y adornos de Navidad y Año Nuevo. Resulta un documental sobre el estilo de vida de las familias norteamericanas, que ilustra sobre sus costumbres navideñas y de año nuevo y la importancia de las tradiciones comunitarias: villancicos cantados de casa en casa, galletas compartidas entre vecinos, extravagantes iluminaciones de las casas, concursos y desfiles de Santa (Papá Noel). Y sobre este fondo de tradiciones navideñas, se hilan tramas amorosas cursis y predecibles. El final es el mismo: una pareja recién enamorada – joven, linda, hetero, clase media/alta – feliz besándose.

Es impresionante como estas parejas de películas navideñas se enamoran en menos de dos semanas, de una persona perfectamente desconocida o un antiguo amor perdido de vista desde el colegio. Como deciden cambiar sus vidas de un momento a otro para seguir un gran amor revelado, aún esto implique dejar un buen trabajo e ir a vivir al otro lado del país, que es bien grande.

Estas películas navideñas, ninguna anunciada como “basada en hechos reales”, son modernos cuentos de hadas; apología del amor “romántico puro”, ahora estudiado por las relaciones tóxicas que genera. Ninguna anuncia una segunda parte, como sabiendo que el cuento de la princesa o cenicienta con el príncipe azul no da para la continuidad.

Asumiendo el riesgo de idiotizarme, diariamente veo una película de la que ya conozco el final y parte del guion.

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